La promesa de una vocación misionera para la Patagonia

 

Mons. Juan Guillermo Durán*     

 

   En la vida del Beato Ceferino Namuncurá, a quien hoy tributamos merecido homenaje en esta Parroquia de San Carlos Borromeo y Basílica de María Auxiliadora –tras su  beatificación en Chimpay–, convergen algunas líneas históricas que quisiera poner de manifiesto[1].

     Líneas que permiten comprender el horizonte evangelizador que enmarcó su vida desde el primer contacto con los salesianos[2]; y las razones últimas que los llevaron a abrazar con llamativo ardor la vocación religiosa y sacerdotal, como donación personal a Dios, en beneficio de sus hermanos de raza. Propósito que lo llevó a escribir con firme convicción desde  Turín: … Yo me parece me quedaré en Italia a concluir mis estudios y después volveré para allá, a la Patagonia, para hacer misiones a los míos…[3].

    Los protagonistas remotos son, por un lado, dos grandes caciques mapuches, en territorio argentino: Juan Calfucurá (1790–1873) y Manuel Namuncurá (1811–1908), abuelo y padre respectivamente de Ceferino; y, por el otro lado, Don Juan Bosco (1815–1888) y Don Juan Cagliero (1838–1926), las dos grandes figuras salesianas que, sumadas a la de Domingo Savio (1842–1857), más influyeron en la espiritualidad del joven mapuche[4].

 

1. Entre Salinas Grandes y Turín 

   Los puntos de donde arrancan estas líneas, que con el correr de los años se harán convergentes en territorio argentino, son: el cuartel general de la dinastía de los Piedras en Salinas Grandes (en las proximidades de la actual ciudad pampeana de Gral. Acha), y el cuartel general de la Obra Salesiana en Valdocco–Turín. En la presentación de los acontecimientos procedo por fechas paralelas para así poner en evidencia las correspondencias o convergencias históricas que me interesan remarcar.

    En 1834, el cacique mapuche Juan Calfucurá (“Piedra Azul”), proveniente de la Araucanía chilena, perteneciente a la dinastía de los Piedras (“Curá”), se instala definitivamente con sus huestes en Salinas Grandes, en las proximidades de la actual ciudad pampeana de Macachín, dando lugar a la aparición de un gran centro de poder indígena, cuya hegemonía se prolongará por varios años, haciendo sentir su temible presencia  a lo largo de toda la frontera con el entonces estado de Buenos Aires, desde las poblaciones de 25 de Mayo a Carmen de Patagones[5].

    En ese mismo año,Don Bosco, rodeado de sus niños, señala en un mapamundi las extremidades australes de América y exclama: ¡Ah, si tuviera sacerdotes a mi disposición! Los enviaría a la Patagonia y a la Tierra del Fuego a evangelizar indígenas…Pienso que son uno de los lugares más abandonados de la tierra[6]. Repitiendo a menudo expresiones equivalentes, que desde 1869, cuando aprobaron en Roma su congregación, se convierten en vehementes deseos que intentará cristalizar de algún modo, pues fueron avivados por la problemática misionera que se despierta en torno al concilio Vaticano I[7]. Esta preocupación obsesiva terminará por estallar en sus célebres sueños o representaciones oníricas[8].

 

2. Dos embajadas significativas

   En 1854, Calfucurá despacha desde Salinas Grandes una embajada al presidente Justo José de Urquiza, con destino a la ciudad entrerriana de Paraná, sede por entonces del gobierno nacional. La preside su tercer hijo, Namuncurá (“Pie o Garrón de Piedra”), respetado cacique, diplomático y guerrero, que cuenta con unos 43 años, del cual Manuel Gálvez dice que: “era bajo, fornido, de anchos hombros, cara cuadrada, boca muy ancha, labios delgados, pómulos salientes, ojos chicos y algo oblicuos y ceño duro”, mezcla de fiereza y bondad[9].

   Don Bosco, por entonces,recibe también una embajada, pero ésta del cielo, respecto del porvenir de unos de sus hijos más queridos: Juan Cagliero, de diez y seis años de edad, en trance de muerte a consecuencia del cólera que aquel año afectaba a amplios sectores de la población de Turín, pues los alumnos del Oratorio se prestaban generosamente a la asistencia de los enfermos, contrayendo algunos de ellos el terrible flagelo.

      Llamado Don Bosco para administrarle el viático, al entrar en el cuarto del enfermo, tiene esta visión premonitoria[10]: Apareció una hermosísima paloma, que irradiaba destellos vívísimos. Sostenía en el pico un ramo de olivo. Revoloteaba sobre el enfermo, le rozó los labios con las hojas, y lo dejó caer sobre la cabeza del muchacho. Luego desapareció. Don Bosco se repuso del primer impacto y avanzó al centro de la habitación. Pero lo arrebató otra incompresible escena. Desaparecen las paredes e innumerables indígenas miran al enfermo como pidiéndole socorro: Surgieron en torno al lecho una multitud de salvajes con miradas ansiosas sobre el muchacho… Sobresalían dos hombrotes, uno parduzco de aspecto feroz; y otro bronceado, esbelto y de apostura guerrera. Pero con cierto aire de bondad, se inclinaba sobre el moribundo…  Estupefacto se negó a administrarle al enfermo los últimos sacramentos: – Sería mejor para ti, dijo a Cagliero, que fueras ahora mismo al paraíso; pero tienes mucho que hacer. Serás sacerdote, y después irás lejos, muy lejos[11].

   Por el momento, Don Bosco no entiende quiénes son esos hombres: más tarde comprenderá que son los aborígenes de la Patagonia y de la Tierra del Fuego. El representante de la Patagonia, bien podría ser nuestro  Namuncurá, el padre de Ceferino, cuyas señas concuerdan con la descripción de Manuel Gálvez; y que en este año de 1854 fue bautizado en Paraná, con el nombre de Manuel, tomado del santoral del día,  teniendo por padrino el propio general Justo José de Urquiza. Al mismo tiempo, juró fidelidad a la Constitución de la Confederación Argentina y fue espléndidamente obsequiado, como amigo de su padrino y partidario de su política[12].

    ¿Quién hubiera imaginado que a Cagliero –ese adolescente de 16 años, más tarde misionero y obispo–,  con el andar del tiempo le tocaría en suerte el confirmar y dar la primera comunión al anciano Namuncurá de 91 años de edad? ¡Los caminos del Señor son admirables y van tejiendo el nacimiento y la vida cristiana del Beato Ceferino, recibida toda ella de manos salesianas! 

 

3. El sueño de la región salvaje desconocida  

   El año 1872 marca el tiempo de los grandes malones sobre poblaciones y estancias, contándose veinte y siete sólo en la provincia de Buenos Aires. Estas invasiones, cuidadosamente planificadas, con la participación de indígenas chilenos y refugiados blancos, siembran por doquier el infortunio y la desesperación, producto del masivo robo de las de haciendas, el incendio de las casas y el cautiverio de numerosas personas, sobre todo mujeres y niños, llevados a las lejanas tolderías, más allá del mítico Carhué. Y paradójicamente es el año de la batalla campal de San Carlos de Bolivar, en que declina el astro fulgurante de Calfucurá –vencido por el general Ignacio Rivas–, quien muere a poco de esta derrota, después de haber reinado en las pampas por treinta y ocho años consecutivos[13].

