2014 NoviembreLiteratura y FeSociedad

Albert Camus: El peso de la vida

El orgullo de ser hombres y la fidelidad a los límites

Marisa Mosto (UCA)

 

Todo lo que se me propone, tiende a descargar al hombre del peso de su propia vida. Y ante el pesado vuelo de los grandes pájaros en el cielo de Djémila, lo que reclamo y obtengo es, justamente, cierto peso de vida.

“El viento de Djemila”, Bodas

 

No matarás

Si de límites se trata, la reflexión en torno al mandamiento-límite, ¡no matarás!, es quizás la que se impone con mayor fuerza en la lectura de las obras de Albert Camus. Mediante la extrañeza que suscita Marsault en la que comienza a hacerse escuchar el latido de ese mandato, o la interpelación con la que inicia el Mito de Sísifo, el escalofriante desempeño de Calígula, o el desasosegante Malentendido, la lucha desesperada contra La peste, o el drama de la conciencia moral de Los justos y la burlesca de Los poseídos, Camus ha tratado de diferentes maneras de mostrarse y demostrarnos su desaprobación del homicidio. Que las náuseas de su padre ante la ejecución de la pena capital eran un síntoma provocado por la ira de Némesis.[1]

No era para él un problema abstracto sino un conflicto que lo desvelaba. Su época le pedía a gritos ¡venganza![2], por los atropellos de la guerra y la ocupación, ¡violencia revolucionaria![3], como parte de pago a la utopía del futuro, ¿suicidio? por el absurdo de la vida.

Anota en sus Carnetsen 1945:

“El único problema moral verdaderamente serio es el asesinato. El resto viene después. Pero ante todo debo averiguar si puedo matar a este hombre que tengo frente a mí, o consentir en que lo maten; y debo saber que no sabré nada mientras no sepa si puedo dar muerte a un hombre.

       La gente pretende siempre arrastrarnos a sus conclusiones. Si nos juzga lo hace fácilmente de acuerdo con sus principios. Pero a mí me da lo mismo que piense esto o aquello. Lo que me importa es saber si puedo matar. Porque cuando toco el límite contra el cual se escolla todo pensamiento, veo que se restriega las manos de gusto. «¿Y ahora qué va a hacer?»”   Y ya se apresta a endilgarme su verdad. Pero yo no creo que me importe estar en contradicción, no aspiro a ser un genio filosófico. En realidad, no aspiro a ser un genio de ninguna especie, pues bastante esfuerzo me cuesta ya ser un hombre. Deseo, sí, encontrar un acuerdo y, sabiendo que no puedo matarme, saber si puedo matar o permitir que se mate, y una vez sabido, extraer de ello toda las consecuencias, aun a riesgo de seguir incurriendo en contradicción.” [4]

Quizás la contradicción en la que se sentía inmerso era aquella en la que lo colocaba su evidencia del absurdo por un lado y su inclinación al “no matarás”, por el otro. ¿Cómo sostener el “no matarás” en un mundo absurdo? Sin embargo, la experiencia humana es compleja, carece de la coherencia y la simplicidad formal a la que se obstinan los silogismos

“Hay que decidirse a introducir en las cosas del pensamiento la distinción necesaria entre filosofía de evidencia y filosofía de preferencia. Dicho de otra manera, se puede llegar a una filosofía que repugne al espíritu y al corazón pero que se imponga. Así mi filosofía de evidencia es el absurdo. Pero eso no impide tener (o más exactamente conocer) una filosofía de preferencia: ej.: un justo equilibrio entre el espíritu y el mundo, armonía, plenitud, etc…. El pensador feliz es el que sigue su inclinación –el pensador exiliado el que se niega a ella –por verdad- con pena pero con determinación.”[5]

Su evidencia del absurdo no puede impedir que la luz del mediodía destelle sobre la armonía del cosmos del cual nunca estuvo dispuesto Camus a exiliarse. Todo lo contrario: se dejó arrastrar en él con toda la gravedad de su peso. “En un cielo ebrio iluminamos los soles que queremos. Mas ello no impide que existan los límites y que lo sepamos.”[6]

El juicio de Némesis en Calígula, Los Justos, Los poseídos.

