2015 JunioEspiritualidadLos pobres

Abordando el misterio del pobre

P. Juan Ignacio Liébana [1]*

 

Palabras iniciales…

           

Me han propuesto hablar acerca de los pobres… Inmenso desafío, ¿por dónde empezar? ¿qué decir, cuando parece que está todo dicho? Extensos volúmenes han sido dedicados a esta temática tan delicada y compleja… Y me surge la siguiente pregunta: ¿hemos hecho por ellos en la misma medida y cantidad que lo que hemos escrito acerca de ellos? Me resuena la pregunta que introduce la parábola del buen samaritano: ¿y quién es mi prójimo? (Lc 10,29). Algo similar nos cuestionamos ahora: ¿y quiénes son los pobres? Jesús responde al doctor de la Ley: Anda y haz tú lo mismo (Lc 10,37). Creo que Jesús nos responde hoy lo mismo: deja de mover tu lengua o tus dedos para escribir y haz algo por ellos… De ahí que me resulte difícil decir algo al respecto. No quisiera faltarles el respeto, no quisiera teorizar sobre ellos. Trataremos, más bien, de compartir algo, desde lo hondo del corazón.

¿Y quiénes son los pobres?

 

Es bueno comenzar reconociendo que, en definitiva, todos somos pobres. Nuestra existencia es continuamente recibida de Otro, sostenida, creada, amada. Somos seres dependientes de Dios, radicalmente dependientes, existencialmente dependientes. Nuestra carencia es total, de ahí que nuestro ser esté siendo dado y creado continuamente. Podemos decir que somos ontológicamente pobres. Desconocer o negar esta realidad es profundamente perjudicial para nosotros.

Dicho esto, distinguimos algunos tipos de pobreza. Podríamos decir que hay una pobreza en sentido negativo (padecida, soportada) y otra en sentido positivo (elegida). Fruto de mi corta experiencia pastoral, propongo esta clasificación, con el riesgo de ser demasiado simplista. Me limitaré, sencillamente, a describir las pobrezas más presentes en mi zona, dejando para otros el abordaje de otros tipos de pobreza.

1)Una pobreza estructural:

Es la ausencia o escasez de aquellos bienes que necesitamos para el desarrollo de nuestra vida ordinaria. Esta carencia toma aquí el rostro de fallas en el sistema de educación (ausentismo de maestros, instalaciones escolares inadecuadas y precarias, pocos colegios secundarios en la zona –uno solo en 70 km a la redonda-, pocos maestros para muchos alumnos, falta de capacitación docente y nula supervisión de los mismos, muy pocos cargos de nivel inicial, lejanía de los centros de capacitación laboral o de profesorados y estudios universitarios), desatención del tema salud (presencia de médico 6 días en el mes en un radio de 70 km a la redonda, escasez de medicamentos y de atención primaria de la salud,

ausencia de profesionales capacitados, salarios muy bajos que desestiman la opción del personal médico de trabajar por estos lados, colapso de los hospitales de la ciudad –a 180 km de aquí- para atender bien a los que llegan de lejos, nula fumigación de ranchos, falta de atención y contención de las personas discapacitadas, ausencia de tecnología puesta al servicio de la salud –para cualquier estudio deben viajar a la ciudad-, falta de transporte adecuado para efectuar los traslados de los pacientes, intromisión de la política en el sistema de salud), problemas en la comunicación (desde el mal estado de los caminos y su falta de mantenimiento, hasta la ausencia de señal telefónica para comunicarse, escasos y precarios medios de transporte públicos), falta de proyección laboral (si bien la mayoría trabaja en el monte, en la explotación de los productos forestales haciendo carbón y postes, atendiendo y criando animales, sobre todo cabras; sin embargo, no hay ninguna fuente de trabajo segura en la zona), falta de apoyo y de inversión en las economías regionales, desesperanzada proyección de vida (a todo lo mencionado, se le suma la falta de energía eléctrica, la falta de agua potable y red de agua, la ausencia de algunos servicios básicos, que tienen como consecuencia, en los que pueden hacerlo, un éxodo hacia las grandes ciudades, con todo lo que ello implica), la falta de gestión política (a pesar de haber varios recursos en la provincia de Santiago y a nivel nacional, los dirigentes políticos locales no realizan ningún tipo de gestión para hacer llegar tantos recursos y programas para mejorar un poco la calidad de vida de la gente).

A todo esto se suma la falta de seguridad en la tenencia de la tierra. Si bien ahora este tema está más tranquilo, desde mediados de la década del noventa hasta el 2012 más o menos, nuestros pobladores fueron viviendo momentos muy tensos de expropiaciones de sus tierras, desalojos violentos, con fuerzas de seguridad privada, con la misma policía, con jueces corruptos que avalaban estas acciones. A su vez, muchas familias van saliendo a trabajar a otras provincias para las cosechas (trabajo golondrina), o en la construcción (en las grandes ciudades y cordones suburbanos), para tener alguna entrada de dinero para mantener a sus familias. Esta situación va provocando rupturas familiares, desintegración del sistema familiar, choques culturales (entre la vida rural y la vida urbana), desarraigos dolorosos, etc.

