Mons. Peter Henrici SJ[1]

 

 

 

La unidad de la Iglesia no es garantizada sólo por el Papa, sino por el Colegio Episcopal “con el Papa y bajo el Papa”[2]. El Papa garantiza la unidad de la Iglesia como cabeza y como punto de encuentro del colegio episcopal. Como obispo de Roma es puesto en igualdad con sus hermanos, como Pedro era también un apóstol como los demás. Pero recibió de Jesús una tarea singular, para preocuparse del sostén del grupo de los doce y “fortalecer la fe de sus hermanos” (Lc 22,32).

1.La colegialidad de los obispos

La unidad de la Iglesia no es entonces la de un monolito ni la de un estado centralístico. Ya los textos más antiguos la plantean más bien como un organismo, el “cuerpo de Cristo”[3], en el que cada parte llena su función especial para el bien del todo. Pablo atribuye esta coordinación en primer lugar al Espíritu Santo (1 Co 12,4.12-14), pero él sabe también que debe actuar en unidad con Pedro y los otros apóstoles “para no caminar en vano” (Gal 2,1-10). Durante mucho tiempo la doctrina teológica de la Iglesia tuvo dificultad con esta comprensión de la Iglesia. Orientada a modelos políticos, en la modernidad subrayó primero la unidad, y a lo sumo toleró una determinada diferenciación. A esta comprensión centralística se deben muchas experiencias en el curso de la historia.La vinculación de diferentes estados y culturas llevaron muy pronto a tensiones en la Iglesia. Hacia el fin de la Edad Media los Papas y Antipapas condujeron más bien a peleas antes que a una unidad. Recién el concilio de Constanza, cuyos 600 años de jubileo celebramos este año, alcanzó a restaurar el papado como servicio a la unidad de la Iglesia. Luego, en defensa de ataques masivos contra la Iglesia y el papado,el concilio Vaticano I llevó la concepción centralística a su culminación. Definió el primado de jurisdicción del Papa y su infalibilidad en las definiciones “ex cathedra”. Contra la voluntad del concilio se permaneció en esta acentuación unidimensional del papado, porque sus decisiones debieron ser interrumpidas cuando las tropas de Garibaldi ocuparon Roma, y se desencadenó la guerra franco-prusiana.

El Vaticano II quiso por ello equilibrar completando la doctrina de la Iglesia. Hay una imagen de la Iglesia distinta y más antigua: el modelo de una Iglesia a partir de muchas iglesias particulares, que se encuentran cada una bajo la guía de su obispo. La unidad de la Iglesia consiste así en la comunidad fraterna (communio) de esas iglesias entre sí, y como último criterio con la Iglesia de Roma. Garante de esta unidad de las iglesias es el colegio episcopal bajo la presidencia del Papa, al que, como sucesor del apóstol Pedro, le es confiada la tarea de esta unidad. Con esta imagen de la Iglesia, el concilio puso al tiempo post conciliar frente a una doble tarea. Por un lado, teóricamente, aclarar teológicamente la relación entre colegialidad y primado, entre los obispos y el Papa. Ya en el concilio se discutió con fuerza y aún con pelea. Esta tarea es tan exigente como también constituye la llave de la unidad ecuménica de las iglesias. Por otro lado,como tarea práctica, de-construir el centenario posterior al Vaticano I en pos de una dirección eclesial descentralizada de obispos unidos colegialmente “con y bajo el Papa”. ¿Cómo se deja garantizar la unidad de la Iglesia en forma práctica por la comunidad fraterna, la communio de las iglesias particulares y sus obispos? Sin duda, se trata de una unidad “católica”, una unidad en la diferencia, en la que han de tener un rol importante los encuentros y decisiones conjuntas de los obispos entre sí, los sínodos, y donde las conferencias episcopales tienen un rol importante que jugar.

