2014 NoviembreLiteratura y FeSociedad

Breve itinerario: Erri De Luca

 Cristina Corti Maderna

 

Descubrir un autor como Erri de Luca es encontrar una inestimable cantera. Más allá de algunos autores clásicos de la época de mi facultad, sólo me ocurrió en los últimos tiempos un deslumbramiento semejante con otros dos autores: Gregor von Rezzori y Sandor Márai. Mi encuentro con el autor de origen napolitano ocurrió hace unos años a partir de su exquisito libro En el nombre de la Madre. Entonces escribí el siguiente comentario que me parece interesante transcribir para los fines de este artículo[1].

En la historia de la Salvación se conoce cómo, con amor, Dios revela su designio de Amor. Y con cuánta delicadeza Erri de Luca nos ofrece en este precioso texto, desde la voz de Miriàm, María, ese designio: la historia de amor que da sentido a la vida de nosotros, los humanos, porque une lo divino a lo humano, lo infinito a lo finito, la plenitud de riqueza a la radical pobreza.

Apenas nos asomamos al título de la obra, parecieran resonar las palabras que oyó San Agustín al convertirse: “Toma y Lee”: se trata del nacimiento de Jesús narrado por Miriàm/María, la Virgen Madre. Ante nosotros el acontecimiento. ¿Pero cómo narrarlo? Si por otra parte ya está narrado de manera definitiva e insuperable (Lucas y Mateo). El modo que acierta el autor nos lleva desde la prosa a transitar los límites de la poesía y la pintura, y también la música. Porque la obra se halla estructurada a la manera de una sinfonía en cuatro movimientos (que el autor denomina estancias, pequeños cuadros a ser contemplados) con un largo preludio (epígrafe, aclaración sobre las emes en hebreo antiguo, premisa y prólogo, p.11 a 21) y un postludio o coda final (tres poesías, p.101 a 107).

Comienza la ejecución del Preludio y, como si sonaran los acordes iniciales de Tristán e Isolda, se impone la tensión: “Acostúmbrate, hijo, al desierto” reza el epígrafe, en palabras del poeta ruso americano Joseph Brodsky. A continuación se nos muestra el diagrama y explica el significado de las dos emes del nombre de la madre: Miriàm. Son formas opuestas, “La eme final, mem sofit en hebreo, está cerrada en todos sus lados. La inicial está hinchada y tiene una abertura hacia abajo. Es una eme grávida” (p.13). Ya desde el título se disparaba la premisa que nos advierte se agrandará un detalle de los relatos evangélicos “En el nombre del padre: inaugura la señal de la cruz. En el nombre de la madre se inaugura la vida” (p.17). Y concluye el preludio bellamente con una poesía denominada prólogo, que hace alusión a la preñez de María “El viento se enroscó a su costado/ soltando la cintura dejó semilla en el regazo” (p.21). Es la visita del ángel en Adviento.

Todo está dispuesto para el sucederse de las estancias: vamos, para contemplar, tras los rastros de

La Anunciación (Primera estancia)

“En nuestra historia sagrada los ángeles tienen un cuerpo humano normal, no los distingues. Se sabe que lo son cuando ya se han ido. Dejan un don y también una ausencia. Ni siquiera Abraham los reconoció en las encinas de Mambré, los tomó por viandantes. Dejan palabras que son semillas, transforman un cuerpo de mujer en terrón de tierra” (p.26).

El sueño de José. Los desposorios. El ambiente en Nazaret. La noticia del censo en Belén (Segunda estancia)

“Teníamos que marcharnos y a toda prisa, Bet Lèhem quedaba lejos. Yo me sentía feliz de parir lejos de allí. Cualquier otro lugar incluso al aire libre, pero al resguardo de las mujeres de la aldea. Ninguna de ellas, ni siquiera una partera de Nazaret vería, tocaría al niño antes que yo. Aunque tuviera que apañármelas yo sola, era cien veces mejor que su presencia.

-Bendita Miriàm, qué buen carácter tienes, incluso en medio de este embrollo estás alegre y me das fuerzas. Ése ángel no sabía cuánta razón tenía al decirte bendita tú entre todas las mujeres, berukhà att ‘ miccòl hanashim”(p.60-61) .

El largo camino de Nazaret a Belén (Tercera estancia)

“-Es mejor viajar en invierno, los carros no levantan polvo, no se suda, ni moscas hay siquiera.

   Y Iosef me daba la razón, asintiendo con la cabeza mientras caminaba por delante del asno sujetando la cuerda del ronzal” (p.72).

(…) “Iosef me dejó junto al asna fuera de la ciudad y se marchó a la carrera. (…) Había implorado, había ofrecido el asna a cambio de un lecho, nada. Sólo quedaba un minúsculo establo donde había un buey. El animal, él por lo menos, acogió bien a los intrusos: al asna y a mí” (p.80)

El Nacimiento (Última estancia)

“- Me las apañaré, aquí estaré estupendamente. Has encontrado un lugar adecuado, cálido y tranquilo. Me las apañaré, Iosef, soy mujer para esto. Al alba te pondré sobre las rodillas a Ieshu” (p.80).

(…) “El buey ha mugido despacio, el asna ha sacudido con fuerza la orejas. Ha sido un aplauso de animales la primera bienvenida al mundo de Ieshu, hijo mío” (p.90).

(…) “Acostúmbrate al desierto que no es de nadie (…). No es exilio el desierto, es el lugar donde tú naciste. No vienes de un sudor de abrazos, de ninguna gota de hombre, sino del viento seco de una anunciación. No se fiarán de ti, tal y como estás hecho” (p.92).

