(1900. Kassa – 1989. San Diego, USA)

Ferenc Szabó SJ[1]

Sándor Márai escritor, poeta, periodista nació en Kassa (hoy Košice en Eslovaquia). Su padre, Sándor Grosschmid era abogado. Terminó sus estudios escolares en Kassa y en Eperjes (hoy Prešov). Posteriormente se trasladó a Budapest y trabajó en el “Diario de Budapest”. En octubre de 1919, luego de pasar por Viena, se mudó a Berlín, y después a Frankfurt del Meno, para estudiar en la universidad. Inició una colaboración con la Frankfurter Zeitung. Enviaba regularmente sus cuentos al diario de Kassa. En 1923 se casó con Ilona Matzner (una mujer de origen judío); y juntos se mudaron a París. Sus escritos fueron publicados sobre todo en el periódico “Giornale”, nacido en ese año (fue corresponsal del diario desde París).

En 1928 regresó a Hungría. Fue largamente influenciado por Thomas Mann, a quien había anteriormente conocido en Alemania y por el mundo de los sueños de Gyula Krúdy. Su primer éxito se remonta a 1934: el primer volumen de las “Confesiones de un burgués”, un libro autobiográfico. Se convirtió en colaborador de la “Gazzetta de Pést”. Después de la segunda guerra mundial escribió ininterrumpidamente su diario. En los años 1945 – 46 hizo un largo viaje por Europa Occidental. En 1948 dejó Hungría, se refugió en Suiza hasta 1950, desde allí se mudó a Nápoles, para luego transferirse a Nueva York.

Desde 1960 vivió en Salerno, desde 1979 en San Diego. Después de la muerte de su mujer, seguida por la del hijo adoptivo, Márai se quitó la vida en 1989 (a meses de la caída del muro ndt), con un tiro de pistola en la sien. En 1990 se le entregó póstumo el premio Kossuth, el mayor reconocimiento del Estado húngaro. Sus obras más importantes además de su autobiografía son:

Los ciudadanos de Kassa (1942); Los rebeldes (1930); los resentidos (1947-48); La sangre de San Genaro (1957; Treinta Denarios (1982); ¡Tierra, tierra! (1972); Diario 1946-1957, 1968-1975, 1976-1983; Lo que quedó fuera del Diario (1945-46); Las brasas (1942). Esta, su última novela breve ha conocido, en los últimos decenios, un éxito increíble en toda Europa. En 1990 se inició la publicación de sus obras completas en Hungría.

Confesiones sobre “El Ulises de Kassa”. La búsqueda de la redención de Márai

“La obra no es sólo letra, signo del alfabeto, sino además comportamiento”. Esta afirmación la leo en la “Memoria de Babits” de Márai, en su confesión concisa y apremiante titulada “El Alma” en el “Libro memorial de Babits”. Podemos adoptarla también para Márai que en realidad ha hecho siempre confesiones, ha escrito siempre de sí mismo, de su visión del mundo y de su fe, más aún de su falta de fe, de su angustia y de su búsqueda de redención. Al menos durante sus peregrinaciones al exterior. “El Ulises de Kassa” podría ser denominado también como una especie de “homo viator”, según la expresión de Marcel: la metafísica de la condición del apátrida, para él se convirtió en el paradigma del destino humano. Viajó mucho después de dejar Budapest, pero para él fue más importante esa aventura interior espiritual, que confió a cada página de sus diarios y en otros libros como por ejemplo “La sangre de San Genaro” – quizás su novela más personal – o también en el cuento “Treinta denarios” que tiene como tema, la ya mencionada búsqueda de redención a propósito del “drama” de Jesús y Judas.