Los últimos papas han llamado regularmente a sínodos de obispos para abrir espacio a la corresponsabilidad de los obispos. Sin embargo, así como estos sínodos han sido organizados hasta ahora, aparecen como una expresión de buena voluntad más que de un verdadero instrumento de communio y colegialidad vividas. Sólo los escritos post-sinodales firmados por el Papa han contribuido a configurar la vida eclesial. Organizados de otro modo, los sínodos de obispos podrían ser un lugar de verdadera communio y colegialidad.

2.El surgimiento de las conferencias episcopales

Las Conferencias episcopales nacionales o regionales funcionan hoy mejor que los sínodos episcopales, así como las decisiones conjuntas de estas Conferencias episcopales, especialmente el CELAM en América latina. Ante todo en Europa existían antes del Concilio algunas de estas conferencias. Surgieron como respuestas a determinadas necesidades: bajo la presión de situaciones externas los obispos se reunían para mostrar su fortaleza común. Así los obispos belgas en los tiempos revolucionariosde 1830, y en 1848 los obispos alemanes en Würzburg. Como siempre, Suiza constituyó un caso especial. Ya que sus obispos no pertenecían a ninguna provincia eclesiástica, se reunían desde 1861 regularmente para una coordinación necesaria, sobretodo en casos de finanzas.Así pudo la conferencia episcopal suiza festejar en el último año su 300º asamblea. Desde finales del siglo XIX estas conferencias fueron recomendadas y reguladas por parte del Papa. El código de 1917 obligaba a los obispos de una provincia eclesiástica a reunirse cada cinco años, “para trabajar los problemas de las diócesis y preparar un concilio provincial”[4], que debía reunirse cada veinte años[5]. Cuando los obispos del Vaticano II fueron convocados, comenzaron también a reunirse fuera del aula por nacionalidades o lenguas. Se dejaron informar por teólogos sobre las preguntas que surgían y podían hacerse una opinión en un intercambio fraterno. Así surgieron, casi inadvertidamente, las conferencias episcopales.

El significado de este trabajo paralelo junto a las reuniones plenarias y junto al trabajo de las comisiones fue importante para el progreso y logro del Concilio. Especialmente significativo fue desde el punto de vista eclesial, el que estos encuentros no llevaron a la configuración de fracciones nacionales en el aula del concilio; sirvieron por el contrario para una comprensión más intensiva sobre naciones, culturas y lenguas. A la luz de esta experiencia viviente, el Concilio recomendó las conferencias episcopales en forma expresa. Los documentos postconciliares las hicieron obligatorias y pusieron sus marcos de condiciones. Así son hoy un lugar decisivo de communio vivida y de colegialidad.

3.Vacilante en el reconocimiento eclesial

En el surgimiento de las conferencias episcopales, nuevamente la realidad de la vida eclesial precedió a la doctrina magisterial. En la constitución sobre la Iglesia del Vaticano II hay sólo una referencia a las conferencias episcopales, y en la mención de las antiguas iglesias patriarcales: “De modo semejante las conferencias episcopales pueden brindar en nuestro tiempo una ayuda variada y fructuosa, para llevar a una realización concreta el sentimiento colegial” (LG 23). Un año más tarde, el Decreto sobre la tarea de los obispos dirá en forma más concreta (Christus Dominus): “Ante todo en el tiempo actual los obispos pueden ejercer su ministerio en forma eficaz cuando lo ejercen en forma conjunta y estrecha. Así las conferencias episcopales, que en muchos países se han constituido, han dado prueba de un apostolado fecundo, este santo sínodo sostiene como muy conveniente que en todos lados los obispos del mismo país o región se encuentren en un gremio. Deben encontrarse en determinados tiempos para que por el intercambio de conocimientos y experiencias y el mutuo consejo, encuentren fuerzas para el bien común de sus iglesias” (CD 37). Con esta recomendación concluye el Concilio seis determinaciones. El código de 1983 dedica 13 cánones[6] a las conferencias episcopales y muestra sesenta tareas y competencias en materia de pastoral y administración.