(…) “¿Duermes? Sí duerme, no escuches a tu madre enfurecida contra sí misma, con el pánico aferrado a su garganta. Duerme, respira saciado, crece, pero poco a poco, lentamente, vive, pero a escondidas. Aguardo tu primera sonrisa para taparla, no sea que deslumbre al mundo y te denuncie. Duerme, mañana verás la primera luz de tu vida y tendrás a tu lado la primera sombra” (p.99).

(…) “Está empalideciendo la luz de la estrella, el día se acerca arrastrándose desde el oriente y desgozna la noche. Los pastores cuentan las ovejas antes de diseminarlas por los pastos. Iosef está en la puerta. Ieshu, niño mío, te presento al mundo. Entra Iosef, éste es ahora tu hijo” (p.100).

Así se cierra la última estancia o el último cuadro a contemplar. Y admiramos la carnadura que ha conseguido el autor para sus personajes santos, la pintura del amor respetuoso entre ambos, la reconstrucción de los diálogos entre María y José que nos introducen en la intimidad de su visión de los hechos, además del palpitar de la aldea de Nazaret, las dificultades del viaje a Belén con algunos detalles de su contexto histórico y las circunstancias que rodean el nacimiento del Niño.

Resulta notable cómo desde la ficción se puede recrear la historia y decir lo verosímil sin perder el dato objetivo. Aquí se repone un contexto pero no se modifica el sentido; se da un marco de referencia pero no se pierde el significado. Así el autor logra que veamos de un modo más auténtico lo real, y no es poca cosa, porque se trata de la historia más sagrada de todas.

Maestro en el arte de la elipsis –qué manera de decir sólo lo imprescindible y, por lo mismo, ser hospitalario con el lector- el autor cierra su obra con una coda final: tres cantos, ahora en verso. Canto a los pastores, canto de Miriàm/María y el último canto que titula Muda estaba yo.

Como otro don de la Navidad, este precioso libro de Erri de Luca no es sólo para ser leído, sino para escuchar y mirar y…rezar.

Ahora me propongo volver brevemente sobre el autor y parte de su obra restante, para examinar sólo tres aspectos: el hombre de fe, el autodidacta y la recuperación de la infancia, y algunas reflexiones sobre su estilo. Demás está decir que después de la lectura de En el nombre… nos abalanzamos hacia las librerías para ver qué otras obras traducidas al castellano existían en Buenos Aires. Fueron llegando a mis manos Los peces no cierran los ojos (2011), El contrario de uno (2003), Montedidio (2001), Les saintes du scandale, versión en francés (2013) para Le sante dello scandalo (2011), Tras la huellas de Nives, en el Himalaya con una alpinista (2005), El día antes de la felicidad (2009), Aquí no, ahora no (1989), Tres caballos (1999), El peso de la mariposa (2009), El crimen del soldado (2012). Finalmente un libro que es fruto de la familiaridad de Erri de Luca con las Escrituras sagradas en hebreo: Hora Prima (1997) y otro librito con una traducción comentada del Antiguo Testamento: La urgencia de la libertad, el jubileo y los años sacros en su origen según el libro de Vaikrà/Levítico, cap.25, vers.1-12 (1999).

A partir de estos textos -con sus fechas de publicación en italiano- y la lectura de numerosas entrevistas que se pueden visitar en Internet, anoto algunas impresiones.

El hombre de Fe

 

Me sorprendí leyendo el título del libro de un filósofo La fe de los sin fe (Simon Critchley) y pensé “es el concepto que debo desarrollar”. Menuda tarea. Porque tantas veces, ellos –los que supuestamente no tienen fe-, nos interpelan a nosotros -los que supuestamente tenemos fe-. No me estoy refiriendo a la fe natural, aquella a la que todos nosotros, por el hecho de ser humanos, debemos recurrir. Me estoy refiriendo a la fe sobrenatural “virtud teologal, infundida por Dios en nuestras almas, por la cual creemos todo lo que Dios nos ha revelado, y lo que la Iglesia nos propone para que creamos”, según la memoria que el catecismo de la infancia me alcanza.

Nuestro autor declara:

“No me considero ateo. (…) El ateo se priva de Dios, de la enorme posibilidad de admitirlo no tanto para sí mismo cuanto para los otros. (…) Dios no es una experiencia, no es demostrable, pero la vida de los que creen en él, la comunidad de los creyentes, sí es una experiencia. (…) No, no soy ateo. Soy uno que no cree. (…)Todos los días me levanto bastante temprano y releo el hebreo del Antiguo Testamento con obstinación y como algo íntimo. Así aprendo. Siento que los trocitos que voy perdiendo en la rutina cotidiana me son restituidos por una palabra que lentamente sale al encuentro de mi inmovilidad y me conforta con su contenido. (…)

En esta tarea permanezco como no creyente; soy alguien que lee las letras superficialmente e intenta traducirlas de algún modo, en estricta obediencia, a esa superficie revelada”[2].

Más allá de mi desacuerdo con la expresión “Dios no es una experiencia” (para cuántos lo es, más allá de lo demostrable), me conforta la constancia del autor y su humildad.

¿Cuántos de nosotros, los –supuestamente- creyentes, nos levantamos una hora antes de lo habitual para leer la Palabra de Dios? Sí, por supuesto los monjes. Y menos mal que oran por nosotros. ¿Cómo no conmoverse ante alguien que no se denomina ateo, pero sí agnóstico, y que busca y rebusca con afán, con ahínco al Otro, lo trascendente?

Me surge exclamar: Oh, Señor, perdona nuestra chatura!