Estas carencias que sufren nuestros pobres, producen una sensación profunda de desamparo, marginación, orfandad. Hay un sentimiento agudo de no ser cuidados, de que nadie mira por nosotros, de que estamos relegados, de que sobramos en este sistema social. A todo esto le sumamos las nuevas pobrezas sociales de la droga, la inseguridad, la delincuencia, la impunidad de muchos políticos, la invasión de nuevos paradigmas a través de los medios de comunicación que ya van llegando a nuestra zona. Pensemos por un instante el contraste que sufre nuestra gente. Los que somos de la ciudad fuimos entrando paulatinamente en este mundo, pero ellos no. De golpe se han encontrado con posibilidades infinitas de comunicación, con imágenes, comentarios, valores tan diversos a los propios, sin mucho tiempo para asimilar y procesar toda esta invasión. Este nuevo mundo despierta una admiración, un asombro, un enamoramiento, una recepción acrítica de estos nuevos colonizadores de su amada tierra. Fascinación que convive con una insatisfacción por no poder tener lo que todos tienen, con un resentimiento silencioso ante el lujo de unos pocos, con una sensación de ser separados o no incluidos en estas nuevas y seductoras posibilidades. Nuevos modelos de vida van entrando en las casas de nuestros pobres y son como una bofetada de realidad que deja al desnudo todo lo que ellos están careciendo. Brotan, entonces, necesidades nuevas, deseos desenfrenados de ser como los demás, ideales inalcanzables. No nos sorprende, por tanto, que, ante el primer subsidio recibido o el primer dinero cobrado, los billetes se esfumen detrás de eternos créditos usureros que aplacan esta insatisfacción y sensación de marginación (motos, televisiones ultra modernas, equipos de música, pago mensual del servicio de cable televisivo, motor y combustible para poder consumir dichas imágenes). Como consecuencia de esto, en algunos se advierte un cierto desprecio y acomplejamiento respecto de la propia cultura y forma de vida, una idealización de la vida urbana, un deseo oculto, y a veces manifiesto, de emigrar hacia las grandes ciudades, una lucha intensa de ser y tener lo que los demás son y tienen. Muchas familias de la zona se desloman para que sus hijos vayan a estudiar afuera y no sufran lo que ellos han sufrido. Estas pobrezas, no lo podemos negar, también despiertan respuestas o salidas muy positivas, como veremos más adelante. Todas estas pobrezas estructurales tienen su raíz en el pecado de algunos, en la injusticia, la corrupción, la indiferencia, el favoritismo y tantos males enquistados en nuestra sociedad, pecado que da lugar a las estructuras de pecado. Es evidente que Dios no ama esta pobreza, que Dios rechaza esta carencia que oprime a nuestra gente. Dios ama nuestra vida y aborrece todo aquello que atenta contra nuestra dignidad.

2)Una pobreza cultural:

De más está decir que el hecho de ser pobres no los hace perfectos, ni inmunes a la tendencia al pecado propia de todo ser humano. Esta idealización histórica, que se ha producido en muchos análisis del mundo de la pobreza, fue muy negativa y trajo reacciones contrarias, dialécticas, enojos, divisiones. No se puede canonizar un grupo social por el hecho de ser tal. Es bueno acercarnos con realismo a su situación vital. Hay pobrezas personales que se van haciendo culturales y se manifiestan en diversos males que podemos ver en la zona como el alcoholismo muy generalizado, el machismo, las infidelidades y engaños en las parejas, las divisiones en las comunidades, la violencia como única solución de algunos problemas, la tendencia al juego (carreras de caballos, apuestas, juegos de cartas) que genera deudas, desperdicio de jornadas duras de trabajo. Se advierte un modo informal y desordenado (en el trabajo esporádico, migraciones, en los horarios y actividades familiares). No se ven proyectos de vida claros. Hay una tendencia muy fuerte a vivir inmersos en el hoy, sin demasiada previsión. No se ahorra, se trabaja más bien para el día, o para tener dinero para las fiestas que se avecinan. No hay mucho discernimiento o valoración de los gastos (todo lo que se invierte en un baile, en una carrera, en pagar una moto o computadora o celular, resulta desproporcionado a lo invertido en el arreglo de una casa, en la mejora de algo, en la compra de mercadería, o en el pago de estudios o materiales de educación para los hijos). Se advierte una baja autoestima personal y social que los lleva a tirarse a menos, a acomodarse en su situación precaria. A su vez, la obsecuencia y excesivo respeto a líderes políticos que los usan e ilusionan con promesas falsas, los hace eternamente dependientes y espectadores pasivos de su propio destino y, progresivamente, van perdiendo su capacidad de trabajo. En algunos casos se observan abusos en el seno familiar, situaciones confusas y patológicas. A veces se desmerece el valor de la educación, que se constata en el ausentismo escolar, el trabajo infantil, y la deserción escolar. La autoridad de los padres en algunos casos es muy débil o nula, ellos mismos se declaran impotentes ante la decisión del hijo de abandonar los estudios primarios o secundarios. Hay una marcada pasividad que los hace mantener su lugar de dependencia, de sumisión, de inferioridad. Cuesta que asuman su rol protagónico como sujetos activos de su propia historia. Hay mucho miedo de ir en contra de la corriente, de levantar una voz disonante, de salir del anonimato. Hay mucho miedo al qué dirán, a la mirada y juicio de sus pares.