Dos años después, el sínodo de 1985, en el jubileo de los veinte años del concilio, fue una piedra miliar en la recepción del Concilio. Puso la eclesiología de comunión como “la idea central y fundante de los documentos del concilio”[7] y explicó que la eclesiología de comunión configura el fundamento sacramental para la colegialidad. La colegialidad no ha de ser entendida desde el derecho. “El sentido colegial, el affectus colegialis, es más que la colegialidad efectiva entendida jurídicamente. Es el alma del trabajo conjunto entre los obispos, ya sea en su plano regional, nacional o internacional”[8]. Así se subraya el significado de las conferencias episcopales: “En las conferencias episcopales encuentra el sentido colegial su realización concreta. No cabe duda sobre su utilidad pastoral, su utilidad dadas ciertas condiciones. En las conferencias episcopales los obispos de una nación o región ejercen su ministerio pastoral en forma conjunta”[9]. Y finaliza con la recomendación: “Por el lado de la marcha de las conferencias episcopales es tanto el bien de las iglesias, el servicio de la unidad, como la responsabilidad de cada obispo sobre el conjunto de la Iglesia y sobre su propia Iglesia”[10].

Finalmente el sínodo hace una propuesta concreta para el trabajo futuro: “Porque las conferencias episcopales son tan útiles y necesarias para el trabajo pastoral actual, se recomienda investigar su status teológico, para que ante todo se explique primero más clara y profundamente la cuestión de su autoridad doctrinal, donde ha de tenerse en cuenta lo que fue dicho en el Concilio en el decretoChristus Dominus 38 y en el código de derecho canónico 447 y 753”[11].

El resultado de esta investigación, el motu proprio Apostolos Suos de Juan Pablo II “Sobre la naturaleza teológica y jurídica de las Conferencias Episcopales”, genera una cierta perplejidad, para no hablar de una actitud ambigua, frente a las conferencias episcopales. Entretanto hubo un decreto de la Congregación de la Fe, justamente en 1992, sobre el concepto de Communio. Subraya la “prioridad ontológica y temporal” de la Iglesia universal frente a las iglesias particulares, y así también la inmediata dependencia de los obispos respecto del Papa “[12].

En el mismo sentido, el motu proprio muestra expresamente que los actos de la conferencia episcopal no han de ser comprendidos como actos colegiales en sentido teológico, y que la responsabilidad personal de cada obispo diocesano frente a sus fieles ha de permanecer inalterable. La esencia y eficacia de las conferencias episcopales son vistas son vistas positivamente, citadas como el concilio y el código, con la excepción de la observación introductoria: “Las conferencias episcopales plantean una aplicación concreta del sentido colegial”[13], el cual, como dijo el sínodo de 1985, “es el alma del trabajo conjunto entre los obispos en el plano regional, nacional e internacional”[14]. La amplia discusión sobre la autoridad doctrinal de las conferencias episcopales, de la que ya había hablado el código en el canon 753, es nueva. Cada obispo en su diócesis posee el ministerio doctrinal auténtico, que no le es quitado al conjunto de los obispos. Tiene valor cuando tiene lugar una expresión doctrinal unánime de una conferencia episcopal, de otro modo, alcanza fuerza jurídica después de la confirmación por parte de Roma (recognitio)[15].

Este reconocimiento de su autoridad doctrinal está incluido en una serie de consejos piadosos: “En tanto la doctrina de la fe es un bien común de toda la Iglesia, y vínculo de su comunidad, los obispos reunidos en la conferencia episcopal han de preocuparse en seguir la doctrina ministerial de la Iglesia universal, para transmitirla al pueblo a ellos confiado”. Naturalmente deben “iluminar ante todo la conciencia de los hombres” en relación a los nuevos problemas éticos. Pero también allí “son conscientes de los límites de sus expresiones, que no poseen la propiedad de un ministerio doctrinal universal,aunque se encuentren oficial y auténticamente en comunión con la sede apostólica. Ellos deben (…) atender a la resonancia en el amplio espacio, en el mundo en su totalidad, que los medios brindan a los acontecimientos de un determinado espacio”[16].