En el Prólogo a Hora prima nuestro autor cuenta cómo sustraía horas a su sueño de obrero de la construcción para hojear las Escrituras sagradas. “Como un pastor rescata de la boca del león dos patas o la punta de una oreja, así serán rescatados del enemigo los hijos de Israel” (Am 3, 12). Y comenta ese versículo del profeta Amós afirmando que ha sido uno de los pocos obreros felices por levantarse de la cama un rato antes “pues esa hora primera era mi tesoro”. Le daba la impresión de retener algo de cada nuevo día antes de que el cansancio se lo impidiese y, como el profeta Amós, la hora salvada es como un trozo de oreja o una pata preservada del “desperdicio inexorable, devorador, del tiempo que se me ha confiado”[3].

Pero lo notable es que este versículo irritaba a un amigo suyo, porque reducía la salvación a unas sobras inservibles. A él, en cambio, lo consolaba, porque no todo se había perdido: Amós no se había descuidado, tuvo que luchar contra un enemigo más fuerte y puede brindar al dueño del rebaño una explicación. “La hora que yo he salvado del resto del día es el trozo de oreja o la pata que he conseguido preservar del desperdicio inexorable, devorador, del tiempo que se me ha confiado”[4]. ¡Qué lindo encontrar en alguien, que supuestamente no tiene fe, hablar del tiempo que se le ha confiado!

Participio presente es el título del primer breve capítulo de Hora Prima. Buen conocedor de las lenguas, Erri de Luca rescata lo que queda de esa forma verbal latina en las lenguas romances, sabe que denomina la parte activa de la relación: creyente, el que cree, el que ejerce el acto de creer y tiene la capacidad de realizar la acción que expresa el verbo del cual deriva. Entonces declara: “Creyente no es aquella persona que ha creído de una vez para siempre, sino aquella que, como denota este participio presente, renueva continuamente su credo. Admite la duda, se mueve en la cuerda floja de la negación a lo largo de su trayectoria. Y, es verdad, hay días en que el creyente cede, poco o mucho, porque esta es la apuesta más difícil entre todas las de la condición humana”[5] (el subrayado es mío).

Siguen dos párrafos encabezados por “Soy uno que no cree”. “Soy uno que no sabe responder”. Esta última afirmación está desarrollada a través del libro de Job. En algún momento, Job se dirige a Dios como a un tú. Súbitamente en el capítulo 7 del libro de Job se oye una invocación directa: “Recuerda que mi vida es un soplo”. Y entonces “comienza aquí el <tú>”. La importancia de este pronombre personal viene de la afirmación de Erri de Luca: “comento este episodio del <tú> en el libro de Job porque aquí reside, para mí, la profunda diferencia entre el que cree y el que no cree”[6]. La verdad es que para quien ha sido criada en la familiaridad con Jesús, y a quien le han enseñado de chiquita a cantar “Jesusito de mi vida, yo te doy mi corazón”, leer las palabras de nuestro autor fue una sorpresa.

“El que cree habla a Dios de <tu>, consiguiendo encontrar dentro de sí el verso, el grito o el susurro para dirigirse a él, el lugar, la iglesia, la casa o el campo, la hora para separarse de sí mismo y orientarse hacia el propio oriente (oriente, literalmente: lugar donde reconocer el propio origen, donde sentir la pertenencia y el vínculo con el resto de la creación). El que, como yo, no cree, puede hablar de esto porque lo lee en las Escrituras sagradas, lo encuentra a su alrededor en las vidas de los otros, de los creyentes, pero arrastra la distancia abismal de la tercera persona, que no es solamente lejanía, sino separación”[7].

Hasta aquí Erri de Luca. Y no estamos autorizados para ir más allá de lo que el propio autor afirma. Pero nos queda la posibilidad de interrogarnos. ¿Se puede escribir un libro como en El Nombre de la Madre sin siquiera un poquitito de fe? Se puede tener la delicadeza espiritual, la confianza y la humildad con que relata la historia de Miriam/María sin un poco de fe? Nos preguntamos si se puede prestar la voz en primera persona a La mujer de la fe, que “acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega (cf. Lc 1,38). En la visita a Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que hace en quienes se encomiendan a Él (cf Lc 1,46-55). Con gozo y temblor dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cf. Lc 2,6-7)”[8]. ¿Prestar la voz a la mujer de la fe desde la no fe?

Sin ánimo de responder las preguntas que cada lector asumirá, me parece oportuno señalar que en su obra Les Saintes du scandale, de Luca, cuando relata la historia de Tamar, la cananea (Gen.38) que quiere ser madre en la casa de Israel e inscribir su nombre en el pueblo del Dios único, afirma “En ella se despertó el entusiasmo de creer, sin ninguna invitación, solamente por contagio”[9]. ¡Bonita la idea de la fe por contagio! Anteriormente, en el capítulo 1, había señalado cómo de joven en su cuaderno anotó una frase de Hugo von Hofmannsthal: “La profundidad debe estar escondida. ¿Dónde? En la superficie (Libro de los amigos)”. Comenta que la anotó porque le parecía justa, sin saber exactamente de qué manera. “Ahora lo sé: en la Escritura santa la profundidad se encuentra en la superficie de las letras/células femeninas. El hebreo es profundo desde la primera mirada”[10].

Entre las múltiples huellas que deja un libro –como el que estamos citando- en relación con la Escritura, recojo una que me parece central para sospechar la posición del autor. Se trata de la historia de Bethsabé: “La historia de la Escritura santa se cumple en medio de la sangre y de la miseria y no en la paz de un convento. Ella progresa entre escorias y purificaciones, entre caídas y renacimientos. Reconocer aquí un hilo de providencia es menos razonable que reconocerlo en otras partes, y sin embargo debe de estar allí y el creyente, no yo, está llamado a pronunciar otro de sus dolorosos amen”[11]. No refuta la fe, les pide a los creyentes que den cuenta de ella, y se hagan cargo de la disidencia entre fe y razón.