   Este es el año de los sueños geográficos de Don Bosco sobre una región salvaje desconocida –parábola luego identificada con la Patagonia–, quien los narró por primera vez en 1876, al papa Pío IX; y luego lo recontó en forma privada y sucesiva a varios jóvenes salesianos[14]. Allí ve de antemano a sus misioneros evangelizando a indígenas, que sostienen luchas con los europeos, se abalanzan sobre religiosos de otras órdenes religiosas y terminaban deponiendo su animosidad:

   Me pareció hallarme –dijo Don Bosco– en una región salvaje, absolutamente desconocida. Una llanura inmensa, completamente inculta, en la que no se distinguen colinas, ni elevaciones. Sólo en los más remotos confines se perfilan montañas abruptas. La recorrían multitudes de personas. Casi desnudas, de altura y contextura extraordinaria, aspecto feroz, cabellos largos e hirsutos, cutis bronceado y oscuro, protegidos tan solo por amplios mantos de pieles, pendientes sobre los hombros. Estaban armados de una especie de lanza y lazo. Estas turbas, esparcidas aquí y allá, representaban escenas diversas: unos corrían cazando fieras; otros marchaban con trozos de carne sanguinolenta ensartada en lanzas. Por aquí luchaban entre sí: por allá peleaban contra soldados vestidos a la europea. El campo aparecía sembrado de cadáveres. Yo temblaba, cuando de pronto ví entrar por el confín a misioneros de diferentes órdenes… No alcancé a reconocer ninguno… Los salvajes cayeron sobre ellos… y los liquidaron a todos… Estaba pensando cómo convertirlos, cuando advertí en lontananza un nuevo grupo de misioneros… Yo volví a temblar. Vienen a hacerse matar… Me acerqué. Eran clérigos y sacerdotes salesianos… Quise detenerlos…, cuando noté que su aparición provocaba alegría entre los salvajes. Bajaron las armas, depusieron su ferocidad y acogieron a los misioneros con muestras de cortesía. Este sueño lo tuve hace cuatro o cinco años y me produjo fuerte impresión… No comprendí bien el significado, pero advertí que se trataba de misioneros extranjeros[15].

   En efecto, en el caso de nuestro país, las crónicas registran el paso esporádico de los franciscanos y dominicos por Tierra del Fuego (1768 y 1792); y especialmente la presencia de los mártires jesuitas patagónicos en la zona de Nahuel Huapí (1669–1700), si bien ninguno de ellos murió despedazado: Mascardi fue víctima de las flechas y porras; Laguna o Van der Meeren y Guglielmo, sucumbieron envenenados. No obstante ello, sólo de manera metafórica, puede decirse que su  sangre salpicó de rojo los lagos de la cordillera andina que los recuerdan.

     Nombres a los cuales deben sumarse los de otros jesuitas procedentes también de Chile, que cruzaron la cordillera andina con idénticos propósitos misionales –Rosales, Zúñiga, Kleffert, Elguea y Güell, entre 1650 y 1686–, que sobrevivieron ilesos. Al igual que los encargados de recorrer el litoral atlántico con fines de simple exploración geográfica –Quiroga, Cardiel y Strobel–, allá por 1746.

    A esta lista debe agregarse un episodio contemporáneo al mencionado sueño de Don Bosco, protagonizado por el P. Jorge María Salvaire, sacerdote de la Congregación de la Misión (lazarista), quien de visita en los toldos de Manuel Namuncurá, en noviembre de 1875, sí corrió  peligro cierto de muerte, salvándose milagrosamente gracias a la intercesión de Ntra. Sra. de Luján[16].

    Al mismo tiempo, hay que tener presente que en 1874, Don Bosco pudo mantener algunas conversaciones con Juan Bautista Gazzolo, cónsul argentino en Savona; y a la luz de las descripciones e imágenes del diplomático, descubrió definitivamente la Patagonia, cosa que le permitió interpretar por vez primera con seguridad el sueño que hasta hacía poco no se animaba a narrar. Proponiéndose de allí en más pensar seriamente en la evangelización de aquella inmensa región sudamericana[17].

 

4. Los ojos puestos en la Patagonia

   Al llegar el año 1875, las distancias se acortan. Namuncurá, que ha sucedido en el mando de Salinas Grandes a Calfucurá, organiza el gran malón sobre Azul y las poblaciones vecinas (Olavarría, Tapalqué, Benito Juárez). De allí en más declinará su estrella y se esforzará por firmar  tratados de paz con el Gobierno Nacional en busca de garantías que le aseguren la supervivencia de la tribu[18].

   En este mismo año, zarpa de Génova la primera expedición de los misioneros salesianos, destinada por Don Bosco a la evangelización de la Pampa, la Patagonia y Tierra del Fuego. Al frente figura el P. Juan Cagliero, téologo y músico de 37 años de edad, al que acompañan los sacerdotes Jose Fagnano, Juan Bautista Baccino, Valentín Cassini y Domingo Tomatis, todos menores que el jefe de la expedición, cuatro coadjutores y un seminarista. Llegan a Buenos Aires el 14 de diciembre[19]. Las convergencias históricas que señalamos terminan por plasmarse en la realidad argentina. Los salesianos se encuentran ya en la provincia limítrofe a los dominios de Namuncurá.

   Fue así que en 1879 se produce el encuentro histórico entre los primeros hijos de Don Bosco y la realidad indígena soñada por él. Los misioneros Santiago Costamagna y Luis Botta acompañan al Ejército Expedicionario, al mando del general Julio Argentino Roca, y, mientras marchan en dirección al Río Negro, tienen el primer contacto con los “hombrotes” presentes en la ya lejana fantasía sobre la superación de la muerte del colegial Cagliero.

    El P. Costamagna, el 27 de abril de 1879, escribe a Don Bosco: Los salesianos finalmente han llegado en medio de los habitantes del desierto, entre los indios pampas…; y agrega: ¡No es sueño; ya es realidad![20]. De esta manera se inician los albores misionales patagónicos: el traspaso de la misión indígena de los lazaristas a los salesianos, la misión de Carmen de Patagones (la puerta de la Patagonia) y las grandes excursiones del P. Domingo Melanesio por los faldeos cordilleranos[21].

5. Los primeros contactos con Namuncurá

   Pasan algunos años y el aluvión de noticias patagónicas llegan paulatinamente a Don Bosco, que el 29 de agosto de 1883, víspera de la fiesta de Santa Rosa de Lima, tiene el célebre Sueño Americano, el más largo y detallado[22]. En un momento del mismo, el misterioso joven con quien dialoga Don Bosco en medio de una sala imaginaria situada en América del Sur, le dice: – Ahí, ¿qué hay? Y me indicaba un punto del panorama. –Al occidente observo altísimas montañas y al oriente, el mar… El joven amigo prosiguió: –Estas montañas son como un borde, como un confín. Hasta aquí y hasta allá se extiende la mies ofrecida a los salesianos. Hay millares y millones de habitantes que esperan ayuda, que esperan la fe. Estas montañas eran la Cordillera de los Andes; y el mar, el océano Atlántico. – ¿Cómo hacer?, continué yo ¿Cómo podremos conducir tantos pueblos al redil de Jesucristo?

    Y cuando contempló toda la riqueza patagónica, preguntó azorado, demostrando exclusivamente su preocupación misionera: – ¿Qué significa todo esto? – Lo que está en potencia, le respondieron, se hará realidad. En el futuro los salvajes serán tan dóciles que se presentarán espontáneamente a recibir instrucción religiosa, cultura y comercio. Y termina el relato del sueño con consideraciones plenas de fe religiosa y optimismo humano para el futuro patagónico: Con la dulzura de San Francisco de Sales, dijo sentenciosamente, los salesianos atraerán a Cristo las poblaciones de América. La salvación de los indígenas será una empresa harto difícil. Pero su descendientes se doblegaran con docilidad a la palabra de los misioneros, y con ellos se fundarán colonias… La civilización sustituirá a la barbarie, y muchos salvajes ingresarán en el redil de Jesucristo.

    Precisamente en este año de 1883, el salesiano Domingo Milanesio, después de recorrer miles de kilómetros por territorio patagónico, le toca recibir la rendición del cacique Manuel Namuncurá, refugiado por algunos años en Chile, que por su intermedio se entrega a las autoridades militares argentinas en Fuerte Gral. Roca[23], asignándosele luego ocho leguas de campos en Chimpay, en el Alto Valle del Río Negro, entre Chole–Choel y Chelforó[24].