Es preocupante la actitud que se toma ante estos males morales. Muchas veces son conscientes de estas dificultades, pero las silencian, las aceptan o se conforman con la cómoda frase: siempre fue así, esto no va a cambiar, ¿para qué renegar e ir en contra de algo tan nuestro? Hay una mala resignación y una suerte de idea fatalista de la vida. Estas pobrezas culturales, personales, actitudinales, parecen originarse en la responsabilidad personal. Responsabilidad que es matizada por todo este influjo estructural que describíamos más arriba. Su situación de opresión histórica no es tan fácil de revertir a corto plazo. No nos corresponde a nosotros, y menos aquí, determinar qué hay de responsabilidad personal y qué hay de estructura de pecado. Estas pobrezas tampoco son queridas por Dios, que desea una vida más plena, libre de tantas ataduras y condicionamientos.

3) Una pobreza misteriosa:

La llamo así porque no encuentro otro término adecuado para la misma. Podríamos definirla como aquella carencia que no depende de nuestra libertad, ni del pecado estructural, sino más bien de nuestra radical indigencia, de la fragilidad y contingencia de nuestra vida, de lo que llamábamos nuestra pobreza ontológica. La enfermedad es una de estas pobrezas misteriosas (siempre y cuando no sea el resultado de alguna de las pobrezas anteriormente mencionadas), es la carencia de la salud, fruto de nuestra falta de firmeza existencial. Las consecuencias trágicas de fenómenos naturales y climáticos que generan carencias graves e incomprensibles, forman parte también de esta pobreza misteriosa. Las lluvias, en ciertas épocas, son muy violentas, acompañadas de vientos fuertes, tormentas, granizos que traen consecuencias importantes para la vida de aquí. Las inundaciones también nos vienen trayendo muchas dificultades en estos últimos 15 años, a todos los que vivimos cerca del Río Salado. Esto provoca en la gente un estilo de vida precario y nómade, inestable y de exilio, sin demasiado arraigo, acostumbrado al despojo y a volver a empezar de nuevo. Cosechas de huertas domésticas, animales, casas, los pocos bienes adquiridos a lo largo de toda una vida, son llevados por el agua del río, o destrozados por un fuerte temporal, o arruinados por las inclemencias del tiempo. Aquí se vive mucho en una dependencia del clima. Los calores son muy fuertes en varios meses del año (de octubre a marzo). Esto determina el modo de ser y de vivir de nuestra gente. Las actividades cotidianas son organizadas en perfecta sintonía y dependencia del clima. Esto nos ayuda a comprender mejor lo que mencionábamos anteriormente acerca de esta informalidad cultural. Proyectos, actividades, egresos, actos escolares, fiestas, viajes, reuniones, jornadas de capacitación, encuentros, son suspendidos por el clima. La sabia actitud de nuestros hermanos respecto a esta pobreza, es una de las mayores riquezas de la zona, como veremos más adelante. Si bien estas pobrezas no son causadas directamente por pecados individuales, sin embargo, la falta de respeto a la Creación, el descuido de la Naturaleza, la ambición desmedida del hombre, tiene mucho que ver con estos últimos desastres ecológicos. Además, muchas de estas pobrezas pueden ser previstas y neutralizadas, para evitar las consecuencias tan nefastas para nuestra gente. Pero una y otra vez, se termina llegando tarde, después del desastre, lamentando inútilmente la omisión de acciones preventivas, como es el caso tan recurrente y enquistado del desborde del Río Salado, donde nunca se terminan de levantar los bordos de defensa del río, para evitar que arrase con las casas y bienes de tantos pobladores. O como es el caso de la ausencia de fumigación contra las vinchucas en los ranchos de la gente, para evitar la enfermedad del Chagas.

 

4) La pobreza espiritual:

No creo que haga falta detenernos demasiado en esta virtud, conocida también como humildad. Es la pobreza en sentido positivo, es el paso siguiente y necesario de la conciencia y aceptación serena de nuestra radical pobreza ontológica. Es reconocernos pobres y dependientes de Dios, es poner la mirada en Él como nuestra única seguridad y riqueza. Nuestras seguridades económicas, sociales, religiosas nos impiden muchas veces esta actitud de abandono confiado en Él. Tiene que suceder algo externo a nosotros, alguna razón (una enfermedad, una humillación, un fracaso, una cruz) de fuerza mayor (la fuerza del Omnipotente) para descubrir que, en verdad, no tenemos nada y que dependemos todo de Dios. Podemos afirmar con certeza que a los pobres les resulta más fácil vivir esta virtud, poner toda su seguridad en Dios. Esta pobreza espiritual es como la actitud adecuada que brota de la conciencia de tantas carencias materiales. Ellos saben que es así, y lo viven generalmente así, con esta sana sabiduría: yo no puedo, yo no me valgo por mí mismo, no me puedo gloriar delante de nadie y, menos, delante de Dios, por eso, Él es todo. Los pobres, últimos y postergados nos preceden a pasos agigantados. Al no tener nada (a simple vista) de qué gloriarse o de qué envanecerse, ya que carecen de todo, ponen su mirada y su confianza en Dios, que todo lo puede. Nosotros, en cambio, que somos tan pobres como ellos, pero que no lo reconocemos abiertamente, o si lo hacemos no terminamos de creerlo en serio, al tener de qué gloriarnos, nos cuesta este despojo, este salto de confianza. Jesús llama felices y dueños del Reino a los que son pobres de espíritu, en el Evangelio de Mateo (5,3).