No obstante el párrafo siguiente se ocupa del nacimiento de Salomón, el más notable de los reyes de Israel, y eleva una voz que pregunta: “¿puede servir de contrapeso a los crímenes?” Y más que preguntar suplica: “Que se pierda pues el hilo de la razón si al cabo de esta mezcla de acontecimientos sangrientos está escrito: “<Y Yod lo amó>, uno de los raros casos donde el sujeto precede al verbo. Este amor, la más fuerte energía de la naturaleza humana, perdona las faltas y hace subir al trono al más perfecto de los reyes de la historia de Israel. Bienvenida a esta lista Bat Sheva/Bethsabé”[12]. ¿No es esa casi imploración un deseo en espera, una espera creyente? Para reafirmar lo que queremos expresar nos espera en el siguiente capítulo María, la mujer de la fe.

Se titula Miriam/María, y se abre con las palabras del epígrafe –ya citado y comentado- “Acostúmbrate, hijo, al desierto” (En el nombre de la Madre). Y qué desierto, sin siquiera lugar donde nacer ni donde apoyar la cabeza. Ella también sufre una soledad que debe enseñar a su hijo. Profundiza el texto el amor de José por María. Nos enseña que iasàf (hebreo) viene del verbo agregar, o sea, literalmente “aquél que agrega”. Reflexiona entonces sobre la fe de José: “¿Qué? Su fe: él cree en la versión inverosímil de este embarazo. La verdad a menudo es inverosímil y tiene necesidad de entusiasmo para ser dicha y creída. José le cree a Miriam por amor y en amor creer no es ceder, pero sí agregar puñados de ardiente confianza”[13]. Frente a esta bellísima definición de la fe, nada que agregar.

El diálogo posterior entre Miriam y su madre acerca de la identidad del ángel: ¿cómo era?, ¿cuál era el color de sus ojos? ¿Qué edad tenía?, no tiene desperdicio. Retengamos las palabras de María: “Es así madre, ciega al exterior e iluminada en el interior. De este modo estoy, ahora. A medida que los días avanzan aflora sobre mi piel la claridad de la luz que llevo en mi cuerpo. Este pequeño ser que está en mí es una fuente luminosa”[14]. Prestar voz a la mujer de la fe, decíamos, a la que llamó a su creador criatura según reza un verso de un himno del breviario, es todo un signo. Con María se cierra el ciclo de las cinco mujeres bíblicas que de Luca examina en Les Saintes… Finalizado el texto de este capítulo noveno dibuja una letra Aleph como cierre del capítulo y del ciclo de las mujeres tratadas. Aleph es la primera letra del alfabeto hebreo y símbolo tradicional de los místicos de la Cábala. Representa para los judíos –según Gershom Sholem-, la raíz espiritual de todas las letras e implica todo el alfabeto. Está considerada por la tradición jasídica como símbolo de la voluntad de Dios, ya que probablemente sería la única letra que el pueblo judío escuchó directamente de la boca de Dios. Es símbolo panteísta, puesto que expresa literalmente una divinidad que manifiesta la totalidad del universo en un microcosmos[15].

Hago esta salvedad porque me resulta sugerente la aparición de la letra-signo-símbolo justo antes del siguiente capítulo del libro que se llama Navidad. Allí después de recordarnos a todos nuestra condición de mamíferos, por nacidos de madre exclama: “Bravo Mateo por reivindicarlas como madres del mesías (se está refiriendo al Evangelio de Mateo y su genealogía que incluye a Tamar, Rahav, Ruth, Bethsabé y María, las cinco mujeres que examina en Les saintes…), fijando sus nombres y sus amores necesarios en el tronco bendito, del cual no ha salido todavía la última palabra”[16].

Un poco sobresaltada por la última afirmación, que sólo comprendo en el sentido de que la historia no ha llegado a su fin, me interesa rescatar la mención del tronco bendito y del mesías, en boca de alguien que no cree y que no sabe responder. Por supuesto que llamar a Jesús fuente o manantial luminoso o mesías no significa ver en Él al Hijo eterno de Dios hecho hombre como nosotros, que murió y resucitó para salvarnos. Se puede ver en Él a un simple representante de la voz de Dios, o retener sólo algunos rasgos de la figura total de Cristo, más o menos humanos o divinos, reales o supuestos. No toda fe cristiana es una plena relación con Dios que se celebra sacramentalmente en la liturgia y se vive en la totalidad de la existencia.

Al principio nos preguntábamos ¿cómo es la fe de los sin fe? El último capítulo del libro sobre las mujeres bíblicas puede servir como metáfora de una incipiente respuesta. Allí nuestro autor relata la historia de un amigo suyo Ante Zemljar, poeta yugoeslavo, nacido en Croacia que perteneció a la resistencia luchando contra los alemanes y fascistas italianos que habían ocupado su tierra. Conoció sus prisiones y, más tarde, bajo el comunismo de Tito, fue nuevamente encarcelado por disidente y condenado a trabajos forzados que consistían en romper piedras con una maza de hierro, durante cinco años. Medía un metro ochenta y cinco y pesaba cuarenta y cinco kilos, “un esqueleto armado con una especie de enrejado y tendones”.