Antes de desarrollar más extensamente todo esto, querría señalar junto con Valéry (que es citado asiduamente por Márai en las notas de sus diarios): cuando el escritor ha publicado su obra, quiere decir que ha quedado expuesto a las interpretaciones. Valéry escribió a propósito de la interpretación de “Cementerio Marino”: “No existe nunca un verdadero sentido de un texto”. Aquí el autor no tiene autoridad. Cualquier cosa que “haya querido decir”, ha escrito eso que ha escrito. Un texto, una vez publicado, es similar a un aparato, que cualquiera puede utilizar siguiendo las instrucciones, según le parezca y como más le guste: No hay seguridad de que quien lo redactó lo haya utilizado mejor que los otros.

Cuando después de su trágica muerte releí una de sus más bellas novelas “La sangre de San Genaro”, publicado por primera vez en 1957 en alemán en la edición de Griff, estaba molesto porque él con gran precisión “previó” su destino, desde atrás de la cortina de hierro se refugió en los alrededores de Nápoles; después se refugió en el suicidio de la figura del héroe, en la conversación evocada del cura y de la conviviente.

La conviviente cuenta así una de sus conversaciones (el héroe se refiere al suicidio de Stefan Zweig, Toller, Majakovskij y al suicidio del hijo de Thomas Mann): “…Zweig creyó en una Europa que un buen día había dejado de existir”… Toller y Majakovskij creían en la revolución, y un día entendieron que esa revolución no existía… Y también los otros, aquellos que por una razón o por otra lo habían hecho, habían entendido. Y él había llegado a las mismas conclusiones, me dijo. ¿Qué le respondí? En estos casos es muy difícil responder. No se pueden oponer razones, cuando en el corazón de alguien se coagula la sangre…

Le recordé el milagro que habíamos visto esa mañana, le recordé que esa sangre, similar a un pedazo de pescado, en un momento había fluido en el corazón de alguien antes de coagularse… y que con la fuerza del milagro había conseguido imprevistamente licuarse y hacer borbotones… Le pregunté si no creía que también en nuestro corazón, antes o después, podría licuarse la sangre coagulada… todo aquello que vivimos, nuestro pasado mortífero, un día comenzará a licuarse y a vivir, como la sangre en el relicario de vidrio… dijo que no lo creía. El mundo se puede redimir sólo con un sacrificio, repitió…”

Márai no pudo creer en el milagro del que la licuación de la sangre de San Genaro es sólo un símbolo. No obstante este Ulises apátrida, viajero continuo de paisajes espirituales, homo viator, que ha peregrinado a través visiones del mundo, religiones, culturas, buscando el sentido de la vida y la redención, a veces, cuando no siguió sólo su mente aguda, escéptico-crítica, sino también su corazón, intuyó la trascendencia, ese algo “distinto” de lo que confiesa en la solapa de la tapa de “La sangre de San Genaro”: “Soy viejo, no creo en nada. Pero debo decir que en decenios pasados, a veces entre el transcurrir de una cotidianeidad, tan rutinaria que asustaba, debía repensar a aquello que la mujer había dicho en la novela (“Hubo aquí un circo, la superstición pero también otra cosa”). No sé si “el milagro” existe. Pero ahora, hacia el final – no solamente el final de la novela, sino también de tantas otras cosas – de nuevo me vuelve a tentar la sospecha, que existe “ese algo” más allá de lo palpable y de lo que se percibe. Puede ser que se trate de una fijación. Puede ser solamente una vileza. Pero es así, y por eso lo escribí sobre el papel…”

También acá pone a prueba “el hombre fuerte” de Nietzsche, el espíritu pagano que retiene cobarde la fe religiosa. Márai muchas veces ha recurrido a Nietzsche; por ejemplo cuando ha pensado en la muerte o en el suicidio en esta nota de su diario de 1976: “Nietzsche ha proclamado que “el hombre fuerte en el momento justo”, no evita la muerte, no la siente una debilidad si se extraen las consecuencias de la caída (personalmente él no consiguió “morir en el momento justo”). La moral cristiana considera pecado el suicidio. Los japoneses – como Nietzsche – lo consideran necesario” (Diario, 1976-83. p. 10).