5) La pobreza optada (austeridad):

Consiste en el despojo, conscientemente buscado y elegido, de todo aquello que nos estorba en el camino de la confianza y abandono en Dios. Podríamos decir que es casi un requisito imprescindible para la vivencia de la pobreza de espíritu. Estos despojos nos van haciendo libres para amar más y mejor. Es mirar las cosas como las mira Dios, sin darles más poderío del que tienen, es mantenernos como dueños y señores de los bienes, sin dejarnos dominar por ellos. Esta actitud espiritual trae consecuencias muy bellas para nuestra vida. Por un lado, nos solidariza con el mundo de los pobres, nos hace gustar algo de su habitual tono de vida. Por otro lado, resulta un testimonio muy elocuente para nuestro mundo de hoy, consumista y materialista, ya que es una prueba irrefutable de que se puede ser feliz sin tantos recursos. Es también una profecía, una palabra disonante para nuestro mundo, una invitación a mirar a los pobres, una denuncia de tanto lujo y despilfarro, un espejo de nuestra esclavitud y dependencia respecto de los bienes pasajeros. Todo esto será posible, siempre y cuando esta austeridad, esta pobreza voluntaria vaya acompañada de algunos signos de autenticidad. La ternura creo que es el principal. La pobreza no debe endurecer el corazón, sino más bien ablandarlo, hacerlo más cercano y compasivo ante la pobreza o el pecado del hermano. Ternura que se hace misericordia, ausencia de rigideces y de juicios condenatorios para los que viven de otra manera. Ternura que se hace alegría de tener a Dios por única riqueza, alegría que se expande, que se contagia y que elimina toda amargura, enojo, crítica y resentimiento. Ternura que se hace humildad, cortando a tiempo todo brote de autosatisfacción, vanagloria, soberbia. Humildad que se hace certeza de que todo es gracia y no conquista personal. Sólo así la austeridad será auténtica, evangélica y contagiosa.

 

Las riquezas de nuestros pobres:

            De todo lo dicho, podemos ir tomando una postura más adecuada, ya sea para no canonizar el mundo de los pobres, como tampoco para demonizarlo (son pobres porque ellos quieren serlo, no quieren trabajar, quieren recibir todo de arriba). Antes de nombrar algunas riquezas que los pobres nos regalan, me parece bueno hacer una última aclaración. A pesar de todo lo dicho, no podemos negar la equivocidad del término pobres, o su semántica tan múltiple y compleja. De ahí el necesario discernimiento para seguir utilizando este vocablo. Me pasó más de una vez que, al dirigirme a ellos como pobres, yo mismo me he sentido incómodo y percibí una cierta disconformidad en ellos. Intuía que ellos me decían: no somos pobres, tenemos y sufrimos algunas pobrezas, carecemos de mucho, pero somos ricos en otro sentido. Así como ustedes son ricos en varios sentidos, pero pobres en otros. Todo depende de cómo se mire... Esto me volvió más cuidadoso en el uso de este término. Si bien, en otras épocas, este vocablo contribuyó a ponerlos en el centro de la misión de la Iglesia, nos ayudó a realizar compromisos concretos con ellos, hoy puede ser que tenga una connotación peyorativa, despectiva o discriminatoria. Me entra seriamente la duda de llamarlos pobres. A fin de cuentas, ¿quién es más pobre? ¿Ellos o nosotros? ¿Quién ayuda a quién? Por tanto, todo depende de qué se mire y de cómo se mire… Enumeremos, pues, algunas riquezas de nuestra gente que sufre la pobreza.

Frente a todas las pobrezas mencionadas como estructurales, se advierte en algunos una respuesta muchas veces creativa para soportarlas, neutralizarlas y revertirlas. Hay reacciones positivas que surgieron desde la misma gente que sufría estos atropellos. Las estructuras de pecado han sido combatidas por las estructuras del bien, por estructuras de gracia. Hace más de 25 años, gracias al apoyo del obispado de Añatuya, la gente pudo conformar una organización campesina con el objetivo de concientizarse de sus derechos y organizarse para hacerlos valer. Esta organización ha tenido mucho que ver con la defensa de la tierra y es una de las principales responsables de la salvaguarda del monte en esta zona. A su vez, la incomunicación y el aislamiento, fueron combatidos a través de una red de radios VHL con los que se comunican los parajes entre sí y con la FM parroquial. Por medio de este maravilloso instrumento, unas 55 comunidades están vinculadas entre sí y dan sus mensajes a través de la radio. Este medio es de vital importancia para el tema salud, comunicación y tantas cosas imprescindibles para la gente de aquí. Ante las enfermedades, accidentes y dificultades en salud, se vienen realizando campañas solidarias en toda la zona, donde cada poblador colabora con algo de dinero, recaudando importantes sumas para paliar necesidades urgentes: operaciones, prótesis, viajes por salud, estudios, etc. Ante la desatención de los más vulnerables, los chicos discapacitados, se ha generado una escuela para atenderlos, dependiendo de los mismos padres, en camino de ser reconocida oficialmente. Ante la falta de propuestas recreativas, se han armado tres academias de danza folklórica para niños y jóvenes, sostenidas por los mismos padres. A través de rifas, loterías y otros rebusques, la gente va manteniendo sus lugares de oración, o levantándolos de a poco, con mucho esfuerzo y orgullo de ser ellos mismos los gestores de estos cambios. A pesar de lo que mencionábamos antes, acerca de la pobreza cultural, vemos testimonios de familias que no se resignan pasivamente ante las dificultades, sino que luchan, que tienen otros horizontes, que se comprometen en lo social, que van adquiriendo una sana rebeldía ante la injusticia, que van progresando y dando pasos certeros en su promoción.