Ante le contó cómo había logrado resistir sus jornadas de trabajo: “Estaba persuadido de que en el interior de cada piedra por romper se hallaba encerrada una chispa prisionera. Con sus golpes, rompía la jaula y la liberaba: le hacían tirar las piedras rotas al mar, su fatiga no tenía que servir para nada, era simplemente una pena, nada más que una tarea de embrutecimiento. Pero él se inventó una finalidad secreta. E incluso, al final de la jornada, daba golpes para ver salir las chispas al aire libre. Un prisionero tiene necesidad de una razón más que de una plegaria o de una carta de su casa. Vale más que las calorías y el alimento, esa razón rescata el tiempo de la pena”[17]. Me gusta imaginar al hombre de manos encallecidas, por su condición de obrero, que fue Erri de Luca, como Mateo en la bella pintura del Caravaggio, San Mateo y el ángel, que está en la iglesia San Luigi dei Francesi, en Roma[18], inclinado sobre las Escrituras, tratando de penetrar la superficie de las letras –no ya romper piedras-, sorpendido por la visita del ángel que le señala una chispa que surge desde lo profundo. “Liberar las chispas prisioneras en el interior de la materia: no sé exactamente por qué hablo de Ante hacia el final de una historia de mujeres especiales de la Escritura santa”[19]. Son las palabras finales de Le Saintes du scandale. Nosotros, sus lectores, adivinamos el por qué.

El autodidacta y la recuperación de la infancia, la justicia y el perdón, su estilo

Para quien ha estudiado Letras y lidiado con las lenguas, la condición de autodidacta de Erri de Luca es algo para destacar. En una de las tantas e interesantes entrevistas, que figuran en el diario El País (y disponibles en Internet), dice haber aprendido el latín y el griego en la escuela pero el hebreo antiguo y el yiddish los aprendió por su cuenta y con una gramática. Están publicadas sus traducciones al italiano de algunos libros de la Biblia, y algunos versículos del Levítico en traducción castellana han llegado a mis manos.

Confiesa su interés por el hebreo ya que “es la lengua en que quedó fijado el monoteísmo del que viene nuestra civilización religiosa”. Se reconoce como un escritor en italiano, no un escritor italiano ya que napolitano de origen “nací y crecí en napolitano. El italiano era una lengua aparte. Se hablaba en casa por mi padre. Y sin acento. A mi me gusta porque era eso, una lengua paterna (…). Digamos que me mudé al italiano para escribir. Es mi lengua de residencia”, asegura en una de las entrevistas (El País 2-3-2012).

Como otro lugar de residencia, la infancia recorre numerosas páginas de su obra. Criado en Nápoles que no es para él una ciudad madre sino “una ciudad causa, y yo soy uno de sus efectos” -también lo es la lengua napolitana-, escribe su primer libro, quizás el más develador, Aquí no, ahora no en1989. Retoma para el título un reproche que le hacía su madre y agrega “Tenías razón, muchas de las cosas que me han ocurrido fueron errores de tiempo y de lugar, cosa como para decir: aquí no, ahora no. Pero en este cristal de autobús me doy cuenta de que estoy en una hora y un lugar para mí hace tiempo reservados”[20].

A través de unas fotografías, tomadas por el padre, va asomándose a su niñez napolitana. Este hombre nacido en los años cincuenta, vivió entre los nueve y los diecinueve, una época de desplazamientos. Se mudó, junto con su hermana, de barrios peores a mejores, “la pobreza acabó de improviso, a la vez que la infancia”[21]. Logran mudarse a una casa nueva, “la buena”. Atrás queda otra ciudad, donde también se oía hablar en dialecto pero “era oscura al fondo de un precipicio de gradas resquebrajadas”[22] .Los años difíciles después de la guerra que había dejado a sus padres sin bienes y sin la posibilidad de “ofrecer un refresco” fueron seguidos por las transformaciones “que desearon y por las que habían resistido”. “A nosotros, niños por orden de aparición primero yo y después mi hermana, se nos impartió una educación que a mí me pareció siempre acorde con la escasez de medios y de espacio: hablábamos en voz baja, estábamos a la mesa comedidos, tratando de no ensuciar los pocos trapos decentes Nos movíamos con disciplina en el pequeño aposento. Se prestó menos atención a estas costumbres en la casa nueva, pero yo las retuve siempre en mi corazón como signo de una mesura que ya no poseería nunca más entre yo y la porción de mundo que se me había asignado”[23].

Sin ánimo de contradecir al autor diría que la mesura es una de las notas primordiales de su estilo: concisión, sobriedad, cómo conmover con lo mínimo; arte de la elipsis afirmábamos antes. Resulta notable su habilidad para transformar el silencio en factor de articulación formal. No es de los autores que pierda de vista lo esencial y lo ignore. Todo por el contrario, hombre de montañas, es capaz de construir con su infancia un dominio de donde surge su identidad de escritor.

Así va evocando su tartamudez, los domingos y los paseos por la ciudad. A la mujer que los ayudaba en la casa: Filomena, que era su conexión con la Virgen “Tenía ese religioso intercalar que sometía todos los actos del día a la tutela de la Virgen ubicua; cualquiera que fuese el desplazamiento que yo le comunicase, me aseguraba que estaba acompañado”[24].

Filomé es la protagonista de un episodio en el que vale la pena detenerse pues tiene que ver, según mi opinión, con la idea del autor sobre la justicia y el perdón. Resulta que le roban los ahorros que tenía guardados en una caja de zapatos oculta en el baño de servicio. Con desesperación “hablaba sin ruegos a un chiquillo casi mudo. No he visto nunca repetición de tal confianza en mí. En ese momento debí comprender por primera vez que el daño es irreparable y que no hay manera de reparar un agravio por más que se haga después. No hay remedio aparte de no cometerlos, y no cometerlos es labor de lo más ardua y secreta en medio del mundo”[25].