   Al mismo P. Melanesio le tocó cinco años más tarde bautizar, el 24 de diciembre de 1888, a su hijo Ceferino, nacido dos años antes, el 26 de agosto de 1896, en la fiesta de San Ceferino, Papa. De ahí el nombre del nuevo vástago de la dinastía de los Piedras, cuya madre fue la criolla chilena Rosario Burgos[25].

 

6. Un encuentro histórico: Cagliero, Namuncurá y Ceferino

   Finalmente, en 1897, se encuentran, frente a frente, Namuncurá y Cagliero, en Viedma. El cacique, establecido en Chimpay, le manifiesta al obispo el deseo que su gente se catequice, solicitando misioneros fijos para la zona ocupada por la tribu. Lo acompaña una pequeña comitiva, entre ellos su pequeño hijo Ceferino. Todos viajan con destino a Buenos Aires, donde Namuncurá, entre otras gestiones, piensa poder concretar la educación de su vástago, que finalmente confía a los salesianos para que reciba instrucción escolar y cristiana. De aquí en más, la vieja y heroica estirpe mapuche recibirá, en la persona del indiecito de Chimpay, la fecunda siembra evangélica, preludiándose abundante cosecha.

   ¿Cómo ocurrieron los hechos? En los primeros meses de 1897, quedó sellado el futuro horizonte educativo de Ceferino. Al respecto, debemos imaginar entre él y su padre, un diálogo mantenido en mapuche, que podemos traducir en éstos o parecidos términos: “Padre, lléveme a estudiar a la ciudad; así, cuando llegue a grande, podré servir a nuestra pobre gente”.  –“Sí, mi hijo”, murmuró emocionado el padre. Y agregó: “Tengo muchos amigos en Buenos Aires; haré lo posible para recomendarle a ellos. Mucho costará esta separación; pero no me dirá que su padre no secundó sus designios. Dios ha de querer que un día sea un hombre útil”[26].

   En concreto, ¿qué expresó Ceferino con tal pedido? Manifestó sencillamente el deseo de estudiar en una escuela o colegio que lo preparara para desempeñar en el futuro las funciones de escribano y lenguaraz de su padre, colaborando con él en todo lo referente a mejorar las condiciones de existencia de sus hermanos de raza. Por ese entonces, en la toldería de Chimpay se hacía sentir la postración y la decadencia de sus habitantes, sumidos en extrema miseria a causa del incumplimiento de las promesas gubernamentales. Evidentemente lo movía a Ceferino un ideal altruista, de carácter solidario, al ver languidecer irremediablemente a su gente, sin mayores esperanzas de poder mejorar sus condiciones de vida.

    Fue así que, el 25 de agosto de 1897, Ceferino llegó a Bahía Blanca, acompañado de su padre y una pequeña comitiva, alojándose ambos por tres días en el Colegio Don Bosco de aquella población[27]. Luego los viajeros, en tren, llegan a Buenos Aires; y Ceferino, a sugerencia del ministro de Guerra y Marina de entonces, general Luís María Campos, ingresa en una escuela–taller de la Marina, en el Tigre, población vecina a Buenos Aires, como aprendiz de carpintería, otorgándosele una beca, con el firme propósito de estudiar “y ser útil a su gente”.

   Pero finalmente, a causa de no encontrarse a gusto en dicho establecimiento, el 20 de septiembre, a través de los buenos oficios del ex presidente de la Nación, Dr. Luis Sáenz Peña, ingresó como alumno al Colegio Pío IX de la capital federal, en el barrio de Almagro, quedando así relacionado para siempre con los salesianos: al punto de querer convertirse en un hijo de Don Bosco, en calidad de sacerdote[28].

 

7. De los toldos a la escuela 

   Ceferino comenzó el aprendizaje escolar en el Colegio anejo de San Francisco de Sales. Aquí encontró el cariño del director, el P. Juan Bautista Gherra[29], a cuyo tibio contacto se abre la flor patagónica mostrando ya los pétalos de sus virtudes, la sonrisa de su alegría y la satisfacción de vivir nuevamente en familia, tras el efímero paso por la escuela–taller de Tigre.

   Recordemos que el “ritornello” de Don Bosco era: pecado y melancolía: ¡fuera de casa mía! De ahora en más, basándose en una canción napolitana por entonces en boga, el “ritornello” de Ceferino, será: Funí culi, fulí culá ¡Viva el Padre Gherra y Namuncurá! Y cuando vino a faltar el P. Gherra, adoptó una variante que lo acercaba a Don Bosco: Funí culí, fulí culá ¡Fuera el pecado y Satanás! [30]

    A partir de 1898 se suceden los hechos que posibilitan a Ceferino el rápido crecimiento en la vida cristiana: el ingreso a la escuela primaria, la primera comunión, las vacaciones en la Escuela Agrotécnica de Uribelarrea, la confirmación, los certámenes catequísticos, los premios en conducta y aplicación, el encuentro con Carlos Gardel (1901, al comenzar cuarto grado), la participación en la “schola cantorum” del célebre P. Aquiles Pedrolini, los ejercicios espirituales, los primeros síntomas de la enfermedad,  etc. 

 

8. Un discurso emocionado al “Ángel de la Patagonia”

   De estos años, recordamos un brindis inolvidable. Monseñor Juan Cagliero, por entonces vicario apostólico de la Patagonia, celebró en 1901 los cincuenta años de su entrada al Oratorio de Turín. Para festejarlo se organizaron, en el Colegio Pío IX,  diversos actos, ajustados al programa tan salesiano de misa, mesa y musa. Vale decir: academia literario–musical en la víspera, comunión general en la misa de la mañana, almuerzo fraterno y representación teatral por la noche. Fueron invitadas las principales autoridades civiles y eclesiásticas de Buenos Aires, no faltando el internuncio apostólico, monseñor Antonio Sabatucci; y la figura patriarcal del ex–presidente de la República, doctor Luis Sáenz Peña.

   En tal ocasión, a Ceferino le tocó desempeñar un papel descollante, pronunciando dos breves discursos emotivos, que arrancaron lágrimas y aplausos: uno en la academia y otro en el brindis[31]. En éste último, en cierto momento, dirigiéndose a monseñor Cagliero, exclamó para asombro de todos los presentes:

         … Ya hacía como diecinueve siglos que Ntro. Sr. Jesucristo, muriendo en la cruz salvara al mundo, cuando los infelices hijos de la Patagonia, nunca, o casi  nunca habían tenido noticia del inmenso amor de Jesús para con los hombres… Y la Iglesia, madre piadosa, miraba con dolor a esos pobres hijos del desierto, a esas desventuradas ovejas sin pastor en medio de los lobos rapaces. ¡Pobres almas! ¿Hasta cuándo tendrás que llorar sobre esos infelices que sin embargo son tus hijos? ¿Cuándo se servirá el buen Dios enviar a su Ángel libertador, que enseñe la fuente de vida eterna?

     Mas, cesa tu llanto, ¡oh madre afligida!, y ábrase tu corazón a la esperanza. ¿No oyes hacia la boca del Río Negro un profundo silbido? ¿No ves como tus pobres hijos están de fiesta, cual desterrados a quienes se acerca el libertador? ¡Alégrate! Pues el ángel del Señor está a punto de llegar. El majestuoso Pomona aquí lo trae [vaporcito que recorre el Río Negro]. Sí, es él, el bendecido por Don Bosco, el enviado por Dios, el Ángel de la Patagonia, Mons. Juan Cagliero. Él les enseñará el camino del cielo. Regocíjate, ¡oh madre!, tus hijos están salvos.