Leemos en “La sangre de San Genaro” que el héroe hace mucho tiempo se había preparado para el suicidio. Quería que la mujer le hiciera la punción con morfina, porque él no se sentía suficientemente fuerte. “No había ni una estrella en el cielo… y el cielo napolitano sin estrellas puede ser horroroso. No se veían ni el Vesuvio ni el mar. Estábamos solos. Después de medianoche me habló: me pidió de matarlo, lo pidió sobriamente. (…) Dijo que para cometer un suicidio se necesita una gran fuerza, la fuerza de la locura… Muchos médicos creen que cada suicida sea un loco, en ese momento… Pero él no era loco. Era sólo un hombre que no tenía la fuerza de hacerlo, y me había pedido el favor de matarlo…”

El suicidio, como también la muerte, es incomprensible, porque es un misterio. Esto lo sintió bien Márai, que en 1981 anotó en su diario (Diario, 1976-1983, p. 114). “A la muerte – como al Universo – no se le puede acercar la razón. No tiene “sentido”. Existe solamente como lo hechos sin condiciones, sin sentido”.

Acá me viene en mente Albert Camus, que meditaba sobre el absurdo. Con él Márai simpatizó bastante, lo citó mucho, muchas veces le dio la razón. Camus, el hombre que se rebela contra el absurdo en el inicio de “El mito de Sísifo”, hace esta afirmación: “Existe un solo problema filosófico serio: el suicidio. Decidir si la vida vale la pena o no, de ser vivida, esto quiere decir que damos respuesta a la pregunta más fundamental de la filosofía…” Esta es la pregunta de Hamlet: ¿ser o no ser? Camus en cambio resume los comportamientos del suicida, observa: el suicida con su gesto prueba solamente que él mismo no encontró el sentido de la vida. La vida tiene que tener un sentido, pero él no lo ha encontrado.

Conocemos el mito de Sísifo que Camus cita al final de su libro: vemos al héroe mítico a los pies de la montaña con la roca. Camus, que mas tarde habrá de superar esta visión del mundo, observa: “Debemos imaginar que Sísifo es feliz”. Es un magro consuelo, una posición absurda. Parece que en algún momento también Márai haya afirmado lo mismo, cuando superado el cristianismo y el budismo (rechazó la escatología de ambos), en 1976 anotó en su diario que al final la más simpática es la sabiduría del mito griego “que asume el precio del ser y lucha sin “la esperanza de la victoria”…” (Diario, 1976-1983. p. 30).

De su no creencia y de su pesimismo podía ser sin duda una fuente su racionalismo. Exploró el misterio del universo (a partir de la paleontología de Teilhard y su teoría de un evolucionismo hasta los secretos del mundo de las estrellas), y también la genética, se interesaba de cada problema de ciencias naturales; como también del curso de la historia (amaba Toynbee), del desarrollo y la decadencia de las culturas (Spengler), de las estructuras políticas, de la sociología religiosa, de la psicología, de la mística…, en un palabra todo lo que puede iluminar al hombre y su destino. Aceptó en cambio sólo aquello que entendía. Consideraba la fe una debilidad o una enfermedad, o también una superstición primitiva. Aunque si “concedió la gracia” en un cierto sentido a San Francisco de Asís y a Santa Teresa de Ávila. Y naturalmente a Jesús, “al genio de la misericordia”. En esto no siguió al loco de Nietzsche, que en sus celos injurió al Nazareno, oponiendo Dionisos al Crucificado.