En estas obras teatrales aparecen en primera fila las consecuencias de la transgresión. “Pues los griegos nunca dijeron que no podían transponerse los límites. Afirmaron que los límites existían y que aquel que osara transponerlos sería castigado sin merced.”[7]

 

Calígula se rebela frente al absurdo de su fracaso. Desea lo que el orden de la vida no le permite. Desea lo imposible, algo que no alcanza a obtener a pesar de su inmenso poder: ser feliz. Tan inaccesible como atrapar la luna:

Helicón. ¿Y qué querías?

Calígula.(Siempre con naturalidad). La luna. (…)

Helicón; ¡Ah! (Silencio. Helicón se acerca.) ¿Para qué?

Calígula. Bueno… Es una de las cosas que no tengo. (…) El mundo, tal como está, no es soportable. Por eso necesito la luna o la dicha, o la inmortalidad, algo descabellado quizá, pero que no sea de este mundo. (…) (Apartado, en tono neutro). Los hombres mueren y no son felices.”[8]

Su respuesta al absurdo de la vida es la destrucción. El ex–terminio. Usa su poder imperial para desafiar el orden del mundo, se burla de la frontera entre lo posible y lo imposible. Quiere ver qué pasa, hasta dónde se puede llegar con el juego de unahybrismacabra.

Escipión. Pero ese juego no tiene límites. Es la diversión de un loco.

Calígula. No, Escipión, es la virtud de un emperador. (Se echa hacia atrás con un gestode fatiga.) ¡Ah, hijos míos! Acabo de comprender por fin la utilidad del poder. Da oportunidades a lo imposible. Hoy, y en los tiempos venideros, mi libertad no tendrá fronteras.”[9]

El huracán de destrucción desatado por su impaciencia frente a lo real termina por volverse contra él mismo. Al final de la obra, su solitaria ruina moral y el castigo anunciado de su muerte no pueden ya detenerse:

Calígula: Nada, en este mundo ni en el otro, que esté a mi altura. Sin embargo sé, y tú también lo sabes (tiende las manos hacia el espejo llorando), que bastaría que lo imposible fuera. ¡Lo imposible! Lo busqué en los límites del mundo, en los confines de mí mismo. Tendí mis manos (gritando), tiendo mis manos y te encuentro, siempre frente a mí, y por ti estoy lleno de odio. No tomé el camino verdadero, no llego a nada. Mi libertad no es la buena. ¡Nada! Siempre nada. ¡Ah, cómo pesa esta noche! Helicón no ha venido; ¡seremos culpables para siempre! Esta noche pesa como el dolor humano.”[10]

Es inútil. La realidad tiene sus reglas que son inexorables e inmanentes al acaecer. Ir contra ellas es exponerse a sucumbir ahogado en su telaraña. Al presenciar esta obra no podemos evitar sentir compasión por las víctimas, desprecio por el estéril abuso del tirano, una honda tristeza en la contemplación de los escombros. Y principalmente nos deja la impresión de que “algo sagrado” ha sido brutalmente profanado.

En Los Justos, el contextodela transgresión es diferente. Escuchamos los debates de una célula revolucionaria. El asesinato tiene un objetivo que trasciende al individuo que lo ejecuta y al que lo padece. El crimen es un pago adelantado en pos del bien “de la humanidad”. Pero no se lo ejecuta con la liviandad de Calígula. La empatía con la víctima mueve al escrúpulo y la duda.

Dora: ¡Un segundo en que vas a verlo! ¡Oh, Yanek, tienes que saberlo, tienes que estarprevenido! Un hombre es un hombre. El gran duque quizá tenga ojos bondadosos. Lo verás rascarse la oreja o sonreír alegremente. Quién sabe, tal vez tenga un pequeño tajo hecho con la navaja de afeitar. Y si te mira en ese momento…

Kaliayev: No es a él a quien voy a matar. Mato al despotismo.

Dora: Claro, claro. Hay que matar al despotismo. Yo prepararé la bomba y al sellar el tubo, ¿sabes?, en el momento más difícil, cuando los nervios están tensos, sentiré, sin embargo, una extraña felicidad en el corazón. Pero no conozco al gran duque y mi tarea sería menos fácil si mientras lo hago estuviera sentado delante de mí. Tú vas a verlo de cerca. Muy de cerca…

Kaliayev:(Con violencia) No lo veré.