    Dieciséis años pasaron desde el día en que los Patagones recibieron con fiesta a su primer obispo y ya la Patagonia entera se halla admirablemente transformada de esperanza en un porvenir mejor. La llegada de Monseñor llenó a todos de grande esperanza de un porvenir mejor… Inmenso es el bien obrado hasta ahora… Y en tanto  los patagones ya no son infelices, y lo 200 y más niños y niñas educados en los colegios Salesianos nada tienen que envidiar a los niños de las cultas ciudades. Mi familia también, y yo más que todos gocé de tus trabajos, ¡oh amable Monseñor|; pues si tú no hubieras pasado por mi casa, ¿Qué sería de mí? ¿Quién me hubiera enseñado el camino del cielo? Yo rogaré todos los días al Señor porque te conceda digna recompensa aquí en la tierra, y en el cielo, en el cual, no cabe duda, te haremos corona todos los que tú has salvado, ¡oh Ángel de la Patagonia!

    Me han dicho que muy pronto volverás a recorrer las pampas para visitar a todos tus hijos, consolarlos y fortalecerlos en la fe. ¿Dios te acompañe, pastor intrépido y guarde tus pasos en el peligroso y largísimo viaje! Quiera Dios que pueda yo también un día compartir tus sudores a favor de los pobres indios, haciendo para ellos lo que tú para mí has hecho, ¡oh Ángel bendito de la Patagonia![32].

   Aquí el doctor Saénz Peña, sin poder contenerse, se levantó de la mesa, lo abrazó y lo besó conmovido, ante el silencio general. Admirando los caminos de la gracia que tantos progresos había obrado en ese adolescente, recomendado por él cuatro años antes a los hijos de Don Bosco. Las ansias apostólicas de Ceferino, desde entonces, quedaron compartidas con monseñor Cagliero, al que solía llamar su segundo padre, y por quien sentía irresistible fascinación.

   Precisamente esta identificación de ideales constituye la expresión más genuina de su vocación misionera. El joven araucano aspira a  realizar en el futuro los mismos gestos evangelizadores que el Vicario de la Patagonia, secundado por los demás misioneros salesianos, realizaba en medio de sus hermanos de raza.

 

9. La aprobación paterna

   De allí que guardó en su corazón como preciado tesoro las consoladores noticias que recibió sobre los resultados de la gran misión que, en 1902, Cagliero predicó por el Río Negro y el Neuquén, finalizando en el río Aluminé, donde estaba acampada por entonces la tribu a las órdenes de su padre. Es el P. Juan Beraldi, otro gran amigo de Ceferino, presente en la ocasión, quien así lo relata:

   “Paso de San Ignacio (Río Aluminé), 25 de marzo de 1902. Monseñor Cagliero, cual nuevo Bautista con sus discípulos los padres misioneros, está predicando a los numerosos  indios de la tribu de Namuncurá. Antes de empezar esta misión Su Señoría Ilustrísima, a fin de conseguir de la misma un éxito más consolador, había enviado previamente los reverendos padres Domingo Milanesio y Zacarías Genghini a reunirlos y avisarles la próxima llegada del señor Obispo y de la visita que deseaba realizarles. Con tal motivo el 22, montando nuestros mansos caballos salimos de Junín [de los Andes] con dirección al Paso de San Ignacio, distante unos 35 kilómetros. A corta distancia del pueblo pasamos el Chimehuín… Bajamos por otros valles fertilísimos, donde se apacienta mucho ganado lanar, caballar y vacuno…, para pasar al otro lado del río Aluminé, un poco más debajo de la confluencia del Catán Lil, donde Namuncurá nos estaba esperando con su gente… Inmediatamente apareció en la costa una comisión de paisanos, presidida por el reverendo padre Domingo Milanesio, que venían para saludar y recibir al señor Obispo…, y lo acompañaron hasta los ranchos del anciano Cacique. Allí estaban reunidos su familia, sus hermanos y los principales capitanejos de la tribu, quienes se alegraron muchísimo al ver por primera vez a tan bondadoso Pastor. Namuncurá quedó tan impresionado, que llorando de consuelo le besó repetidas veces el sagrado anillo: lo mismo hicieron su familia y toda su gente. Por medio de un intérprete le hizo los honores de un solemne parlamento indio, agradeciéndole la visita que le hacía a su casa. Y expresándose como pudo le dijo en lengua castellana: Señor Obispo, yo muy contento. Yo vivir cristiano; mi familia también. Yo buen argentino, y mi gente queriendo ser cristianos todos.

 

   … Los padres misioneros Domingo Milanesio y Zacarías Genghini, que con mucha facilidad hablan el idioma araucano, los instruyeron por tres días en los misterios principales de nuestra santa religión, le enseñaron hacer bien la señal de la santa cruz, y a rezar con devoción el Padre nuestro, Ave María y Credo. Monseñor se ocupó directamente de la instrucción de Namuncurá y familia; y como su Señoría Ilustrísima hiciese observar al viejo cacique que la religión cristiana, lo mismo que la civilización argentina, no permitía tener más que una sola mujer, y que por consiguiente debía dejar la poligamia, este le contestó: “Yo, Señor, bien casado en Roca ante iglesia y oficial civil. Yo tener tres mujeres: una muerta; otra vieja, muy buena la pobre, muy buena y enferma. Yo ahora vivir solo con mi Ignacia. Yo conoce la ley cristiana, yo sabe ley argentina, yo dejar costumbre paisana; mi gente, una sola mujer; mis hermanos una sola mujer, y casarse bien ahora presente Señor Obispo.

 

    Viéndolo, pues, bien dispuesto y convencido de las verdades de la fe y divinos mandamientos, Monseñor lo introdujo en su carpa, lo preparó y lo ayudó a reconciliarse con Dios y a recibir dignamente la santa confirmación… El 24 de marzo fue un día muy memorable, por las muchas criaturas y el crecido número de adultos (hasta ancianos de más de sesenta años) que se bautizaron… Se legitimaron enseguida casi todos los matrimonios, y tuvo lugar la administración de la santa confirmación… Pero la función más devota y conmovedora ha sido, sin duda alguna, la del 25 de marzo… Al despuntar el día, se reunían el viejo Cacique con su familia, sus hermanos, la gente de su tribu y los vecinos, en la humilde choza convertida en catedral… [Monseñor comenzó la celebración de la misa], los indios, hincados los unos de pié los otros, por lo estrecho del local, repetían en pos del padre Milanesio las verdades de la fe, y con gran devoción y fervor rezaban las oraciones, al prepararse al acto más augusto de la vida: la primera comunión. El que antes era fiero Cacique, asistía ahora devoto y humilde al incruento Sacrificio del Altar; niños y niñas, padres y madres, jóvenes y ancianos, entre ellos Namuncurá [que contaba con 91 años], recibían por primera y vez de manos de Monseñor el Pan de la Vida.

    Momentos después Namuncurá acompañaba a Monseñor alrededor del fuego de la cocina común, para tomar por desayuno un matecito y un pocillo de té con pastelitos, que las hijas del Cacique  hacen con masa y fríen en grasa hirviendo. El viejo Cacique, sentado sobre cajones de frente a Monseñor, y rodeado de la familia y de muchos capitanejos, no podía estar más satisfecho, y tomando la mano de Monseñor le besaba el sagrado anillo y le decía: Ahora yo estar contento. Ahora bien cristiano yo y mi gente. Y que comprendiera los actos de religión que acaban de realizarse en su casa, lo demostró con la siguiente petición que hizo a Monseñor:Yo, Señor, viejo y morir; morir mi gente también y no tener campo santo. Pido favor bendición cementerio: yo no quiere sepultar paisano, yo cristiano. Yo querer mi sepultar cementerio; pido favor, señor Obispo. Monseñor accedió gustoso y encargó a don Milanesio y a don Julián, uno de los hijos del Cacique, para que levantaran una cruz sobre la planicie de la vecina loma, y sirviera, a la par que de recuerdo de la misión, de lugar sagrado para cementerio… Monseñor hubiera deseado pasar todo el día 25 en el Aluminé; pero con mucho pesar tuvo que despedirse de sus buenos y queridos hijos, para volver a Junín [de los Andes] y dar comienzo a la misión y funciones de Semana Santa… Namuncurá y toda su gente sintieron mucho la partida del señor Obispo; pusieron la bandera a media asta en señal de luto, y lo acompañaron muy tristes  a la cercana orilla. Allí Monseñor con su secretario entró en la balsa y dio a todos su última bendición… Los buenos paisanos y el anciano Cacique desde la barranca, continuaron saludando al bondadoso Pastor, hasta que lo perdieron de vista”[33].