En “La sangre de San Genaro” el cura franciscano cuenta así una de sus conversaciones con el héroe: “Le pregunté qué entendía por el término redención… continuó el fraile. Me contestó que no podía decírmelo con precisión, pero que había examinado cada posibilidad. Había pensado incluso esa idea – la llamó así, idea… – fuera una suerte de obsesión maníaca, uno de los síntomas de la paranoia. Todos aquellos que hasta hoy han manifestado, a sí mismos y al mundo, una exigencia tal eran individuos enfermos. Dijo exactamente así. Le pregunté si pensaba que también Nuestro Señor Jesucristo estuviera enfermo… Me contestó que no lo creía. Jesús era sano, un hombre armonioso y superior… dijo así. Y agregó que Jesús no sostuvo jamás ser el elegido de Dios para redimir el mundo. Es más, Jesús sufrió siempre porque tenía consciencia de poder ser el Elegido y hasta el último instante, hasta en la cruz, sufrió porque había simplemente soportado su grandiosos rol, sin nunca haberlo reclamado” (p.15).

Todo esto, lo veremos, lo elaboró más ampliamente en “Treinta Denarios”. Pero ahora volvamos nuestra atención a otro momento que para Márai (igual que para Jesús, para Judas y para otros de sus héroes) es decisivo: el miedo, o mejor dicho, con la expresión de Kierkegaard: la angustia que es el vértigo de la libertad. Pienso que también esto haya tenido relación con su suicidio. Al final de los recuerdos Tierra, tierra, después que el tren expreso Arlberg partió de Budapest, después del último control, parte nuevamente del puente de Enns: “La noche era silenciosa. El tren partió sin hacer ruido. Después de algún instante dejamos el puente viajamos en la noche estrellada hacia un mundo, donde no nos esperaba nadie. En ese instante – la primera vez en mi vida – verdaderamente sentí miedo. Entendí que era libre. Comencé a tener miedo”.

En “Treinta Denarios” que al mismo tiempo es un ensayo sobre Jesús (este es el que escribió primero) y un relato sobre Judas, el tema central es el de la redención; la idea de la “traición” a propósito del papel y del drama de Judas – para mí – es sólo secundaria. (Dije ensayo y relato por- que en realidad el libro no puede ser clasificado en el género convencional de “novela”, es más bien un estudio preparatorio, por lo menos la primera parte podría ser considerada una serie de largas notas de un diario). El film se pone en movimiento sólo a la mitad del libro, cuando Jesús aparece y Judas entra en escena. Para trazar la situación histórica, la historia de las ideas, la atmósfera y las coordenadas de espacio y tiempo, Márai utiliza sobre todo la Sagrada Escritura. (Es más fiel que el Ulises de Creta por ejemplo, en la novela “la última tentación” de Nikos Kazantzakis en el cual se basó el controvertido film de Martin Scorsese. La novela de Jesús de János Kodolányi “Yo soy” (en el cual aparece Jehuda bar Simón-Judas) me parece todavía más fiel que el cuento de Márai donde descubro a Ernest Renan y su fuente, la exégesis y la hermenéutica de Jesús del liberal David Friedrich Strauss. Marái utilizó también numerosas fuentes profanas. En realidad él no es un exégeta, ni un historiador, ni un teólogo. Como artista, como escritor trata de captar y describir la bella figura única de Jesús, y lo consigue a nivel de la literatura. La identificación poética es el “corazón” de Pascal, la intuición lo ayuda a acercarse al misterio de Jesús, la encarnación de la misericordia.

“Jesús, desde el principio – más precisamente desde el inicio de su vida pública – se inquieta por la pregunta: “¿Cómo se convierte Dios en hombre?”… Esta pregunta es la sustancia de su vida, es su misterio. Después “estuvo invadido completamente por la atemorizada conciencia de que el único Dios, el Innombrable, es uno mismo con el hombre”. “En el mundo pagano helenístico, judío, Jesús es el primer hombre que no “cree”, pero sabe que Dios tomó la condición humana. Y esta conciencia no lo marea y no falsifica su personalidad: permanece hombre, continúa viviendo en armonía con el misterio en su corazón. La figura irradia esta armonía particular, en seguida en el primer momento que aparece en el escenario de la historia. (…) El Misterio significa que más allá del destino de judíos y paganos existe una solución común para los hombres. Y así se presenta y aparece la figura, en modo terreno y tangible para el Tomás de todos los tiempos. También en su humanidad es sobrehumano, por qué ha encontrado a Dios, que en él se convirtió en hombre. Él sabe que es así y los otros así lo creerán más adelante”.