Recuerde el lector esta anécdota cuando se asome a otra novela del autor Los peces no cierran los ojos (2012), donde regresa con encanto al descubrimiento del amor durante un verano. Cuando una banda de tres muchachos del barrio le propinan una paliza –celosos en la disputa por la misma niña-, el protagonista, en el fondo, se deja moler a golpes para ver “si esos golpes podían aguijonear el cuerpo detenido (…) Tengo que deshacerme de este cuerpo de niño que no se decide a crecer (…) Empezaron los golpes que no conté (…) Sé que no me defendí. Dolores sí, fuertes, pero también una calma testaruda desde el interior no me dejó gritar”[26].

Al día siguiente, cuando aparece en la enfermería – de un pueblo costero cerca de Nápoles- el carabinero con los tres chicos, acompañados por sus madres que le explicaban a la madre de Erri el motivo de la visita “Mamá vino a preguntarme si podían entrar. Me sorprendió su gesto de dejarme decidir. Era una consideración hacia una persona, no hacia un niño. Asentí con la cabeza”[27]. Lo cierto es que la víctima se niega a reconocer a sus victimarios y en el diálogo siguiente de la chica (en disputa) con el protagonista, aparecen enfrentadas dos nociones de justicia:

-“No debiste dejar que te hicieran esto –dijo endureciendo el tono. Abrí la boca para responder, me posó un dedo encima-: no digas nada. En la naturaleza es imposible que tres machos se lancen contra uno. Ésta es ahora una cuestión de la justicia. Sé que no has querido denunciarlos. Así la justicia resulta más difícil, debe inventarse un camino nuevo. Era mejor si cumplías tu deber de ciudadano y confiabas tu caso a la ley. Pero aquí, en el sur, preferís actuar por vuestra cuenta. Así que dime, ¿te vas a vengar?

-Ni soñarlo, me busqué yo sus golpes”[28].

Pero la diferencia no es sólo la ausencia del deseo de venganza; para el niño de diez años el daño no puede ser reparado con el castigo. “¿Cómo podía una justicia resarcirme de mis heridas?”. El propio cuerpo curará las heridas a diferencia de la sentencia de un juez, en la que cree la niña como en una necesidad. El cuerpo tenía que curarse por su cuenta “con las historias de mamá, con el libro que estaba leyendo, con los boquerones fritos, no con el carabinero , la acusación ni la ceremonia de la ley. No tenía las palabras perspicaces de ahora, pero era así, la justicia no hacía efecto en mí. Para ella era de primera necesidad[29]”.

Con todo reconoce su deuda con la chica por la importancia que tiene para él el sentimiento de justicia y porque le debe el descubrimiento del verbo amar. A cincuenta años de esa experiencia afirma que en esencia su idea de justicia es la misma “Para mi la justicia va asociada a la igualdad. Es un punto de partida, no una técnica. No como para la niña, para la que es una especie de itinerario, que va del delito a la pena. Ella pertenece a la sociedad, a la civilización, que se defiende del crimen con los procedimientos penales, en la que está clara una relación causa-efecto. Seguramente ella tiene razón, pero yo sigo siendo incapaz de ver esa conexión entre delito y castigo. Creo que cuando se comete el delito, ya no hay nada que lo repare”.

Traigo a colación esta larga cita de una entrevista reciente (El Cultural 14-3-2012) porque él reconoce que sobre este peculiar sentimiento de justicia que es el suyo no puede fundarse una sociedad: “yo acepto las reglas de esta sociedad, soy un huésped de ella, pero no la reconozco ni la comprendo”. Aquí los vestigios de una juventud de rebeldía.

También me llama la atención la postura del autor sobre el perdón. Se reconoce como alguien que no sabe perdonar “Yo no tengo capacidad de perdón: no sé perdonar, ni siquiera hacerme perdonar”. Entonces, en esa entrevista del diario el País citada, continúa contando una historia yídish de un viejo sabio que es invitado a Varsovia y, como nadie lo conoce y va desaliñado, lo tratan mal en el tren. Cuando lo reconocen en la sinagoga le piden perdón. “Él responde que los perdonaría gustosamente, pero no puede hacer nada porque al que deberían pedirle excusas es al del tren. La injusticia que cometes no se puede reparar, pero cada vez que no vuelves a cometerla has pedido excusas al del tren. Esto lo pienso ahora, de niño no lo entendía”.

Para redondear esta idea del perdón conviene detenerse en El contrario de uno (2003), obra donde relata “historias vividas, olvidadas y después recordadas sin nostalgia”. Con su prosa ajustada, concisa, siempre conmovedora, va desgranando sus tiempos de militante político, voluntario en África o sus aventuras alpinas. Una de las historias se denomina In Nomine y hace alusión a la fórmula con que el sacerdote absuelve los pecados. Se estaba preparando en una comunidad de voluntarios para adentrarse en las tareas que desarrollaría en Tanzania y “aprender a comportarnos bien en tierras de necesidad .Durante algunos meses, hicimos siendo laicos, vida de monasterio, con el tiempo escandido por las oraciones y las funciones religiosas”[30] . El afirma que seguía el ritmo con distanciamiento y no se adhería al culto “Estaba en espera del destino”. Un cura de su misma edad (30 años) estaba encargado de ellos. Hablaba con él, lo llamaba por su nombre, Andrea, y lo respetaba. “En aquella época pensaba que uno va a ver al cura para la confesión y a mí me faltaba y me ha faltado siempre, esa necesidad”[31]. Con todo un día se produce el siguiente diálogo:

Erri: No sé nada de tu derecho a perdonar, a liberar, no puedo reconocértelo. No puedes absolverme del dolor que he provocado y yo no remito a los demás las ofensas recibidas

(…)

Andrea: Qué va no arrancamos confesiones desde hace siglos (…) Que no quieres liberarte, pues lárgate con esa carga en tu corazón, pero yo, ante mi conciencia y el sacramento que me ha sido confiado, yo te absuelvo In nomine… -e hizo el gesto con los dedos tan rápido que no pude pararlo con las manos.