Frente a lo que escapa a nuestra decisión, carencia que llamábamos misteriosa, la gente de aquí posee una honda sabiduría para aceptar el ritmo, los tiempos y la hostilidad de la naturaleza. La forma de vida aquí es muy sacrificada. Todo cuesta mucho trabajo: buscar agua, leña para cocinar, calentar el agua para bañarse, cuidar los animales, etc. Sin embargo, todo esto es vivido con una fuerza tenaz digna de admiración. A su vez, tienen desarrollado un sentido muy práctico y creativo de la vida, ya que logran arreglar cosas, solucionar problemas con muy pocos recursos y mucho ingenio. Las durezas que la vida les va imponiendo, son soportadas con paciencia, con aguante, sin sombra de queja ni de rebeldía.

Es muy llamativo el sentido y el valor que le dan a la fiesta, al encontrarse, a dejar lo que se está haciendo para poder vincularse con los demás y celebrar la vida, aún en medio de tantas adversidades. La vida del monte es dura, por ello son necesarios estos encuentros. Para ellos, la persona está antes y primero que los asuntos, de ahí que son capaces de brindar todo lo que tienen, en especial, el tiempo. En cada casa que fui llegando, siempre he venido percibiendo esta constante: tienen tiempo para mí, no hay otro asunto más importante que el de atenderme a mí que llego de visita. Incluso esta atención llega por momentos a incomodarme al ver tanta preparación, al ver en la familia (sobre todo cuando la visita es sorpresiva) tanto ir y venir para disponer lo mejor para hacerme sentir bien y cómodo: el pan, la tortilla, el mate, la silla más cómoda, el patio barrido, las brasas en invierno, la sombra fresca en verano, la mejor cama para la siesta. Y todo esto es impagable y manifiesta una profunda calidad humana donde prima la persona, cada persona que llega y se detiene en el camino para hacer un alto en la casa hospitalaria, de puertas abiertas, y de cálida amistad. Y esto lo hacen con todas las visitas que llegan a sus casas.

En tiempos de vacaciones, cuando regresan al pago tantos familiares para reencontrarse, volvemos a disfrutar de esta supremacía de la persona, por sobre el asunto. No se miden los gastos, incluso muchos compran algún cochecito como para poder viajar y ver a su familia. Esta riqueza la llevan también a las ciudades, a las barriadas que son transformadas por esta presencia y por este alto valor del encuentro. Estos espacios barriales terminan por ser pequeños oasis ante el anonimato desértico de la vida urbana y salvaguarda de identidad, tradición y comunión cultural. Comunión que también enriquece positivamente a estas ciudades, dándoles una nota más humana y habitable. Esta creatividad, que revierte lo adverso y hostil, en casa acogedora, la podemos vislumbrar en tantas letras del cancionero folklórico que hacen pensar a Santiago como un paraíso terrenal, desilusionando luego al que llega a constatar esta metáfora del paisaje. Creatividad que viene unida a una sana picardía, un humor muy sutil, una mirada muy particular de la vida, que distiende, une, acerca distancias, reconcilia en la fiesta, la alegría y la risa compartida. A su vez, nuestra gente posee una profunda intuición, una gran capacidad para percibir detalles que no están a la simple vista de un observador apurado. Muchas veces me pasó que, mostrándoles fotos en la computadora, o mirando algunas láminas, ellos lograban percibir muchas más cosas de las que se veían a simple vista, o matices que nunca antes yo había percibido. El santiagueño es muy observador de las cosas, de la gente, de las situaciones. Esta cultura contemplativa se deja impresionar por lo de afuera, sin pretender cambiarlo, modificarlo o juzgarlo. Se trata de una mirada estética e incluso mística de la vida y de sus infinitos detalles.

Los tiempos dedicados a la familia son muy valiosos para ellos, lo mismo que a los amigos. Puede parecer que al principio, parezcan desconfiados (es totalmente entendible dada su ancestral historia de abusos y opresiones), pero luego de un tiempo, se abren y te reciben, enlazando para siempre este vínculo, que se sella a muerte, a pesar del tiempo y la distancia. Poseen una sensibilidad, dulzura (mishkila) y ternura muy profundas. Son muy cuidadosos para decir las cosas, para pedir algo, para afirmar una verdad. Suelen dar muchas vueltas antes de encarar algo, como quien va rodeando el tema, o arriándolo de a poco, como quien va tanteando. Esto contrasta con nuestra forma más frontal, directa, seca, que llega por momentos a parecer agresiva y autoritaria. Esta delicadeza la vemos también en su profundo amor a los santos, a la Virgen, su devoción y respeto a sus antepasados difuntos, su cariño y veneración a los mayores, su gran confianza en la Providencia. Delicadeza que se materializa en la flor, la vela a Dios y los santos, y el pan, la tortilla, la empanadilla o lo que esté a su alcance, para aquel que va de visita. Su profunda comunión con el monte, la tierra, la naturaleza, le brindan un estado habitual de silencio, observación y escucha, que luego se traduce en sabiduría popular, en sabiduría de vida, en sentido común, en consejos o reflexiones.