     Al terminar la misión, no se sabía quienes estaban más contentos, si Cagliero o Namuncurá; si los misioneros o la tribu del Aluminé. Pero, sobre todo, estaba feliz el obispo, porque había conseguido del anciano cacique el permiso para que Ceferino pudiera seguir la carrera eclesiástica, a la que se sentía fuertemente inclinado; y también la autorización para llevárselo consigo a Italia, en un próximo viaje que pensaba realizar al Viejo Mundo.

 

10. La salud no acompaña a la vocación     

   Y un buen día, a principios de 1903, con un profundo desgarramiento del corazón, Ceferino abandonó el Colegio Pío IX que durante cinco años fue su segunda casa. La tuberculosis pulmonar iba minando su existencia. Se manifestaba por una tos persistente y una debilidad general. ¿Qué hacer, dónde mandarlo en busca de mejoría? Pues, a respirar los aires nativos. Era el remedio de la época. Irá, por tanto a Viedma, la capital del Río Negro, a la Casa Central de las Misiones de la Patagonia, donde monseñor Cagliero estaba levantando su catedral y su seminario.

     El viaje fue largo: 700 kilómetros en tren hasta Bahía Blanca; y 300 en mensajería o galera hasta Carmen de Patagones y Viedma. Viaja en busca de un doble objetivo: recuperar la salud gravemente comprometida; y comenzar el aprendizaje del latín para ser un día misionero de su raza. Había nacido en él la vocación evangelizadora y sacerdotal.

    Pero en definitiva, ¿quién contribuyó en mayor medida a despertar en el corazón del joven mapuche este nuevo ideal de vida? Ciertamente un salesiano que ejercía gran atracción entre los indios, y especialmente en Ceferino,  tanto por su persona como por su apostolado: el P. Domingo Milanesio, de cuyas manos había recibido el bautismo. Como acertadamente lo señala el P. Vicente Martínez Torrens: “Su padre esperaba, sin duda, que llegara a ser un militar o un político, capaz de defender los derechos de su raza. Ceferino, en cambio, comenzó a desear ser como el Padre Milanesio: volver a vivir entre su gente, pero como sacerdote y misionero”[34].

   Por entonces alguien le pregunto: – Ceferino, ¿qué pides al Señor en tus visitas al Santísimo Sacramento? – Le estoy pidiendo las tres S de Don Bosco. – ¡Y cuáles son? – ¡Salud, sabiduría y santidad! He aquí el programa que se propuso como estudiante salesiano y como aspirante al sacerdocio.

     Por ese entonces, Francisco de Salvo, otra de las personas allegadas a Ceferino, ofrece un precioso testimonio sobre el nacimiento de la vocación sacerdotal. Al respecto, recuerda que al final de una conversación sobre temas propios del campo y de la vida de los mapuches mantenida en Viedma, le preguntó: “Ceferino,  ¿qué es lo que más te gusta? Me esperaba una respuesta como ésta –comenta–: montar a caballo u otra cosa por el estilo. Pero no. Con serena convicción, como saboreando un largo deseo, afirmó: – Ser sacerdote”[35].

     Deseo ardiente que lo confirma una estampa de María Auxiliadora que Ceferino guardaba celosamente en su manual de piedad, “Juventud Instruida”, donde de puño y letra había escrito que pedía la gracia de “llegar a ser sacerdote para convertir a sus paisanos”.

    Lamentablemente no siempre se conjugan las tres “S” en una misma persona. En el caso de Ceferino la primera “S” (salud) iba en razón inversa con las otras dos: pues, mientras aumentaba la sabiduría y especialmente la santidad, sensiblemente iba disminuyendo la salud, a pesar de los solícitos cuidados del Padre Evasio Garrone, conocido a ambas márgenes del Río Negro como el “Cura Dotor”.

   Este fue el motivo fundamental por el cual ya  no pudo acompañar a sus compañeros que se trasladaron a la vecina localidad de Patagones, para continuar con el aspirantado y el noviciado. La tos persistente vino así a interrumpirle los estudios de latinidad, viendo los superiores la conveniencia de proporcionarle un tiempo de descanso.

   Fue entonces que  Monseñor Cagliero intentó el último esfuerzo para salvar al “Lirio de la Patagonia” que se estaba marchitando. Lo llevaría a Turín, cuna de la Congregación Salesiana. Allí con un tratamiento adecuado podría continuar con sus estudios que en el futuro le abrirían las puertas del anhelado sacerdocio.

    El 19 de julio de 1904 se embarcan en el vapor Sicilia rumbo a Italia. El 10 de agosto llegan a Génova; y el 13 se encuentran con Don Rúa, en Turín. Ceferino inicia sus estudios en Valdocco, donde permanece cuatro meses. El 27 de septiembre es recibido por el papa Pío X. Luego se traslada a la Villa Sora (Frascati) para continuar su formación humanística.

 

11. Vehemente deseo de ser sacerdote

   Tanto los anhelos de apostolado como la vocación religioso–sacerdotal de Ceferino quedan pintados muy al vivo en varias cartas escritas desde Italia. De ellas espigamos algunos párrafos reveladores:

    Desde Milán, el 3 de octubre de 1904, le ofrece al P. Esteban Pagliere un breve relato de la memorable audiencia pontificia,  en la que tuvo la inmensa dicha de presentar su saludo en italiano al papa Pío X, donde recuerda las cariñosas palabras que éste le dirigió:

    Bueno, hijo mío, te doy gracias  por lo bien que hablas del Vicario de Cristo. Quiera el Señor que puedas poner en práctica todo lo que en el saludo dices: de convertir a todos tus hermanos de la Patagonia a Jesucristo. Y yo, a este fin te doy de todo corazón mi Apostólica Bendición. Dí a tu papá que el Santo Padre lo bendice a él, a toda su familia y a toda la gente que está en su poder. Dios te bendiga, hijo mío. Y Ceferino agrega a continuación: Mientras decía estás cariñosas y paternales palabras, yo no podía contener las lágrimas. ¡Oh cuánta bondad la del Santo Padre![36].

   Y hasta en los sueños afloraba este anhelo de ser salesiano y sacerdote. Desde Turín, el 15 de noviembre de 1904, le comenta al P. Juan Beraldi:  

   … Dos noches ha que ví en sueños a Don Bosco y Don Rúa que hablaban  entre sí y yo me  presenté, les besé las manos repetidas veces a los dos y dirigí la palabra  a Don Bosco: – Señor Don Bosco ¿me haré salesiano? – Él me contestó: –Sí, hijo mío. Dios te bendiga ¡Adiós! …, me contestó. Les besé nuevamente las manos y me fui… Y concluye: “Padre Juan: rece  mucho al buen Jesús y a María Auxiliadora, en modo especial en la Santa Misa,  para que me ayuden en mis estudios y pueda vestir pronto la sotana, creo que ya es tiempo[37]

El 20 de noviembre, también desde Turín, expresa el mismo pensamiento al P. Esteban Paglieri, pero con más riqueza de santos afectos:

¡Oh, quiera el Sacratísimo Corazón de Jesús y la materna Bondad de la Purísima Concepción Inmaculada, bendecirme y tomarme bajo sus mantos seguros; ayudándome en mis estudios; dándome la Salud, Santidad y Sabiduría que me son indispensables para seguir con buen éxito mis atrasados estudios! ¡Oh, tengo verdaderamente una santa envidia a mis seis antiguos condiscípulos que este año jubilar de la Inmaculada, ofrecerán a tan buena Madre Celestial una brillante corona: consagrándose totalmente a su divino Hijo Jesús; revistiéndose con la vestidura del Divino Maestro, pasar del hombre viejo al nuevo…! ¡Qué dichosos! ¡También ellos me debían preceder! Pero “Fiat voluntas Domini” El Señor no se olvida de sus criaturas. Llegará el día en que yo también me enlute para siempre de una vez. Puede ser que el Señor no me veía bastante preparado; y que por mal de mis pecados haya deparado el tiempo de consagrarme por completo al Señor. Su Reverencia no se olvide de este su pobre hijo en la Santa Misa[38].