(…)

Erri: No puedes, Andrea.

Andrea: Sí”.

Termina la historia con el levantarse del banco del protagonista sin alivio y con pasos lentos, con el lastre que (según Andrea) quería conservar sobre el corazón. “Me había sobrecargado con una absolución más aplastante que un acta de acusación”. Parte para el África y allí enferma de fiebres. “Andrea me había absuelto, África no”[32].

Más allá de un comportamiento un tanto obstinado que nos recuerda cómo muchas veces es más fácil dar que recibir, comprobamos que una actitud de confesión sólo es posible a partir de un contexto de fe que lleve a aceptar y contemplar a Cristo en la cruz, y de la obediencia a un mandato del Señor que quiere regalarnos su gracia. Se ve que para nuestro autor la fe es una respuesta insuficiente. Unos párrafos antes de lo citado se preguntaba “¿dónde estaba él mientras Italia era un barrio en llamas, las cárceles estaban abarrotadas de insurgentes, las calles ardían de palabras icandescentes? (…) ¿Qué podía pedirme uno que no había estado allí?”.

Advertimos el reclamo de un compromiso con la acción antes que cualquier asunto de fe.

Que la escritura de Erri de Luca nace de la experiencia resulta evidente. Que es un escritor que se exhibe con reticencia y hasta pudoroso, también. Él declara que le da vergüenza inventar “tal vez por falta de imaginación, pero, sobre todo, porque me parece un exceso de confianza” (El País, 3-7-2004). Sus preguntas tan humanas y sinceras no son de fácil respuesta y merecen ser tomadas con la máxima seriedad. Me temo que no hay respuesta para muchas de ellas fuera de la fe, y ésta cristológica. Hans Urs von Balthasar afirma: “lo que se ofrece con el carácter fundamental de gracia libre no puede ser captado racionalmente jamás sin destruir su propiedad más auténtica”[33].

Entretanto prefiero llamar a nuestro autor con un verso de Neruda “albañil del andamio desafiado”[34], y elevar una oración por quien habiendo conocido en las cimas la compañía de los vientos tiene escrito:

“de la misma naturaleza que los rayos son los milagros. No surgen solos, sino por atracción hacia un punto que palpita, que está llamando. Entonces una energía de cascos al galope se precipita sobre algunos centímetros de un cuerpo y va a salvarlo. Los milagros son frecuentes, ordinarios. Sustentan continuamente la vida, y cuando ésta cesa, es porque ha dejado de emitir una carga piloto que sirve de guía al milagro. Uno muere cuando deja de preguntarse. El verbo de la vida es preguntar, tener una pregunta, lanzar el punto interrogativo hacia lo alto, anubado o despejado. Preguntar para forzar la soledad, en voz baja mandar lejos la pregunta, porque es el soplo y no el grito lo que va lejos. Preguntar, porque no preguntar es la rendición”[35].

Con la esperanza y certeza evangélica de que el que busca encontrará voy a cerrar estas reflexiones, por otra parte ya demasiado extensas. Me sirve la dedicatoria de El contrario de uno “A las madres, porque a ser dos se empieza desde ellas”.

Volvemos y nos instalamos en la infancia de Aquí no, ahora no y vemos emerger, nítida, la figura de la madre. No es una mirada idílica la que vuelve sobre ella; como en el caso del vidrio tallado, su mirada se refracta, pero su sonrisa permanece. Afirma que se aproxima a la infancia “con la ceguera progresiva de los años y sólo el amor hacia aquel mundo cerrado permite el intento de darle las palabras que no tuvo” y “si he seguido siendo católico es porque esta religión habla de una relación entre madre e hijo parecida a la que yo viví contigo durante toda mi infancia”[36]. Reafirma que ha seguido siendo católico –se trata ésta de una obra del año 1989, mientras que Hora Prima es del año 1997- pero “no he amado la religión. Para mí rezar nunca fue preguntar” El único sentimiento religioso que reivindica es el de la nostalgia y cuenta una anécdota de la madre que lo llevaba junto con su hermana a la iglesia, pero los dejaba solos y se iba a otro banco a rezar. La penumbra que lo separaba de la madre le causaba inquietud.

Con sensibilidad exquisita, como en un mosaico va recomponiendo otros momentos de su infancia. Hemos hecho alusión a la ciudad, a la lengua, a la dureza de las condiciones de vida y, ahora, a su madre. También aparece la figura de un padre un tanto lejano, pero al que respeta y le debe su distanciamiento de la espera “aprendí a no esperar”. En otras obras, como Montedidio (2001), se detiene más sobre la figura del padre, pero aquí la pregunta viene a partir de la madre:

  • “Si mamá no viene, tu la esperas
  • Claro

(…) Aquello que te importa, aquello que te vaya a pasar, no llegará con una espera”[37]. Es la respuesta del padre que lo desconcierta, pero que no ha olvidado. Todos los sueños de su niñez están albergados en la casa de la callejuela, y aunque llega a comprender el desahogo que significó, para sus padres, acceder a una casa “nueva”, para él, que escribe a cincuenta años de los hechos, la mudanza resultó una pérdida irreparable. Y está dicho con un cierto tono de reproche. Como también asegura sobre su madre: “Mal me entendía tu dolor” “Tú contabas y yo callaba” “Tú no me preguntabas nada”, velados reproches para los enfados con su tartamudez, con sus notas bajas cuando la adolescencia o cuando de niño rompía los juguetes. También recuerda los climas tensos de las mesas familiares –tanto en la casa de la callejuela, como en la casa nueva- y que sólo sabía romper Filomena. Las revelaciones de la madre, acerca de lo que “la gente hacía y sufría” con un único interlocutor “mudo y perfecto” –“un niño poco capacitado para hacerse entender, tal vez poco dispuesto”[38]-, revelaciones de madre que le contaba sobre las “cosas feas del mundo” y lo ponía “al corriente de noticias amargas”, revelaciones que también lo desconcertaban. El niño pensaba que se pretendía de él una respuesta sobre lo que la madre iba recabando del dolor de la gente: “Pero no me preguntabas. Entonces, no sé con exactitud cómo fue, comprendí que no era testigo de todo ese mal y del mundo, sino responsable. (…) No lo he hecho adrede: eso pensaba, con reiteración bajo la corriente de tus relatos. Era un fórmula buena para absolver a un niño, pero buena también para encadenar a un Dios a los males del mundo”[39]. Con todo, en las páginas finales de su primera obra, reconoce que “He sido persona en este mundo no sólo en los primeros diez años de vida, sino también en los siete del matrimonio”[40].

Porque a los treinta años se casa con una mujer, en contra de las opiniones de la madre. Da cuenta de frecuentes controversias con la madre a causa de ella, se casa, de todos modos, porque el afecto de esa mujer es sincero. No tienen hijos, ya que él no puede tener hijos, y cuando estaban empezando los trámites de adopción, ella cae enferma y muere. Su soledad, su desolación, hablan de la calidad del corazón humano de nuestro autor: “Fue mi porción esa mujer que había venido hasta mí. Edificamos satisfacciones, migajas de una fiesta menor pero continuada. Fue mi porción y no la cuidé “[41].

Erri de Luca es del estilo de personas que gustaban al zorro del Principito “tu es responsable de ce qui tu as apprivoisé”. Escuchamos ecos del versículo del profeta Amós, fue una lucha despareja, contra la fiera más fiera de todas y no pudo rescatar un trozo de la oreja o de la pata.

Pero se equivoca nuestro amigo porque nosotros, sus lectores, sí que rescatamos mucho más que trozos de humanidad, de inteligencia del corazón, de la lectura de sus líneas. Se le confió un don y ¡caramba! si se ha hecho responsable. Estas variaciones sobre un único tema, la infancia, se abren a poco andar con una frase “Una floración de reticencias preparaba su identidad[42]” (y se refiere al niño que era). Me gustaría hacerla funcionar como metáfora de su estilo, hecho de reticencias, que dejan transparentar un corazón, una humanidad y un escritor notable, el poeta que narra con encantador lirismo y sacude nuestros sentimientos sin caer jamás en lo sentimental.

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[1] Todas las citas se refieren a En el nombre de la madre , ed. Siruela, Madrid, 2007.

[2] Erri de Luca, Hora Prima , ed. Sígueme, Salamanca, 2011 p.7- 8.

[3] Erri de Luca, op cit., pág. 5-6.

[4] Erri de Luca, op. Cit. Pág 6.

[5] Erri de Luca, op. Cit. Pág 8.

[6] Erri de Luca, op. cit. Pág 11.

[7] Erri de Luca, op.cit. pág.11.

[8] Benedicto XVI, Porta Fide, Nº 13.

[9] Erri de Luca, Les Saintes du scandale, Mercure de France, 2013, p.40. [las traducciones son mías]

[10] Erri de Luca, Les saintes du scandale, op cit. Pág 16-17.

[11] Erri de Luca, Les Sainte du scandale, pág 66.

[12] Op.cit,idem.

[13] Op. cit.,pág 68.

[14] Op. cit.,pág 76.

[15] Ver María Adela Renard, estudio preliminar a Borges.Cuentos, Bs.As., ed Kapelusz, 1986, pág 123.

[16] Erri de Luca, op cit. Pág 85.

[17] Erri de Luca, op.cit. pág 95.

[18] Reproducida también en la liadísima edición en francés que comentamos.

[19] Erri de Luca, op cit. Pág 96.

[20] Erri de Luca, Aquí no, ahora no, ed. Akal, Madrid 2000, pág. 42.

[21] Op. cit. pág 7:

[22] Op. cit. pág 7.

[23] Op. cit.pág 8.

[24] Op.cit. pág 22.

[25] Op.cit.pág 25.

[26] Erri de Luca, Los peces no cierran los ojos, ed. Seix Barral, Barcelona 2012, pág 53-55.

[27] Op. cit pág 60.

[28] Op. cit pág 63.

[29] Op. cit. Pág 64.

[30] Erri de Luca, El contrario de uno, ed. Siruela, Madrid, 2005, pág 63.

[31] Op.cit., idem

[32] Op.cit. pág 65 y 66.

[33] Von Balthasar, Hans Urs, Ratzinger, Joseph, Por qué soy todavía cristiano, Por qué pertenezco a la Iglesia, ed Sígueme, Salamanca 1975, pág 32.

[34] Neruda, Pablo, Canto General, Alturas de Machu Pichu,

[35] Erri de Luca, Tras las huellas de Nives, ed Siruela, Madrid 2006, pág 84.

[36] Erri de Luca, Aquí no, Ahora no, op.cit. pág39 y 56.

[37] Op.cit. pág 53.

[38] Op.cit. págs 49-57-58-26 y 15.

[39] Op. cit. Pág 56-57.

[40] Op.cit. pág 84.

[41] Op. cit. Pág 48.

[42] Op.cit. pág 15.

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