¿Por qué son felices los pobres?

Resulta bastante clara la bienaventuranza de Mateo, citada más arriba. Más oscura nos parece la de Lucas, donde Jesús llama felices a los pobres materiales (6,20). Y no dice que serán felices en la vida futura, sino ahora, en medio de su carencia, en medio de sus sufrimientos. Vamos, entonces, a arrimar alguna respuesta a esta cuestión de la felicidad de los pobres, en medio de tanta carencia:

 

 

1.El amor preferencial y gratuito de Dios a los pobres:

Esta es, creo yo, la principal causa de su felicidad: saberse elegidos por Dios, saberse sus preferidos, sus pequeños, la luz de sus ojos. Dios les otorga su primera misericordia (EG 198), dirá Francisco. Dios los prefiere y los ama con predilección, no porque sean mejores que nadie, simplemente porque su amor es gratuito y decide cómo y a quién derramarlo con más fuerza, en definitiva, porque así lo ha querido (cfr. Lc 10,21). Así como una madre destina más cuidado al hijo más débil, o con alguna discapacidad, así sucede con Dios. Él mira donde nadie mira. Elige lo que nadie elige. Su mirada dignifica, eleva, levanta del polvo al desvalido y alza al pobre de la miseria (1Sm 2,8). Dios escucha sus tímidas voces y responde con fidelidad: Yo he visto la opresión de mi pueblo y he oído los gritos de dolor. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo. El clamor de los israelitas ha llegado hasta mí y he visto cómo son oprimidos (Ex 3,7-9). Dice con clara contundencia Santiago: ¿Acaso Dios no ha elegido a los pobres de este mundo para enriquecerlos en la fe y hacerlos herederos del Reino que ha prometido a los que lo aman? (Stgo. 2,5). La elección es gratuita y clara, es firme y contundente, esta santa parcialidad de Dios no deja lugar a dudas. Por este amor desmedido y gratuito hacia este pequeño rebaño, es que el Padre ha querido darles el Reino (Lc 12,32). Los textos bíblicos no afirman en los pobres ningún mérito previo que los capacite para heredar el Reino, simplemente lo reciben como don gratuito de Dios. Los que siempre son los últimos, los que deben esperar, los que siempre se los deja para el final, los acostumbrados a ser usados, despreciados, “comprados”, en Dios son los primeros y privilegiados. Podríamos decir que este desborde excesivo de Dios suple desproporcionadamente, en ellos, la recurrente sensación de no ser dignos de amor, ni de estima. Según Lucas, los pobres son felices porque a ellos les pertenece el Reino de Dios (Lc 6,20). Reino que es Buena Noticia, dirigida, en primer lugar, a los pobres (cfr. Lc 4,16). Su ocultamiento a sabios y prudentes, y su revelación preferencial a los pequeños, hace estremecer de gozo a Jesús que alaba al Padre por este amoroso y firme querer (cfr. Lc 10,21).

 

  1. Dios les confía una misión co-redentora: la fuerza salvífica de los pobres:

Francisco nos invita a reconocer su fuerza salvífica (EG 198). ¿De qué nos salvan los pobres? ¿Cómo lo hacen?:

 

  1. a) Un pueblo crucificado: ellos cargan con el pecado del mundo y llevan sobre sí la cruz del mundo. Son esos corderos inocentes que cargan con el odio, la iniquidad, el mal de todo el mundo. Son víctimas inocentes que, de forma misteriosa, continúan con la redención del mundo, completando en su carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo que es la Iglesia (Col 1,24).

 

  1. b) Nos conducen a la interioridad: hace tiempo que vengo pensando qué bien le haría a la gente de la ciudad ir un poco más al campo, para contagiarse de los valores que aquí se viven. Nosotros, obligadamente, debemos viajar cada tanto a la ciudad: para hacer compras, trámites, para sacar dinero, para comprar gasoil. El hombre del monte debe ir bastante a la ciudad por necesidad. Creo que la gente de monte adentro podría enseñar muchos valores a la gente de la ciudad, le ayudaría a oxigenarla un poco de su intoxicación, le mostraría muchas realidades perdidas y necesarias para la vida humana. El contacto con la naturaleza, el silencio, los ritmos más pausados, el contacto con su gente, el amoldarse a los tiempos que impone la naturaleza aquietaría a más de un corazón. Y aquí es donde entreveo la capacidad salvífica de los pobres, capacidad de humanizar a tantos que viven alienados y enajenados en las grandes ciudades. Sin ir más lejos, qué bien le hace a la gente de Buenos Aires pasar unos días de descanso por aquí, donde se sienten tan a gusto y toman contacto más hondo con las raíces y valores profundos que aquí aún siguen vivos. ¿Qué belleza salvará al mundo?, se preguntaba Dostoievski en una de sus novelas. Creo que la belleza del monte adentro y del interior, de la Argentina profunda, salvará a la humanidad herida. Dejarse interpelar por todo este mundo desconocido del interior de nuestra patria, puede devolverle la cordura perdida a más de uno, puede impulsarlo a vivir una vida en la ciudad con otros tiempos y valores. Y así como mucha gente del campo viaja regularmente por necesidad a las ciudades, también sería interesante que mucha gente de la ciudad pudiera viajar por necesidad al campo, para volverse a conectar en lo profundo consigo mismo y con otros valores. Interior que tiene tanto para decir a nuestras grandes ciudades, con el sueño de una patria más federal, más de todos, más equitativa. Si las grandes capitales dejaran de mirar tanto hacia afuera y comenzaran un camino de interioridad, es decir, mirando más hacia adentro, en lo profundo, otra cosa sería nuestra historia.