      Este gusto que impregnaba las actitudes y el estilo de vida de Ceferino era conocido por sus familiares y por ellos compartido. Tanto es así que Don Manuel Namuncurá –según comenta el P. Juan Berardi– pensaba levantar una capilla para que su hijo, sacerdote, celebrara Misa. Motivo por el cual, como bien señala el P. Emilio Barasich, “ya no es sólo el deseo de Ceferino, sino la esperanza de toda una tribu que pregusta la meta sacerdotal de un araucano”[39].

   Otroparticular instrumento humano del que se valió Dios para acrecentar en el corazón de aquel  adolescente  tan nobles ideales de vida fue, sin duda, el P. Juan Berardi. Hecho que el mismo Ceferino reconoce en carta fechada en Viedma, el 26 de agosto de 1903, cuando con expresiones que revelan su tierna piedad y las maravillas obradas en su alma por la gracia de Dios, le comenta:    

   Mi óptimo confesor me permitió la Comunión todos los días y yo trato de hacerla fervorosamente. Si ahora yo gozo de las dulzuras del amor de Jesús, todo se lo debo a Ud., amadísimo Padre, que introduciendo en mi pobre corazón el amor a la Virgen, me condujo, sin darme cuenta, a conocer y amar a Jesús. Los mismos regalitos que Ud., desde Buenos Aires me quiso mandar, son un dulcísimo recuerdo de las cristianas enseñanzas, que con tan paciencia supo hacer penetrar hasta lo más profundo de mi alma[40].

    Estas palabras demuestran que el aprendizaje del catecismo, la vida sacramental, la profunda piedad eucarística y la tierna devoción mariana, habían modelado profundamente su alma, al punto de abrirla a horizontes inconmensurables de santidad que lo llevaron a abrazar decididamente la vocación religiosa y sacerdotal, que lamentablemente la enfermedad tronchó para siempre, el 11 de mayo de 1905, a las 6 de la mañana, cuando en la cama 24, de la Sala “Amici”, en el Hospital “Fatebenefratelli”, entregó su alma al Creador.

    Por lo demás, los caminos del Señor son admirables. Aquel adolescente araucano que deseaba ardientemente ser misionero para los de su raza, parece destinado por Dios a ser un apóstol y modelo para la juventud de nuestros días, de cualquier estirpe y condición.

12. Conclusión

   Mirando hacia atrás debemos decir que a su debido tiempo finalizaron los procesos ordinarios en las diócesis de Viedma, Turín y Roma, encaminados a introducir su causa de beatificación. Pasos que le hicieron prever al salesiano Luis J. Pedemonte –la persona que resucitó, allá por 1930, la memoria de Ceferino, convirtiéndose en el gran difusor de su figura–[41],  que llegaría el momento en que se abriría efectivamente el referido proceso apostólico[42].

     Hoy aquella intuición se ha convertido en realidad. Desde el 11 de noviembre de 2007, en Chimpay, lugar de su nacimiento, Ceferino ha sido beatificado. Aquello que el P. Pedemonte pregustó como día glorioso para la Iglesia, la Congregación Salesiana y nuestra Patria hoy es un hecho: un hijo auténtico de la tierra americana y argentina, perteneciente a la vieja y gloriosa estirpe araucana de los “Curá”, es venerado en los altares[43].

    De este modo, la figura del Beato Ceferino se convierte en voz clamorosa que interpela hoy a la Iglesia Argentina toda, llamándola a comprometerse con mayor ardor en la misión evangelizadora que el Señor siempre le confía y reclama, particularmente con las comunidades aborígenes presentes en diversas regiones del país, tal como el reciente Documento Conclusivo de Aparecida lo pone de manifiesto en estos tres párrafos que merecen transcribirse a continuación, porque a mi juicio, junto con los dedicados a la religiosidad popular y a la cultura, constituyen uno de los aportes más notables y sugerentes del mencionado documento:

     – Los indígenas emergen ahora en la sociedad y en la Iglesia. Este es un “kairos” para profundizar el encuentro de la Iglesia con estos sectores humanos que reclaman el reconocimiento pleno de sus derechos individuales y colectivos, ser tomados en cuenta en la catolicidad con su cosmovisión, sus valores y sus identidades particulares, para vivir una nuevo Pentecostés eclesial (nº 91).

     – Como discípulos y misioneros al servicio de la vida, acompañamos a los pueblos indígenas y originarios en el fortalecimiento de sus identidades y organizaciones propias, la defensa del territorio, una educación intercultural bilingüe y la defensa de sus derechos. Nos comprometemos también a crear conciencia en la sociedad acerca de la realidad indígena y sus valores, a través de los medios de comunicación social y otros espacios de opinión. A partir de los principios del Evangelio apoyamos la denuncia de actitudes contrarias a la vida plena en nuestros pueblos originarios; y nos comprometemos a proseguir la obra de evangelización de los indígenas, así como procurar los aprendizajes educativos y laborales con las transformaciones culturales que ello implican (nº 530).

     – La Iglesia estará atenta ante los intentos de desarraigar la fe católica de las comunidades indígenas, con lo cual se las dejaría en situación de indefensión y confusión ante los embates de las ideologías y de algunos grupos alienantes, lo que atentaría contra el bien de las mismas comunidades” (nº 531).

     Que el presente acto cultural que nos reúne en esta espléndida Basílica de María Auxiliadora, tan cara a los afectos salesianos, sea hoy nuestro afectuoso homenaje al bendito Lirio y Ángel de la Patagonia, al Santito de la toldería, al Mancebo de la tierra; o como también se lo designó a su paso por Turín: el Figlio del gran cacico Namuncurá, el cortés Principino delle Ande. De quien dijo  Margarita de Saboya, por entonces reina de Italia, después que le fuera presentando en ocasión de la exposición profesional y misionera organizada en el Oratorio de la Casa Madre de Valdocco: – ¡Pero si a este joven, nada le falta para ser un perfecto caballero![44].

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*Profesor de Historia de la Iglesia en la Fac.de TeologíaUCA;.Miembro de la Academia Nac.Historia

[1] En cuanto a la redacción, el presente artículo conserva en buena parte la forma de alocución histórica oral tal como la pronunció el autor en el homenaje  al Beato Ceferino Namuncurá organizado por los salesianos en la Parroquia San Carlos Borromeo y Basílica María Auxiliadora (Buenos Aires), el viernes 16 de noviembre de 2007. Publicado con la amable autorización de la revista Teología de la Facultad de Teología UCA.