Dora: ¿Por qué? ¿Vas a cerrar los ojos?

Kaliayev: No. Pero, Dios mediante, el odio me llegará en el momento oportuno, y me cegara”[11]

Sin embargo Kaliayev fue incapaz de matar al duque en el primer intento. Lo acompañaban unos niños. Temió que cayeran con él los pequeños inocentes. No tuvo el coraje para profanar ese límite sagrado.

Kaliayev(enajenado): Yo no podía prever… Niños, niños sobre todo. ¿Has mirado alos niños? Esa mirada grave que tienen a veces… Nunca he podido sostener esa mirada… Un segundo antes, sin embargo, en la oscuridad, en el rincón de la placita, yo me sentíafeliz. Cuando las linternas de la calesa comenzaron a brillar a lo lejos, mi corazón empezóa palpitar de alegría, te lo juro. Latía cada vez más fuerte a medida que aumentaba el ruido. Hacía el mismo ruido en mí. Me daban ganas de saltar. Creo que estaba riéndome. Y decía: «Sí, sí… » ¿Comprendes? (Aparta la mirada de Stepan y recobra su actitud abatida.)Corrí hacia el coche. En ese momento los vi. Ellos no reían. Estaban muy erguidos y miraban al vacío. ¡Qué aire tan triste tenían! Perdidos en sus trajes de gala, con las manos sobre los muslos, el busto rígido a cada lado de la portezuela. No vi a la gran duquesa, sólo a ellos. Si me hubieran mirado, creo que habría arrojado la bomba. Para apagar por lo menos esa mirada triste. Pero seguían mirando hacia adelante. (Alza los ojos hacia losotros. Silencio. Más bajo, todavía.) Entonces no sé qué pasó. Mi brazo se debilitó. Me temblaban las piernas. Un segundo después era ya demasiado tarde. (Silencio. Mira alsuelo.) Dora, ¿he soñado? Me pareció que las campanas sonaban en ese momento.”[12]

Las campanas saludan desde el cielo el triunfo de Némesis. Pero será un triunfo breve. Kaliayev termina por cumplir su misión. Luego es apresado y estando en la cárcel resuelve su problema de conciencia entregando su vida, aceptando el castigo que se le impone como compensación a su crimen. La muerte deliberada de un hombre se paga con la vida libremente entregada. Kaliayev se resiste al perdón ofrecido por la duquesa viuda y estas son sus razones:

 

“La gran duquesa: ¿No quieres rezar conmigo, arrepentirte?… Así no estaremos solos.

Kaliayev: Déjeme prepararme a morir. Si no muriera, entonces sí sería un asesino.”[13]

Y más adelante en el mismo acto:

La gran duquesa: No me hable como si fuera su enemiga. (…)

Kaliayev(con desesperación): Lo es, como todos los de su raza y de su clan. Hay algo todavía más abyecto que ser un criminal: forzar al crimen a quien no ha nacido para él. Míreme. Le juro que yo no estaba hecho para matar.”

El despotismo ha engendrado a sus sepultureros que asumen contra su voluntad ese rol histórico. El imperativo del presente los ha transformado en una suerte de mártires de su tiempo…

Aparece aquí una especie de homenaje “al dar la vida” en un clima de gravedad y raro respeto a los límites. ¿Pero ha valido la pena el asesinato del duque, la renuncia de Kaliayev al amor y la vida? ¿Se ha vencido al despotismo?

La adaptación teatral de Demonios de Dostoievski, Los poseídos, es una respuesta a estos interrogantes 10 años después.[14] Los revolucionarios allí personificados asumen un carácter diferente al de Kaliayev:

“En defecto de algo mejor, se han divinizado a sí mismos y su desdicha ha comenzado: esos dioses tienen los ojos reventados. Kaliayev y sus hermanos del mundo entero rechazan por el contrario la divinidad, porque rechazan el poder limitado de dar muerte. Eligen y con ello nos dan un ejemplo, la única regla original hoy en día: hay que aprender a vivir y a morir y para ser hombre hay que negarse a ser Dios.” [15]