 

  1. c) Nos centran en las personas: los pobres nos salvan de todo apuro, e indiferencia, para centrarnos en el rostro del prójimo. Sus tiempos más pausados frenan nuestra ansiedad y afán de rendimiento, para acoger y hospedar al hermano, acogiendo, a la vez, nuestra propia interioridad tan relegada y olvidada.

 

  1. d) Nos animan a la resistencia: su admirable perseverancia ante las adversidades, su capacidad de celebrar y hacer fiesta aún en medio de la hostilidad de la vida, nos estimulan a la fortaleza. Nuestra sociedad tan frágil, tan fugitiva de todo dolor o sacrificio es interpelada por su lucha tenaz y silenciosa.

 

  1. e) Nos enseñan el silencio y la mirada intuitiva: ante nuestro palabrerío hueco, nuestro posar la vista en todo y en nada, nuestra curiosidad malsana, nuestra ansia desmedida de información, ellos nos silencian, nos conducen a una mayor sobriedad en nuestros sentidos. Estamos llamados a aprender del caminar de los últimos que no tienen apuro por llegar y que, por eso, disfrutan de cada parada del camino, cada paso, cada detalle vivido con intensidad. ¿Será tal vez que, por tener el futuro tan incierto y tan amenazado, los olvidados nos enseñan a no planificar tanto y a vivir más el momento presente? ¿Será que ellos, los últimos, pasan a ser los primeros en la enseñanza de cómo caminar? Ante nuestra pretensión de tener todo tan controlado y tan planificado, nos enseñan a confiar un poco más en lo que vendrá, para dejar espacio al imprevisto y al asombro, espacio para encontrarnos con el transitar cotidiano, teñido de tantos momentos mágicos y únicos, que, corriendo, no alcanzaremos a percibir.

 

  1. f) Son una denuncia profética de nuestra indiferencia: su situación de carencia es una bofetada de realismo que desnuda nuestra separación entre fe y vida, que evidencia las grietas de nuestra “segura” religión, tan malentendida. ¿Dónde está tu hermano? (Gn 4,9) nos grita Dios a través de sus vidas rotas. La sangre de tu hermano grita hacia mí desde el suelo (Gn 4,10) vuelve a gemir Dios para quebrantar nuestra sordera, para despabilar nuestra ceguera, despojando de toda ilusión, nuestra vida cristiana.

 

  1. g) Nos provocan para ser Iglesia de los pobres: la angustia de los pobres nos urge a ponerlos en el centro de nuestra misión. Nos enseñan a mirar al revés, desde la periferia, hacia el centro. Los primeros de Dios, deben ser los primeros nuestros. Debemos hacer nuestra su causa. Por eso quiero una Iglesia pobre para los pobres (EG 198) nos insistirá Francisco.

 

  1. h) Nos señalan nuestro verdadero lugar: su indigencia son un memorial de nuestras propias miserias, tan camufladas o negadas. No somos dioses, no lo podemos todo. La impotencia se hace un camino de sabiduría y de humildad, para volver a ocupar nuestro verdadero lugar delante de Dios, como pobres mendigos de su infinita misericordia.

 

  1. i) Despiertan nuestra compasión afectiva y la tornan efectiva: sus lacerados cuerpos, siguen colgados en la Cruz. Mirada atenta, compasión afectiva y compromiso efectivo: son los pasos imprescindibles, si queremos ser fieles a este poder de salvación que nos llega desde los pobres. Ellos despiertan lo mejor de nosotros mismos, nos sacan de nuestro cómodo aislamiento, nos liberan de todo egoísmo indiferente. Bajarlos de la Cruz es nuestro sí generoso a esta provocación de Dios, a esta gracia de salvación.
  1. Cristo se identifica con ellos y los pone como criterio de salvación:

Jesús asume la pobreza de los desposeídos, la hace suya, la carga en la Cruz, la llora y la sufre, la cuestiona a Dios en nombre de todos: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mc 15,34). A partir de ese momento, ya son uno: los pobres y Jesús, ya que cada cosa que hicimos o dejamos de hacer por el más pequeño de sus hermanos, se lo hicimos a Él (cfr. Mt 25,31-46). Esta identificación, esta unión de destinos y de voluntades, no se podrá romper nunca, de manera que ya no son dos, sino una sola carne, que el hombre no separe, lo que Dios ha unido (Mt 19,6). Alianza eterna, sellada por su sangre derramada en la Cruz. La sangre de Jesús y la de los pobres, se confunden, pues, en un solo caudal, en un solo río de salvación.