Este y la más amplia limitación concreta, de que “los organismos más pequeños,el Consejo, una comisión u otra oficina” no poseen la autoridad doctrinal[17], como también el reconocimiento exigido de los estatutos de cada conferencia por parte de Roma[18], muestran claramente una desconfianza consciente frente a las conferencias episcopales, que quizás ha sido alimentada por experiencias no queridas.

4.Las conferencias episcopales como lugar de aprendizaje de la colegialidad

En el reconocimiento vacilante de las conferencias episcopales se percibe el pensamiento de una burocracia centralizada ante la mirada que surge de ella; sin embargo, la clara utilidad de las conferencias para la vida de la Iglesia no debe negarse. Pueden solucionar adecuadamente problemas nacionales y regionales de un modo adecuado. Una conferencia episcopal no plantea ninguna decisión conjunta de iglesias particulares, como una provincia eclesiástica (metropolita) o un patriarcado, pero enseña a los obispos a mirar más allá de los límites de su diócesis o arquidiócesis con la mirada puesta en el bien de la Iglesia. Un concilio o un sínodo han sido un proceso de aprendizaje que hubieron de llevar a formar consensos de opinión. Lo mismo hay que decir de las reuniones de las conferencias episcopales. Aunque los sínodos en la Iglesia latina sean raros, con mayor razón han de acentuarse los encuentros en una conferencia episcopal.

La expresión teológicamente correcta de que cada obispo individual se encuentra y actúa en directa comunidad con la Santa Sede, puede prácticamente devenir una farsa si un obispo devela su preferencia personal con la referencia a la sede apostólica. Quien es obispo debe aprender de nuevo lo que significa sentire cum Ecclesia, el decidir en consonancia con la Iglesia en su plano directivo. Un proceso de aprendizaje semejanteno tiene lugar con una pura lectura de textos, sino solamente con el encuentro colegial de sus hermanos y la concreta discusión con ellos. Cada nuevo obispo debe escuchar a sus hermanos experimentados y exponer su opinión en comparación con sus hermanos obispos, midiendo su propia experiencia con la experiencia de ellos. No se trata de construir mayorías en una conferencia episcopal como en un Parlamento, o encontrar compromisos entre intereses opuestos. Más bien se trata de encontrar criterios comunes como en un sínodo o en un concilio. Para ello se requiere cotejar los distintos puntos de partida de modo que cada obispo ha de estar preparado a dejar su propia perspectiva en pos de una mejor. Colegialidad en communio no significa necesariamente unanimidad sino a lo sumo compatibilidad, y esto ha de ser aprendido por cada obispo paso a paso con sus colegas obispos.

Así serán limadas aristas inútiles de su opinión y llenados molestos vacíos. Esto lleva a que cada obispo conozca y reconozca otras posiciones, de modo que allí donde puede decidir solo, lo haga en forma análoga contemplando el bien común de toda la Iglesia, que se extiende más allá de los límites de su diócesis. Donde tienen lugar en una conferencia episcopal casos de fundamentales diferencias, como en nuestra pequeña conferencia episcopal suiza en la cual se encuentran en un pequeño espacio tres lenguas, tres espacios culturales y tres diferentes tradiciones de vida eclesial, puede ser especialmente fructífero e interesante un equilibrio recíproco. Podrá obtenerse la enseñanza que no todo se deja regular a veces en forma unitaria y que también es posible la unidad en la diferencia. El ejemplo suizo puede mostrar también que una conferencia episcopal no ha de ser demasiado grande para que permanezca posible un verdadero intercambio. Grandes conferencias episcopales a veces han erigido una comisión, cuya dinámica interna ha de trasladarse al conjunto de la conferencia. Quizás más ventajoso es el ejemplo de la conferencia episcopal italiana, donde los obispos se encuentran regularmente en pequeñas conferencias regionales y aprenden a conocerse fraternalmente.