Negarse a ser Dios es saberse en última instancia impotente frente al mal presente en la historia. El reino y la salvación no se forjan con manos humanas. En Los poseídos aparecen ecos de las anteriores obras. La necedad de Calígula (sus ojos reventados) en su modo de atropello a lo real, el maltrato y la instrumentalización del hombre (el asesinato de Chatov es el centro del drama), la vocación política de Los justos y la acción violenta que se escuda en perseguir el “bien de la humanidad”. Sin embargo la novedad de Losposeídos está en la conciencia del fracaso que su lucha estéril les ha revelado y su paradójico capricho por disfrazarlo de éxito. La obra Los poseídos presenta, como en Dostoievski, un tono burlesco: hombres ridículos que se contentan con simulacros pretendiendo combatir el mal mediante atajos y engaños. Saben que no son Dios pero se obstinan en parecerlo.

Chigeliev– Habiendome dedicado enteramente al estudio de la sociedad del porvenir, he llegado a la conclusión de que, desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, todos los creadores de sistemas sociales no han dicho sino tonterías. Ha sido pues necesario que yo construya mi propio sistema de organización. ¡Hélo aquí! (glopea sobre el cuaderno) Mi sistema, a decir verdad, no está completamente terminado. Pero tal como está necesita que se lo discuta. Pues yo tendría también que explicarles la contradicción a la que conduce. Partiendo de la libertad ilimitada, llego en efecto al despotismo ilimitado.”

Virguinsky: ¡Será cosa difícil de hacerle tragar al pueblo!

Chigaliev: Sí. Y sin embargo insisto. No hay, no puede haber, otra solución al     problema social fuera de la mía. Tal vez sea desesperante, pero no hay otra.

El seminarista: Si he comprendido bien, la orden del día es la inmensa desesperación del señor Chigaliev.”

La propuesta de Chigaliev es “dividir a la humanidad en dos partes desiguales. Un décimo, más o menos, recibirá la libertad absoluta y una autoridad ilimitada sobre los otros nueve décimos que deberán perder su personalidad y convertirse de una forma u otra en rebaño. Mantenidos en sumisión ovejuna, sin límites, alcanzarán como compensación, el estado de inocencia de semejantes creaturas. Será en suma, el Edén, salvo que habrá que trabajar (…) Hay, pues, que nivelar. Se rebajará el nivel de instrucción y de los talentos. (…) las facultades superiores son gérmenes de desigualdad (…) Hasta la gente de gran belleza es sospechosa a este respecto y hay que suprimirla.” Ante una propuesta tal exclama el seminarista:

“El seminarista: Pero usted incurre en contradicción. Una igualdad semejante es el despotismo.

Chigaliev: Es cierto. Y es lo que me desespera. Pero la contradicción desaparece si uno afirma que ese despotismo es la igualdad.”[16]

Némesis asiste con una sonrisa sarcástica a sus debates. La ausencia de límites que detentan los movimientos revolucionarios en defensa de la libertad conduce a la negación de la libertad. Son hombres grotescos. Pretenden ser ellos mismos la ley pero son totalmente incapaces de instalar el Reino. Cambian mal por mal. Camus, que como Tarrou lo sabe casi todo, sabe también que el mal es inextirpable de la historia porque es inextirpable en primer lugar del corazón del hombre. Hagamos lo que hagamos el lamento de MitiaKaramazov seguirá resonando siempre en nuestros oídos.[17] Solo nos queda, como Rieux, luchar cada día contra la peste sabiendo que batallamos por triunfos provisionales y que la peste sigue siempre allí al acecho: esperando sólo una chispa para avivar su llama destructora. Basta mirar la historia. Pero hay que imaginar al Dr. Rieux, como a Sísifo, feliz de cargar con todo ese peso de la vida. ¿Por qué?