A modo de conclusión: ¿cómo nos acercamos al pobre?

Nuestra fe cristiana, desde sus inicios, está íntimamente ligada a la opción por los pobres. Hoy nadie cuestiona esta verdad. El tema es cómo optamos por ellos, desde qué motivaciones, con qué actitudes. Sin duda, el camino más seguro es el de seguir el mismo estilo de Dios, su amor preferencial y gratuito. Nuestros gestos y palabras han de ser sacramentos de esta elección gratuita. Alguien tiene que hacer transparente esta preferencia, alguien tiene que hacer visible esta prioridad divina, alguien tiene que testimoniar el valor sagrado de sus vidas, amadas y cuidadas por Dios. Él cuenta con nosotros para ello. Nos acercamos, pues, a sus vidas, desde el amor que nos descentra de nuestros egoísmos y necesidades inmaduras. Los pobres ya no serán para nosotros una categoría sociológica, un slogan político, una causa altruista. Más bien serán un rostro determinado, una persona con carencias, con nombre y apellido, con una historia particular y sagrada.

Ya no serán el objeto pasivo de nuestra caridad y compromiso, no serán “nuestros pobres-dependientes”, salvados por nuestros mesianismos egocéntricos. Nos acercaremos, pues, en puntas de pie, descalzos de todo prejuicio, con una predisposición más a la escucha y discipulado, que a la de iluminados. Comprenderemos sus carencias, no las juzgaremos tan rápido. Miraremos su historia para entender las raíces de su obrar. Allí descubriremos que tal vez nadie les enseñó a divertirse sanamente sin emborracharse, nadie les dijo que la infidelidad era dañina, nadie puso un límite a su fantasía de ganar en las apuestas, nadie les enseñó a ahorrar, nadie les enseñó a criar a sus hijos, estableciendo límites. Simplemente hacen lo que siempre han visto y aprendido. Los amaremos tal cual son, sin esperar nada de ellos, ni un gracias, ni un reconocimiento, ni una oculta y gratificante dependencia hacia nuestras personas. Escucharemos su propia voz, tímida y discreta al comienzo. No hablaremos por ellos, no los interpretaremos, ni impondremos nuestro modo de ver, juzgar y de hacer las cosas. Aprenderemos humildemente de su hermosa y rica cultura, de sus profundos valores. Compartiremos y publicaremos sus riquezas.

Iremos dando pasos pequeños de confianza, con mirada mística y contemplativa, descubriendo la belleza de sus vidas, los signos del Reino en medio de tanto anti-Reino. Las barreras irán cayendo paulatinamente, los mutuos prejuicios también, la confianza irá emergiendo. Disfrutaremos de la compañía y amistad. Recibiremos y daremos, en la misma proporción, no como estrategia de dominio y opresión, sino como certeza y convicción. Para ello, será imprescindible reconocer la propia pobreza necesitada de ser enriquecida por los valores del pobre. ¿Digo bien? ¿Pobre? Aquí se invierten los términos, nosotros seremos los pobres y ellos los ricos que nos beneficiarán con sus riquezas. Si nos tocara intervenir de modo más directo en su propia vida o situación de pobreza, contaremos con su ayuda, cada uno pondrá lo suyo. Aunque andemos más despacio, lo haremos juntos. Nuestro amor incondicional se pondrá a prueba en sus fracasos, retrocesos, recaídas y debilidades. Nada hará tambalear nuestro cariño y confianza en ellos. No dejaremos de sentir dolor y pena, pero no perderemos nuestra confianza en sus capacidades. Celebraremos cada paso, alentaremos ante cada retroceso. Ante alguna adversidad del destino, que no podamos revertir, es habitual que escuchemos de sus labios: así ha de ser. Esto nos edificará mucho. Pero también es posible que escuchemos esta misma expresión ante alguna injusticia, ante la negación de algún derecho inalienable. No nos impacientaremos, pues, ante esta pasividad, los acompañaremos pacientemente en su camino de descubrimiento de que así no ha de ser, de que Dios quiere otra cosa, de que sus derechos han de ser reconocidos y respetados por todos.

Para concluir, intuyo que nuestro gran aporte consistirá en estimular, promocionar y alentar el gran salto que están llamados a dar: el de saberse sujetos protagonistas de su propio destino, artífices de su propia historia. Participarán de nuestras comunidades, ya no como espectadores pasivos o como asistidos de nuestra caridad, sino como miembros activos, con decisiones propias, con voz y voto. Duele reconocer que, muchas veces, no se sienten acogidos en nuestras comunidades, y terminan encontrando refugio y contención en otros movimientos religiosos que los albergan con mayor calidez. Nuestros estilos comunitarios muchas veces expulsan a los pobres, los hacen sentir extraños, sapos de otro pozo.

Contemplando, por tanto, el amor preferencial de Dios por los pobres, disfrutando de la infinita belleza y valor de sus vidas, reconociendo con alegría nuestra radical indigencia, sólo nos queda volver al silencio, para escuchar la voz de Jesús que nos envía como sacramentos de su amor: anda y haz tú lo mismo…

[1] Sacerdote de Buenos Aires que brinda un servicio pastoral en Añatuya.

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