Con estas líneas termina el estupendo capítulo titulado “La figura” que es pura poesía. Es la confesión de Márai de la búsqueda de Dios, de la búsqueda de sentido y de la salvación; de esa humanidad que durante siglos se ha creado innumerables rostros de Jesús. “El rostro del Nazareno, como la humanidad lo ha visto, lo ha creado, lo ha expresado y lo ha conservado: es la visión de la conciencia. (…) Se necesitaba un rostro en el gran museo de las figuras, un rostro sobre el cual el remordimiento humano dibujase los rasgos de la misericordia, del sufrimiento compartido, de la compasión. Los rostros de Jesús modelados en las distintas épocas “se convierten uno en el otro, nunca representado y nunca expresado, el rostro humano que es el único oficial y que se ilumina en el fondo de cada alma angustiada, cuando el hombre piensa haber perdido la vida y no puede esperar en la ayuda de las personas. Así obra en estos casos la imaginación inspirada por el peligro, como el sistema nervioso de los artistas: empieza a crear. Ha creado este rostro. Por este motivo este rostro es “auténtico”.

En la primer parte de su libro, Márai, como si imaginara que la fenomenología del fenómeno de Jesús ilumina el eidós, la forma del hombre divino, como aparece en su belleza. Está claro que no se trata solamente de la proyección del deseo humano y de la obra de la imaginación. En esta representación, en esta “creación” las Escrituras y la tradición cristiana fueron siempre puntos de apoyo. Hans Urs von Balthasar, un gran teólogo suizo, en su estética teológica titulada “Herrlichkeit”, se acerca a la Figura de Jesús por el lado de la belleza, de la “Gloria” –naturalmente con el inmenso saber del experto. Se puede discutir si es teológicamente válido todo lo que Márai dice a propósito del despertar de Jesús sobre la conciencia de su identidad de Dios-hombre. Este misterio más allá de todo es la cruz de los teólogos. Pero en el acercamiento a nivel artístico podemos considerar auténtica la expresión de las reflexiones del novelista. Después de este acercamiento hay todavía lugar para sucesivas reflexiones, y sobre todo para un paso decisivo: el de la fe. Porque el fenómeno Jesús es un desafío y una solución. Desafío, invitación a la fe. Después de la elección es también una solución. Por que “las palabras del Verbo, dieron nuevo significado a todo”, no sólo en Palestina, sino en los horizontes más universales. Lo que resuena de Jesús en el tiempo: “es la pregunta que inquieta las almas apasionadas y creyentes: la relación de Dios con el hombre. Dios que no “llama” al hombre, ni siquiera habita en él, sino que se convierte todo uno con él… Y en todo esto hay algo de aterrador para el hombre”. Jesús, cuando proclamó que existe la resurrección, sacudió un sentimiento de vida.

Veamos ahora el otro personaje del drama: el antagonista de Jesús, Judas, Que entra en escena o bien se conecta con la historia poco después de la aparición y el bautismo de Jesús. Márai está interesado sobre todo en el rol, en el tipo, en el “Traidor” que está siempre presente en la historia como escriba, como sacerdote, como revolucionario… En la última página de “Treinta Denarios” nos enteramos por la nota de Márai que había comenzado a escribir el libro “una generación antes, en un departamento roto e improvisado en Budapest”; el manuscrito amarillento se lo llevó al exterior. “Muchas veces atravesó el océano”.