 

Una Sabiduría que ya no niega nada[18] 

El respeto a los límites en Camus, creemos, no tiene por fundamento solamente su certeza de la ineficacia de la transgresión. Más allá de la presencia del mal, el sufrimiento y el fracaso que nos hunden en el absurdo, el modo de ser de lo real incluye otra dimensión por la que Camus se encuentra inevitablemente seducido:“De suerte que hay una voluntad de vivir sin rechazar nada de la vida, lo cual constituye la virtud que yo más admiro en este mundo… Sí. Existe la belleza y existen los humillados” [19]

Existe la belleza. Esa experiencia, pensamos, ha sido fundante de su forma mentis primaria. Anterior a su espíritu cartesiano que se rebela frente al absurdo del mundo encontramos en él un persistente consentimiento con lo real que proviene de un movimiento íntimo de gratitud por el don de la vida, la belleza sensible, la capacidad de percepción del exuberante espectáculo del mundo del alma humana.

“Admiraba, admiro este vínculo que une el hombre al mundo, ese doble reflejo en el que mi corazón puede intervenir y dictar su dicha hasta un límite preciso en que el mundo puede entonces completarla o destruirla, ¡Florencia!, uno de los pocos lugares de Europa en que comprendí que en el seno de mi rebeldía dormía un consentimiento. En su cielo mezclado de lágrimas y sol, aprendí a consentir a la tierra y a arder en la llama sombría de sus fiestas. Experimentaba… ¿pero qué palabra?, ¿qué desmesura?, ¿cómo consagrar el acuerdo del amor y la rebeldía? ¡La tierra! En este gran templo desertado por los dioses, todos mis ídolos tienen los pies de barro.” [20]

Ese consentimiento latente que despierta en Florencia habitaba el alma de Camus desde la infancia. En El primer hombre narra sus escapadas infantiles a la playa desbordadas por el gozo de recibir gratuitamente tantos dones de belleza infinita. Él y sus amigos, “Reinaban sobre la vida y sobre el mar, y, lo más fastuoso que puede dar el mundo lo recibían y lo gastaban sin medida, como señores seguros de sus riquezas irreemplazables” [21] Y en Bodas: (…) exhibimos todo el feliz cansancio de un día de bodas con el mundo.”[22]

Cuando recibimos un regalo inmenso percibimos en ese don como en un espejo nuestro propio valor. La desmesura del don confirma la dignidad de los que están llamados a recibirlo:

“Todo ser bello tiene el orgullo natural de su belleza y hoy el mundo deja que su orgullo rezume por todas partes. (…) No, no era yo quien contaba, ni el mundo, sino el acuerdo y el silencio que de él a mi hacía nacer el amor. Amor que no tenía yo la debilidad de reivindicar para mí solo, consciente y orgulloso de compartirlo con toda una raza, nacida del sol y del mar, viva y sápida, que extrae su grandeza de su sencillez y, de pie sobre las playas, dirige su sonrisa cómplice a la sonrisa luciente de sus cielos.”[23]

La experiencia del don es en el fondo una experiencia de amor. El ser que se siente halagado por la inmensidad del don y a la vez por la revelación de su dignidad que encierra ese don, intuye en ese acontecimiento que el fundamento de la fiesta de la vida es el amor:

“Aquí comprendo lo que llaman gloria: el derecho a amar sin medida. (…)Amo esta vida con abandono y quiero hablar de ella libremente: pues me da el orgullo de mi condición humana. A menudo me han dicho, sin embargo, que no hay de qué gloriarse. Sí, hay de qué: este sol, este mar, mi corazón que brinca de juventud, mi cuerpo con sabor a sal, la inmensa decoración en que la ternura y la gloria se dan cita en el amarillo y el azul.”[24]

Si bien el orden de la vida se hace fecundo en un dinamismo atravesado por los límites y sus reglas, aparece sobre un trasfondo de exceso y de desmesura, como entrega amorosa y festiva. Se hace visible un rostro amable y enriquecedor de la desmesura y provoca una respuesta. El amor responde al amor.