[2] Para trazarlas me inspiro en   Ceferino Namuncurá, folleto salesiano anónimo, publicado por Librería Don Bosco, Buenos Aires, 1955. La bibliografía “ceferiana” es ya abundante, al punto que pueden consultarse varias biografías, unas más completas y documentadas que otras, por lo que se impone la comparación: MANUEL GÁLVEZ, El Santito de la Toldería. La vida perfecta de Ceferino Namuncurá, Buenos Aires, 1947 (con estudio introductorio y notas explicativas de Néstor A. Noriega, se publicó en la Biblioteca del Maestro, Rosario, 1967); LUIGI CASTANO, Zeffirino Namuncurá, il principino delle Ande, Asti, 1946 (traducción castellana: Agonía y sublimación de una raza. Ceferino Namuncurá. El lirio de las pampas, Buenos Aires, 1968); PEDRO GIACOMINI, Ceferino Namuncurá, su vida en anécdotas, Buenos Aires, 1955; AQUILES D. YGOBONE, Ceferino Namuncurá, redentor de su raza de bronce, Buenos Aires, 1968; RAÚL A. ENTRAIGAS, El Mancebo de la tierra, Buenos Aires, 1971; ERNESTO GONZÁLEZ, Ceferino. Misionero de su pueblo, Buenos Aires, 1977; HUMBERTO BARATTA, Galería de exalumnos que han desfilado por el Colegio Pío IX, Buenos Aires, 1985; EMILIO BARASICH, Mensaje de un joven mapuche, Bahía Blanca, 1986; RICARDO NOCETI, La sangre de la tierra. Nueva misión de Ceferino Namuncurá, Rosario, 2000; y VICENTE MARTÍNEZ TORRENS, Ceferino Namuncurá. Vida, escritos e imágenes, Bahía Blanca, 2007, libro en homenaje a la beatificación (trilingüe: castellano, italiano, inglés), por cierto el acercamiento bio–bibliográfico de mayor valor informativo. Entre las obras poéticas, figuran: NICE LOTUS, Namuncurá. Cuadros líricos, Buenos Aires, 1924; NÉSTOR A. NORIEGA, Poemas del indio santo, Rosario, 1956; y ENRIQUE ALBANO, Namuncurá. Cantata para coro, solista, recitante y orquesta, con poesía de Raúl Entraigas, Buenos Aires, 1962.
3- Carta al P. Ismael Salvioni, director y párroco de Conesa (Río Negro), en LUIS J. PEDEMONTE , Cartas y escritos …(citado en la siguiente nota), p. 48.
4- Entre las principales fuentes documentales referidas a Ceferino Namuncurá, se cuentan las siguientes: Manuscritos de Ceferino. Archivo Histórico Salesiano de la Patagonia Norte (Bahía Blanca)= AHSPN; LUIS J. PEDEMONTE, Ceferino Namuncurá. Testimonios, Buenos Aires, 1943; Cartas y escritos de Ceferino Namuncurá, Buenos Aires, 1949; Idem, Testimonios, pro manuscrito, Buenos Aires, 1942; Misiones de la Patagonia, AHSPN; Obra de Don Bosco en la Patagonia, AHSPN; Positio Super Causae Introductione S. D. Zepherini Namuncurá, Tipografía Guerra e Belli, Roma, 1968; Peculiaris Congresssus Super Virtutibus S. D. Zepherini Namuncurá, Tipografía Guerra e Belli, Roma, 1971.
5- Véase, JORGE OSCAR SULÉ, Rosas y sus relaciones con los indios, Buenos Aires, 2003, caps. VII–X.
6- Memorie Biografiche di San Giovanni Bosco (=MB), tomos III, 363, 546; VI, 106; X, 55.
7- Véase, PIETRO STELLA, Don Bosco nella storia de la religiositá cattólica, Roma, 1959, I, 167. En este sentido fue decisiva la presencia de tantos obispos, misioneros en tierras lejanas.
8- Una primera aproximación al tema, en JUAN E. BELZA, Sueños Patagónicos, Buenos Aires, 1982.
E9- l Santito de la Toldería (o.c), 59-60. Estos rasgos los confirma la fotografía del cacique tomada en su visita a Buenos Aires, junto con algunos de sus familiares, en 1884. Véase, VICENTE MARTÍNEZ TORRENS, Ceferino Namuncurá. Vida, escritos e imágenes, 13, 25.
10- J. E. BELZA, no la caratula como “sueño patagónico” sino como fantasía que aparentemente excedió el marco del ensueño nocturno, o.c, 38-39.
11- MB, V, 109.
12- Véase, ADALBERTO A. CLIFTON GOLDNEY, El Cacique Namuncurá. El último soberano de la Pampa, Buenos Aires, 1956, 61, notas 95 y 96; y MEINRADO HUX, Caciques Huilliches y Salineros, Buenos Aires, 2004, 206-207.
Véase, M. HUX, o.c, 83-189.
13- En esta misma línea, le siguen el sueño del 29 de agosto de 1883 acerca de la América Meridional, entraña y centro de las exploraciones geográficas; el del 31 de enero de 1881, relativo a las vocaciones eclesiásticas para las misiones de Africa y América; el del 2 de julio de 1885, descripción del porvenir de las misiones; y, por último, el del 9 de abril de 1886, tocante al futuro de la Congregación Salesiana. Véase, MB,; XVI, 385; XVII, 299, 643; XVIII, 71.
14- MB, X, 54. El sueño tiene lugar al momento que Don Bosco inicia conversaciones con el cardenal Alejandro Bernabé, prefecto de la Congregación de Propaganda Fide, para encargarse de alguna misión apostólica en lejanas tierras, sin pensar absolutamente en la Patagonia. Al punto de sostener: “Al principio los creí africanos de Etiopía…, por sugerencias de monseñor Camboni… Después con más estudio abandoné la idea y pensé en Hong Kong, sobre todo cuando vino a Turín monseñor Raimondi… Otros informes me hicieron pensar en Australia…, tanto que hice estudiar inglés al padre Bologna y al clérigo Chirino… También se habló de la India… hasta 1874”.
15- Véase, JUAN GUILLERMO DURÁN, El Padre Jorge María Salvaire y la familia Lazos de Villa Nueva. Un episodio de cautivos en Leubucó y Salinas Grandes. En los orígenes de la Basílica de Luján, Buenos Aires, 1999.
16- J. E. BELZA, o.c, 24-25.
17- Una panorámica detallada sobre esta cuestión, en JUAN GUILLERMO DURÁN, Estudio Introductorio al inédito de Estanislao Zeballos, “Episodios en los territorios del Sur (18979)”, Buenos Aires, 2004, 31-148; y Frontera, indios, soldados y cautivos. Historias guardadas en el archivo del cacique Manuel Namuncurá (1870-1880), Buenos Aires, 2006, cap. VI.
18- En la organización de este primer viaje intervinieron activamente el cónsul argentino en Savona, Juan Bautiosta Gazzolo, el arzobispo de Buenos Aires, Federico León Aneiros y el párroco de San Nicolás de los Arroyos, Pedro Bartolomé Cecarelli. Hay que tener presente que llegan a Buenos Aires con el fin inmediato de fundar un colegio en San Nicolás de los Arroyos y una residencia capitalina. Pero el celo apostólico de Don Bosco, puesto de manifiesto en la correspondencia, no para hasta encontrar finalmente el camino a la Patagonia, hasta alcanzar el Estrecho de Magallanes. Véase, CAYETANO BRUNO, Los Salesianos y las Hijas de María Auxiliadora en la Argentina, Buenos Aires, 1981-1984, I, 39-61.
19- Carta publicada en el diario La América del Sur, Buenos Aires, 10 y 11 de julio de 1879.
20- C. BRUNO, o.c, 245-307.
21- MB, XVI, 385. Lo transcribe J. E. BELSA, o.c, 116-135.