Judas, proveniente de la “ciudad”, es el que no sigue con fe ciega al Nazareno como los humildes pescadores, debe tomar una posición destacada contra al Profeta. Combate entre la fe y la duda. Después de una sabia conversación con el publicano Levi, que después se convierte en el evangelista Mateo, se convence de que Jesús no es el mesías que él esperaba. Se decide a traicionarlo. También para liberarse del miedo, de la duda, de la angustia que deriva de la inseguridad. Cuando superó el umbral del jefe se los sacerdotes Anás, “su cuerpo se llenó de esa serenidad que el hombre siente cuando cumple su rol”. Aún si antes dudaba si mezclarse o no en los acontecimientos. “Esta excitación se asemejaba a la inquietud del peregrinar, ese estado extraordinario de los nervios, donde el “profano” y el “creyente”, encuentran el gozo anticipado y la alegre sensación de la vida de las personas que van a lugares desconocidos, liberándose del ambiente y de la rutina cotidiana y mezclándose con la angustia y el miedo. Porque el resorte más profundo y más secreto de todos los peregrinajes es el miedo: un hombre parte de su casa con una bolsa, la mujer y el hijo, porque tiene miedo. Empieza siempre así. Aún cuando va en búsqueda de un tótem. También hacia una imagen pía que promete un milagro. También a la fiesta de los judíos, va hacia el rito y hacia el Sin Rostro. Pero ahora también el miedo irradiaba distinto de la gente: no era simplemente temor de Dios, ni siquiera la emanación, la agitación del peregrinar. Judas olfatea. Jerusalén vive en angustia desde hace días. La noticia que el Nazareno vino a la fiesta y ha hablado en el Templo (…), las noticias no podían ser juzgadas precisamente, porque cada uno decía una cosa distinta… pero se podía olfatear la espera, como un olor corpóreo: el vapor del miedo nadaba en las callejuelas, como el humo y la niebla. Judas superó a las personas gimientes y a veces harapientas. Quizás esperan el Mesías, pensó. Pero quizás esperan que el temblor del miedo se aquiete en sus entrañas y finalmente suceda algo maravilloso, o tremendo e inexplicable, pero que suceda finalmente algo. Y entonces el miedo, que carcome su carne, se disipará.

Lo que dice sobre el rol de Judas – mutatis mutandis – Márai lo utiliza también para el rol mesiánico de Jesús. Aquí reconozco claramente el efecto del Jesús de Renan. (Además el escritor hace una vez expresamente referencia al nombre de Renan). Eso que podemos leer sobre el despertar de la conciencia mesiánica de Jesús y sobre la aceptación de su rol, recuerda en gran parte – como ya he señalado – la interpretación crítica de la Sagrada Escritura y precisamente a Strauss, que fue una de las fuentes de Renan.

“Aquí hay un hombre que de todos modos no quiere salvar una nación, sino la humanidad. No quiere cumplir la ley sino cumplirle a Dios. Aquí estaba el Mesías, delante y entre ellos. Extraño, pensaron y temblaron. Las mujeres y la gente simple, los apóstoles –pescadores, instintivamente sienten que Él es el Mesías. Entienden con el corazón – explica Márai – haciendo referencia al “corazón” de Pascal. El escriba “docto” Judas, filosofa, no puede creer tan fácilmente. Los hombres perciben que en la figura de Jesús – en la figura humana – encuentran algo de sobrehumano. Después dirige su mirada hacia el nuevo profeta, hacia Jesús, el “Hijo del Hombre” que tendrá dificultad en aceptar su rol. Durante todo el tiempo tuvo “sacudidas interiores” – explica Márai. “Su comportamiento es heroico y coherente: aceptó su destino, de ser él el Mesías, lo aceptó como un sacrificio horrible. Entre tanto se encendieron minutos y momentos de miedo. Y no sólo la tortura le dio miedo, sino también el sufrimiento y la muerte. No tuvo miedo sólo de la crueldad bestial de los hombres, de los malos entendidos, de la burla. También de eso tuvo miedo porque era hombre. En su ser había superioridad y orgullo, orgullo impaciente, que se volvía contra todos aquellos que no creían en él, o no creyeron lo suficientemente rápido, y sin condiciones. En estos casos, nerviosamente y sensiblemente, enseguida culpó y juzgó, es más, también amenazó. Pero estos cortocircuitos humanos se disolvieron en la conciencia que era más profunda, mas orgánica en su ser, respecto a todo lo que el hombre pueda argumentar, sabiendo que él es el Mesías.”