“Cuando se ha visto una sola vez el resplandor de la dicha en el rostro de un ser querido, sabe uno que para el hombre no puede haber otra vocación que la de suscitar esa luz en los rostros que lo rodean… y desgarra pensar en el infortunio y las sombras que proyectamos, por el solo hecho de vivir, en los corazones que encontramos.”[25]

La experiencia de la alegría del amor es el fundamento de todo imperativo a favor del cuidado de la vida, formulación positiva del “no matarás”. El movimiento espiritual que suscita el rostro del hermano amado, un rostro que lejos de toda abstracción tiene un nombre personal, es la donación de la propia vida en la humildad del servicio, la ley de la vida hecha pascua:

“No la moral, sino el cumplimiento. Y no hay otro cumplimiento que el del amor, es decir, el de renunciar a uno mismo y morir para el mundo. Llegar hasta el fin. Desaparecer. Disolverse en el amor. Entonces será la fuerza del amor la que cree y no yo. Abismarse. Desmembrarse. Aniquilarse en el cumplimiento y la pasión de la verdad.”[26]

La muerte aparece aquí más bien ligada a la ausencia del amor:

“Siempre hay una parte del hombre que rechaza el amor. Es la parte que quiere morir. Y la que pide ser perdonada.”[27]

 

La experiencia del amor que funda su “filosofía de la preferencia” es más profunda en él que su evidencia del absurdo y su “filosofía de la evidencia”. Es su norte, su difícil utopía, el motivo que estimula a Sísifo a seguir empujando su piedra y al Dr. Rieux en su lucha desesperada contra la peste.

   “Mejor que aquella rebelión contra los dioses es esta larga obstinación que tiene sentido para nosotros, y esa admirable voluntad de no excluir, de no dejar de lado nada, que siempre reconcilió y reconciliará aún el corazón dolorido de los hombres con las primaveras del mundo.” [28]

Finalmente aquella contradicción en la que se debatía al principio de nuestro trabajo el alma de Camus se asemeja, más que a una contradicción, a un enigma. Dice en su ensayo “El enigma”:

“En medio de lo más negro de nuestro nihilismo, solo busqué razones que permitieran superarlo. Y no hice esto, por lo demás, por virtud ni por rara elevación del alma, sino por una fidelidad instintiva a la luz en la cual nací y en la cual, desde hace millares de años, los hombres aprendieron a celebrar la vida hasta en el sufrimiento.(…) . En el centro de nuestra obra, por negra que sea, brilla hoy un sol inextinguible, el mismo que grita hoy a través del llano y las colinas” [29]

Después de todo podemos pensar también que el amor hace del peso de la vida una carga liviana y un yugo suave. A la vez que la presenta como algo infinitamente valioso y le da todo su peso. Algo que no podemos profanar y que pide nuestra fidelidad: “Tarrou: “Es curioso, tiene usted una filosofía triste y una cara feliz” –Deduzca entonces que mi filosofía no es triste.”[30]

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* El presente texto fue presentado en la jornada organizada por la Sociedad Latinoamericana de Estudios Camusianos en la Alianza Francesa de Buenos Aires en noviembre de 2013, en homenaje al centenario de Albert Camus cuyo tema convocante fue “De Prometeo a Némesis”. Este título señala dos momentos en la producción literaria de Camus. Némesis es la diosa guardiana de los límites en la mitología griega.

[1]Cfr. Albert Camus, El primer hombre, Barcelona, Tusquets, 1994, p. 77 Allí aparece esta anécdota relatada por la madre. Su padre también padeció una muerte violenta en la primera gran guerra.

[2]Cfr. su polémica con François Mauriac a través de sus columnas en los respectivos periódicos, Combat y Le Figaro, a fines del año 1944 y principios del 1945 en torno a la necesidad de “depuración” del pueblo francés, en la que Camus termina por darle la razón a Mauriac. (Documental “ Albert Camus , el periodismo comprometido,” de JoëlCalmettes, Paris 2009, tercera parte, http://www.youtube.com/watch?v=zdxM4_3jkvk) A favor de Mauriac nos viene la memoria, la sentencia de Tarrou enLapeste acerca de que “cada uno lleva en sí mismo la peste, porque nadie, nadie en el mundo está indemnede ella” Albert Camus, La peste, Bs. As., Sudamericana, 1995,p.198

[3]Cfr. su otra polémica con Sartre entorno a este tema. Cfr. Plager, J. “Sartre-Camus, el debate inconcluso de la izquierda”, en Tensiones filosóficas, recopilación de Tomás Abraham, Bs. As., Sudamericana, 2001, pp-33-53