22- La intervención directa y decisiva de Melanesio en la rendición del cacique lo prueba la carta que le envío al respecto, a través de una comisión llegada al Fuerte General Roca, a mediados de abril de 1883: “Roca, abril 20 de 1883. Mi estimado Namuncurá: He sabido de vuestros embajadores que habéis enviado a este campamento para tratar de la paz con las autoridades militares, que muy sabiamente habéis decidido someteros con los vuestros al Gobierno Argentino. Me alegro de éste vuestro propósito y deseo no tarde en realizarse. Contad con mi palabra y veréis que seréis bien recibidos; seguro estoy de que el Gobierno Argentino, lejos de trataros mal, os hará mucho bien. Con esta vuestra espontánea sumisión os ganaréis las simpatías de nuestro Gobierno, evitaréis todo derramamiento de sangre, la miseria y otros muchos males. Al mismo tiempo ganaréis la tranquilidad y el bienestar para vos y para vuestra tribu. Nos aligeraréis también a nosotros los Misioneros las fatigas en instruiros y haceros cristianos; y bautizarlos a ustedes; y en cuanto a lo material, progresaréis no poco. ¡Ojalá que mis consejos no sean vanos! Con el deseo de veros pronto sumiso al Ejército Argentino me es grato saludaros de todo corazón. Vuestro sincero amigo. Pbro. Don Domingo Milanesio, Misionero Salesiano” (Memorias del P. Domingo Milanesio, en AHMSP, Memorias, M 45). La lectura de esta carta le inspiró a Namuncurá plena confianza y lo decidió a reunir su gente y preparar el viaje.
23- Ley 3092, del 24 de agosto de 1894: Entrega de tierras al cacique Manuel Namuncurá y su tribu, en Registro Nacional, II, 199 (art. 1: “Autorízase al Poder Ejecutivo para conceder en propiedad al Cacique Manuel Namuncurá y su tribu ocho leguas sobre la margen del Río Negro, en el lugar denominado Chimpay o en otro punto si no hubiere allí tierras disponibles”). Meses más tarde se define que las tierras otorgadas se encuentran en la provincia de Neuquén, a orillas del río Aluminé, en el paraje denominado San Ignacio. Cambio inesperado que motiva el paulatino traslado de la tribu a ese nuevo paraje.
24- La rendición, el establecimiento de la tribu en Chimpay, el posterior traslado a los campos de San Ignacio, en 1891, y la muerte del cacique (1908), en M. HUX, o.c, 272-295. En cuanto a Rosario Burgos, después del casamiento civil y religioso de Namuncurá con Ignacia Rañil (Calderón o Inaypán) –una de sus tres últimas esposas, en Fuerte General Roca, el 12 de febrero de 1900–, libre de su anterior compromiso, se incorporó a la tribu de Yanquetruz y contrajo matrimonio con Francisco Coliqueo en la provincia de Neuquén. A la muerte de su esposo se reintegró a la tribu de Namuncurá y paso sus últimos años en la casa de su hija Clarisa, en San Ignacio, donde falleció el 21 de octubre de 1943.
25- Ceferino Namuncurá (folleto), o.c., 45-46.
26- En la comitiva figuraba un primo de Ceferino, Albino Namuncurá Montiel, que viajaba con idénticos propósitos de educarse.
He aquí el texto de la carta de recomendación: “Buenos Aires 14 de septiembre de 1897. R. P. Superior de San Carlos. Pbro. J. Vespignani. Distinguido Señor y de mi aprecio. Me permito presentar a usted al portador, que es el cacique Namuncurá que ha venido a empeñarse conmigo para que le facilite el medio de educar, dentro de los principios religiosos, a un hijo de once años que tiene. Creo oportuno informar a usted que cuando ejercía la presidencia de la República, solicité y obtuve autorización del Congreso, en otorgar en propiedad a este cacique y su tribu, ocho leguas de campo en el territorio del Neuquén, cuya propiedad está escriturada y en ella se va a establecer este individuo y su tribu para formar una colonia indígena en la que desea asimismo establecer una capilla católica. Todos estos antecedentes me deciden a interesarme decididamente cerca de usted, y si es preciso del señor obispo Cagliero, para que reciban en ese colegio, para educar, al referido joven que se llama Ceferino Namuncurá, el que su padre desea dejarlo en ese colegio. Recordando que la Institución Salesiana hace tanto bien civilizando a los indios del Sud, me he permitido ofrecerle mi recomendación. Con este motivo me es grato saludarle con la más distinguida consideración y aprecio. Luis Sáenz Peña” (V. MARTÍNEZ TORRENS, o.c, 38). Asimismo, fue aceptado como colegial el nieto del cacique, Albino, mencionado en la nota 27.
27- Véase, C. BRUNO, o.c, II, 56-59.
28- PEDRO GIACOMINI, Ceferino Namuncurá. Su vida en anécdotas (o.c), 44.
29- Por el vuelo literario de ambos discursos evidentemente otra persona colaboró con Ceferino al momento de la redacción: proponiendo ideas, completando datos y puliendo el estilo.
30- V. MARTÍNEZ TORRENS, o.c, 55-57.
31- El P. Juan Berardi escribió la crónica detallada de la misión, el 26 de marzo de 1902, con destino a don Miguel Rúa. Poco después la divulgó el periódico porteño La Voz de la Iglesia con la firma del Corresponsal. La corrigió y completó años después monseñor Cagliero de su puño y letra. Con inclusión de esas correcciones publicó el texto íntegro C. BRUNO, o.c, II, 319-323, de donde tomamos el presente fragmento.
32- O.c., 71.
33- PEDRO GIACOMINI, o.c., 53.
34- LUIS J. PEDEMONTE, Cartas y escritos de Ceferino Namuncurá (o.c), 37.
35- Idem., 41.
36- Idem., 42-43
37- O.c, 78.
38- LUIS J. PEDEMONTE, Cartas y escritos (o.c), 51.
39- Superior por varios años de la Obra de Don Bosco en la Patagonia. Fue el gran propulsor de la causa de Ceferino, quien lo tuvo por confidente; y el primero en escribir varias biografías populares sobre su dilecto alumno: El buen Ceferino, Buenos Aires, 1942; Ceferino Namuncurá. Testimonios, Buenos Aires, 1943; Una gloria argentina ignorada, Buenos Aires, 1944; y Vida y Virtudes de Ceferino Namuncurá, Buenos Aires, 1945. Véase, C. BRUNO, o.c., III, 278-295; y ANTONIO ADALBERTO DUMRAUF, Pertenecen al Señor, Bahía Blanca, 1999, III, 42-49.
40- Ceferino fue sepultado en el cementerio romano de “Campo Verano”. En 1915 los restos fueron exhumados y reducidos; y en 1924 se realiza la repatriación de los mismos, que fueron ubicados en la Capilla de Fortín Mercedes (Pedro Luro, Bs. As.). En 1947 se inicia el proceso de canonización en Viedma (declararon 21 testigos); en 1958 se realiza el reconocimiento de los restos; en 1972 el papa Paulo VI promulga el decreto sobre heroicidad de virtudes declarándolo “Venerable”; en 1992 los restos son traslados al antiguo bautisterio del Santuario de María Auxiliadora (Pedro Luro), donde se encuentran en la actualidad.
41- Véase: Mensaje de los obispos de la región Patagonia–Comahue (L´Osservatore Romano, Nº 35, 31 de agosto de 2007, 3-4); Mensaje de los obispos argentinos al final de su 94ª Asamblea Plenaria (idem., Nº 46, 16 de noviembre de 2007, 11); Mensaje del Rector Mayor, P. Pascual Chávez Villanueva, s.d.b.: Ceferino Namuncurá fruto de la espiritualidad salesiana (idem., 12); Homilía del cardenal Tarcisio Bertone en Fortín Mercedes (idem., 13); y Homilía del cardenal Tarcisio Bertone en la Misa de Beatifiación del Siervo de Dios Ceferino Namuncurá (idem., 13).
42- Ceferino Namuncurá (folleto), o.c, 84.

 

One Comment

  • LISA dice:

    YO NACI EL MISMO DIA, Y SOY DEVOTA DESDE SIEMPRE. CADA PEDIDO QUE LE HE HECHO EN MOMENTOS DE DESESPERACION HE OBTENIDO UNA ARESPUESTA.ADORO A MI INDIECITO COMO LO LLAMO Y SIEMPRE LLEVO CONMIGO UNA FOTO SUYA.CUANDO NADI MI MADRE NO SE A QUE LUGAR ESCRIBIO Y LE MANDARON UNA BOLSITA CON TIERRA DEL LUGAR QUE HABIA NACIDO,
    ELLA SIEMPRE ME DIJO QUE YO PERTENECIA A CEFERINO Y ASI ME SIENTO

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