Según Márai, Jesús acepta el rol fatídico del Mesías, que es único en la historia. (¡En realidad cumple el mandato recibido de su Padre, según el Evangelio!).

“Y este rol no fue aceptado autoritariamente, sino fatalmente. Es por eso que le da escalofríos. No es sabio, como Séneca o Sócrates. “¿En qué cosas era un genio Jesús? ¿Cuál fue su “genero”? No era ni filósofo, ni escritor. Era un poeta, que no se expresaba en obras, sino en un gran rol. Era poeta en su ser, en su comportamiento y en sus manifestaciones. Jesús, cuando su rol se purifica de todo lo que es temporáneo y humano, será el genio de la misericordia. Genio en la misericordia y genio en la gracia. “Jesús no es pretendiente al trono sino redentor. Este “rol” lo cumple sin dudas fatalmente”.

La teología rechaza este fatalismo. Es totalmente otra cosa la elección y el mandato que Jesús, el Hijo, cumple obedeciendo al Padre.

Pero Márai lo vio así. Dos destinos, dos dramas, dos roles: El de Judas y el de Jesús. No podemos saber por qué Judas traicionó a Jesús. “¿Por qué lo odia? Anás se echó a reír, resoplando: – No lo odia. – ¿Entonces por qué lo traiciona?…El sumo sacerdote calló, como si evaluara si valía la pena responder. Con una sonrisa sin dientes miró las brasas entre los leños de cedro. Se respondió a sí mismo, como quien durante una larga vida aprendió que no vale la pena ponerse a discutir con los hechos y con los hombres. – Por qué entro en él el diablo. Y se sentó cerca del fuego.” Después durante la noche sucede la traición misma. La captura de Jesús. Un panorama cósmico: el paisaje del Mediterráneo de entonces, es decir la tierra conocida, todo, todos son envueltos en la noche profunda: Judas y el emperador de la China, Roma y Nápoles con Capri, Gamaliel y Saulo. Judas, luego de haber cumplido su rol histórico, después de haber entregado a Jesús, que poco después oirá los gritos de la muchedumbre: ¡Crucifícalo!, desaparece en la noche. Anás continúa reflexionando sobre el por qué lo habría hecho: dinero, celos, sed de éxito… Todo esto no dice más que la Sagrada Escritura: Porqué entró en él el diablo. Mysterium iniquitatis.

Y Saulo se prepara ya a ofrecer sus servicios al Templo de Jerusalén. Quiere actuar, porque el pueblo elegido de Yahveh está amenazado por un peligro: Por todos lados inicia el contagio por parte de los cómplices de la nueva doctrina, los secuaces del Nazareno.