Se ha de esperar así de las conferencias episcopales un doble fruto para la unidad de la iglesia. Por un lado ellas son un campo de ejercicio del consejo colegial y de la decisión en el sentido de la communio eclesial. Esto prepara a los obispos para trabajar en el caso que se diera en un sínodo o participar en un concilio. No pocos padres conciliares debieron, en el Concilio Vaticano II, hacer primero un proceso de aprendizaje de la colegialidad al margen del Concilio, hasta que esto pudiera cristalizarse en los textos del Concilio. Después del Concilio las reuniones continentales del CELAM mostraron y muestran que también la colegialidad y la communio es posible en un plano continental.

El otro fruto que ha de esperarse de las conferencias episcopales, es una consciente regionalización de la vida eclesial y una verdadera diferenciación en la unidad de la Iglesia. La vida concreta eclesial muestra, lo queramos o no, una mayor o menor diferenciación regional, ya sólo a causa de distintos presupuestos. Juan Pablo II por ello ha llamado a sínodos continentales que de todos modos fueron valorados como centrales. Sería deseable un encuentro de tales sínodos “desde abajo”, es decir, desde el lado de las conferencias episcopales, porque estos se encuentran en contacto con la realidad de la vida de los pueblos individuales. Una tal regionalización deberá, como ya el motu propio lo ha sugerido, tocar menos la doctrina eclesial que los problemas pastorales y sus correspondientes procesos. El ejemplo del CELAM muestra que de una regionalización pueden surgir impulsos también para otras regiones y también para el conjunto de la Iglesia, una nueva forma de communio eclesial.

5.Valoración de las conferencia episcopales por el Papa Francisco

Por ello no llama la atención cuando el Papa Francisco como sudamericano se encuentra inclinado a valorar las conferencias episcopales. Como presidente de la Conferencia Episcopal Argentina y como relator de cierre de la conferencia de Aparecida pudo experimentar cuán útiles pueden ser las conferencias episcopales. Su comprensión de la Iglesia marcó profundamente el encuentro de Aparecida[19]. Sus experiencias como superior de la Compañía lo prepararon ya desde temprano a la communio y colegialidad episcopal. En los capítulos y congregaciones generales de la Orden se palpa la communio de la comunidad. La tarea de los miembros de una orden de llegar a una más profunda comprensión de la unidad de la Iglesia ha de servir una investigación en curso. Un Papa, que era superior de una Orden, ha de tener otra mirada de la unidad y pluralidad que un profesor, un obispo diocesano o un miembro de la curia.

Dos datos pueden mostrar que el Papa Francisco desea claramente reconocer un mayor significado a las conferencias episcopales. Primero ha expresado varias veces que las decisiones y competencias, que hasta ahora eran una cuestión de la curia romana, sean dadas ahora a las conferencias episcopales locales. En recuerdo de su experiencia como arzobispo de Buenos Aires, escribe en Evangelii Gaudium: “No se trata de que el Papa sustituya a los obispos locales en la valoración de todos los problemas que pertenecen a su ámbito. En este sentido siento la necesidad de abrir una sana descentralización”(16). Respecto a esta descentralización el Papa piensa en primer lugar en las conferencias episcopales y no en los obispos locales. Esto lo muestra una advertencia más amplia: “El Concilio Vaticano II dijo, que de un modo análogo a las antiguas iglesias patriarcales, las conferencias episcopales pueden llevar adelante una ayuda variada y fructífera para concretar un sentido colegial. Pero este deseo no se cumplió plenamente porque no se formuló claramente en forma suficiente un estatuto de las conferencias episcopales, que se comprendan como sujetos con concretas competencias, y con una determinada autoridad doctrinal”(32)[20].