[4]Albert Camus, Carnets 2 (1942-1951), Bs.As., Losada, 1966, p. 133

[5]Albert Camus, Carnets 2, p. 65

[6]Albert Camus, “El destierro de Helena”, El verano Bs. As., Sur, 1972,p. 25

[7]Albert Camus, “El destierro de Helena”, El verano, p.28. El tema está presente también en sus otras obras teatrales, El malentendido y Estado de Sitio

[8]Albert Camus, Calígula, Acto I, esc. 5, Bs. As., Losada, 1997

[9]Albert Camus, Calígula, Acto I, esc. 10

[10]Albert Camus, Calígula, Acto IV, esc.13 Es interesante la siguiente reflexión que anota Camus en sus Carnets en la que la soledad del hombre aparece como un elemento esencial del absurdo: “Lo absurdo es el hombre trágico ante un espejo (Calígula). No está solo, pues. Hay en ello el germen de una satisfacción o de una complacencia. Ahora hay que suprimir el espejo.”Carnets 2, p.74

 

[11]Albert Camus, Los justos, Bs. As., Losada, 1962, Acto I. Este dilema acerca de si es correcto sacrificar lo concreto en vistas a un ideal abstracto, aparece también claramente formulado en los Carnets:“Tragedia. C.L.C. “Tengo razón y esto me da derecho a matarlo. No puedo detenerme en el detalle. Pienso según el mundo y la historia.”

  1. –Cuando el detalle es una vida humana, para mí es el mundo entero y toda la historia.”

(Carnets 2, p. 127)

[12]Albert Camus, Los justos, Acto II

[13]Albert Camus, Los justos, Acto IV

[14]«Los endemoniados es una de las cuatro o cinco obras que pongo por encima de todas las demás. Puedo decir, por más de un motivo, que me he nutrido y me he formado en ella. Hace casi veinte años[…] que veo a sus personajes en el escenario.’ (…) Y si Los endemoniados es un libro profético, no lo es sólo porque anuncie nuestro nihilismo, lo es también porque saca a escena almas desgarradas o muertas».(…) Demonios es «una obra de actualidad»” De la biografía de Camus de Oliver Tood cfr. http://www.jornada.unam.mx/1997/07/06/sem-tood.html

[15]Albert Camus, El hombre rebelde,Bs. As., Losada, 2003 , p.283

[16]Albert Camus, Los poseídos, Bs.As., Losada, 1982, pp-139-141

[17] Cfr. El hombre rebelde, p.280

[18]“Serán estos el endurecimiento que rematan una experiencia, o la dulzura de la noche, o por el contrario, el comienzo de una sabiduría que ya no niega nada.” Carnets 2, p. 76

[19] Albert Camus “Retorno a Tipasa”, El verano, p. 47

[20]Albert Camus, “El desierto”, Bodas, Bs. As., Sur., 1972, p. 108

[21]Albert Camus, El primer hombre, Barcelona Tusquets, 1994. p. 53

[22]Albert Camus, “Bodas en Tipasa”,Bodas, p. 71

[23]Albert Camus, “Bodas en Tipasa”,Bodas, p. 71-73

[24]Albert Camus, “Bodas en Tipasa”,Bodas, p. 70

[25]Albert Camus, Carnets 2, p. 20

[26] Albert Camus, Carnets 2, p. 231

[27] Albert Camus, Carnets 2, p.236 Camus también albergaba muertes en su corazón, como todos nosotros: “Hay horas en que creo que no podré soportar más tiempo la contradicción. Cuando el cielo está frio y nada sostiene en la naturaleza… ah, tal vez vale más morir.” (Carnets 2, p. 141)El amor mantiene viva la esperanza:“Sin embargo, durante todos esos años, sentía oscuramente que me faltaba algo. Cuando se ha tenido una vez la suerte de amar hondamente uno se pasa la vida buscando de nuevo ese ardor y esa luz del amor”“Retorno a Tipasa”, El veranop. 42 Y también: “Hay que amar la vida antes de amar su sentido, dice Dostoievsky. Sí, y cuando el amor a la vida desaparece, ningún sentido puede consolarnos.” Carnets2, p. 209

[28]“Prometeo en los infiernos”, El verano, p. 17

[29]“El enigma” ,El verano, p. 38

[30]Carnets 2, p. 95

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