Jesús dice: “quien los mata piensa de hacer un servicio a Dios”. Puede ser que también Judas quisiera proteger la causa de Yahveh, como ahora Saulo. Pero entonces ¿por qué el Iscariote se convirtió en traidor y suicida, por qué Saulo de Tarso devino un apóstol convertido, portador del anuncio de Jesús? ¿Son elegidos o predestinados? Y también esto, Dios no determina la libertad para el mal. En apariencia el suicidio y el martirio se asemejan en un modo fenomenal, y al mismo tiempo son absolutamente distintos. El suicida rechaza la vida, el mártir la ofrece por los demás, por una idea, por ejemplo la libertad. El suicida odia: a sí mismo, a Dios, al mundo, por esto es un asesino, como Satanás, como escribe Juan. El mártir, como también Jesús, entrega su vida por amor a sus amigos y por sus enemigos. Muere también por Judas. Y este su amor será hasta el final su resurrección. Su cruz es ya su exaltación. Porque el amor es más fuerte que el odio y que la muerte. El Resucitado hace caer después a Saulo en el camino de Damasco, y será el amor a Cristo lo que empujará a Pablo a anunciar el crucificado y resucitado Cristo en los paisajes del Mediterráneo hasta Roma, donde dará su vida por Cristo. “¡Me amó y se entregó a sí mismo por mí!” – grita Pablo. También yo lo amo y sacrificio mi vida por Él, es esta la respuesta. También este es el misterio, como aquel de la maldad, mysterium caritatis.

Márai, en una nota de su diario de 1961 (Diario, 1958-1967) reflexiona sobre el libro de Karl Jaspers, titulado “La bomba atómica y el futuro de la humanidad”. Aquí el filósofo alemán existencialista hace referencia a la revolución húngara del 1956, diciendo que esta última tiene un efecto pedagógico. “los mártires aumentan la fuerza de quien viene después de ellos y siguen su ejemplo…” Y aquí sigue la observación de Márai que se ocupó tanto de la redención que deriva del sacrificio, intuyendo el misterio, aunque si no era capaz de creer: “el sentido final del sacrificio es siempre místico, y el deseo de la libertad puede causar una explosión como una bomba atómica. Jaspers escribe que el anhelo de libertad “ennoblece un pueblo, ennoblece también los individuos…” Este tipo de “nobleza” se puede observar raramente también en la emigración. En aquellos que dejaron su madre patria, aunque no tenían motivos personales para hacerlo. Pero no podían y no querían vivir sin libertad. Esta es la nueva nobleza.”

Sin duda, el escritor aquí pensaba en sí mismo.

En el impresionante Necrológico de Muerte describió así su suerte:

Soporta que allí no eres más hombre, solo enemigo de clase,

Soporta que aquí no eres más un hombre, solamente un número en una fórmula,

Soporta que Dios soporte esto y el cielo salvaje y tempestuoso

No manda rayos, la sabiduría es útil…

Y para terminar como epitafio este autorretrato:

Nací a las ocho de la noche, soplaba el viento.

He amado Kassa y la poesía,

Las mujeres, el vino, la honestidad

Y la razón, que habla al corazón.

No he amado nada más. Todo el resto es misterio

No imploro y no sean misericordiosos.

 

“ORACIÓN”, Roma, noviembre 1956, invocación de Sándor Márai.

(Después de la represión de la revolución del ’56)

“No es por casualidad que estaba de pie en esta iglesia (en la iglesia de san Pedro) y estaba delante de la Piedad. Este rostro serio, sin emoción que fue modelado así por Miguel Ángel, fue una respuesta. El rostro dijo “No hay otra solución fuera de la misericordia”. Y el rostro mudo de piedra desapasionado lo dijo casi con indiferencia. Comprendí que ahora nada puede ayudarnos sino el amor, Pero no el amor lastimero, entusiasta, sino más bien la misericordia competente, ejercitante, tenaz.

Ahora todavía por mucho tiempo debemos aprender a ser misericordiosos en modo competente. Debemos sobrevivir. Pero nosotros no podemos luchar con las armas contra el Maligno. Recité le Padre Nuestro. Por primera vez en mi vida lo recité palabra por palabra, como aquel que habla por el derecho a la última palabra”.

________________________

[1] Bratislava, autor de De Bratislava a Košice – Escritores, poetas, artistas de Felvidék (Hoy Eslovaquia, anteriormente, Hungría) 2005 , Casa Editorial Eclesiástica, GLORIA , Localidad: Nádszeg, 258 (Eslovaquia).

Leave a Reply