Una descentralización en beneficio de las conferencias episcopales parece haberse abierto en un doble sentido.Por un lado estos cuerpos locales pueden juzgar de una forma mejor, lo que en una situación dada es correcto y exigido para la Iglesia, que lo que piensa la Curia romana alejada, tradicionalmente en forma europea, por no decir italiana. Por otro lado, es sabio no dejar las decisiones importantes a un obispo individual, sino vincularlo en la comunidad de sus hermanos obispos, que por un activo intercambio pueden llegar a un juicio equilibrado.

Además, el papa Francisco ha hecho un paso importante y casi inadvertido respecto a la autoridad doctrinal de las conferencias episcopales. En Evangelii gaudium introduce frecuentemente expresiones sobre las conferencias episcopales como prueba de sus propias expresiones. Cita siete veces Aparecida[21], dos veces a Puebla[22], más allá dos veces a la conferencia episcopal de los Estados Unidos y Francia[23], y una vez la de Brasil, Filipinas, el Congo y la India[24]. Esto es algo nuevo en un escrito papal. Si hasta ahora eligieron estos documentos de conferencias episcopales o sus decisiones, en el sentido de atestación y citación del papa, Francisco por el contrario atestigua o ejemplifica sus expresiones por medio de las conferencias episcopales.

Desde hace un año se ha escrito mucho de una nueva primavera en la Iglesia, que seha abrir por medio del papa Francisco. Uno de los brotes más esperanzados de esta primavera es sin duda el impulso del papa para una valoración de las conferencias episcopales. Podrían ayudar a una realización de la imagen de Iglesia señalada por el Concilio Vaticano II.

 

 

 

[1] Obispo auxiliar emérito de Chur. Profesor de Filosofía Moderna en la P.U.Gregoriana.

[2]La fórmula cum et sub Petro se encuentra por primera vez en Communionis notio 14, de la Congregación de la Doctrina de la fe. Ella subraya el rol del Papa como cabeza del colegio de obispos, según Lumen gentium 21-25 y Christus Dominus 2-3, según la cual la communio eclesial es una communio hierarchica (Nota praevia 2,4 NB y CD 4).

[3] Cf. 1 Co 12; Col 1,18; Ef 1,23;2,16;4,15-16; LG 7.

[4]CIC (1917), can.292.

[5]Cf.Motu proprio Apostolos suos de Juan Pablo II (21.5.98) “Sobre la naturaleza teológica y jurídica de las conferencias episcopales”.

[6]CIC (1983) can.447-459.

[7]Relatio finalis del Card.Daneels, C, 1. Que el papa permitiera la publicación de esta relatio, en lugar de escribir un documento post sinodal, puede significar dos cosas: o deseaba valorar la autonomía del sinodo, o deseaba no apropiarse el hecho del sínodo y su communio. El desarrollo posterior hace sospechar lo segundo.

[8]Id. C 4.

[9]Id. C 5 con referencia a LG 23 y Ch.D.38, CIC (1983) ca.447.

[10] Id.

[11] Id. C, 8.

[12] Communionis notio 9 y 13. Este punto de vista no compartido por varios teólogos da a entender que Communio es en relación del creyente con Dios, donde aparece la mediación necesaria por medio de la Iglesia concreta particular (cf.3).

[13]Juan Pablo II, Ap.Suos, 14.

[14]Id. 12.

[15]Id.22 y Normas complementarias, a.1.

[16] Id.21,22.

[17] Id. 23 y n.compl. art1.

[18]Id.18 y n.compl. a.4.

[19]Aparecida es citada doce veces en Evangelii Gaudium y en el viaje a Brasil el Papa buscó la santidad en Aparecida. En su diálogo con los obispos se refirió ante todo a Aparecida. El diálogo con el comité de coordinación del CELAM aparece como el programa pastoral del Papa.

[20]Con referencia a LG 23 y Apostolos Suos.

[21]En los s. 10,15,25,83,122,124,181.

[22] En los n.115,122.

[23]Usa en n.64, 220; Francia en el 66, 205.

[24] Brasil en n.191; Filipinas en n.215¸ongo n.230; India en n.250.

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