La unidad es una propiedad de la Iglesia, un rasgo constitutivo que le ha sido dado como don de lo alto, como también es don el regalo del Hijo, su Cabeza (Jn.3,14). La Iglesia es una porque pertenece al único Dios: “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Ef 4,5). Sin embargo, sabemos que dicha unidad no se manifiesta en plenitud. La familia cristiana cuenta con heridas de diversa gravedad, antigüedad y complejidad. Lo vivimos como una humillación que no sólo nos desacredita ante el mundo, sino que entristece al Señor (Ef 4,30). Por tanto, la unidad eclesial es simultáneamente una realidad y un desafío pendiente. Nos consuela saber que Jesús intercede por nosotros ante el Padre: “Que sean uno en nosotros para que el mundo crea”(Jn 17,21).

La unidad de la Iglesia se funda en la Trinidad: misterio insondable de comunión; tres Personas, un solo Dios. La misión de la Iglesia es traducir, en términos humanos, ese modelo sublime en el que la unidad no es monolítica sino relacional. Aquí se advierte cuánto pesa el pecado, que es esencialmente ruptura. Tendemos a acentuar las diferencias sin entender que fueron queridas en orden a la reconciliación. Cuánta necesidad de volvernos dóciles al Espíritu, para que Él armonice nuestra diversidad (1 Co 12,4-11). No podemos concebir la unidad eclesial como empresa puramente humana sino como regalo divino que “supera todo lo que podemos pensar” (Flp 4,7; cf. 1 Co 2,9).

Digamos más: la gracia de la unidad, como toda gracia, tiene forma de cruz. Es decir, llega en la medida en que logramos adentrarnos en la pascua de Jesús. El evangelio según san Juan lo expresa con dos imágenes sugerentes. Por un lado, la túnica inconsútil de Cristo: manto sin costura, hecho de una sola pieza, que los soldados no llegan a desgarrar (Jn 19,24). Por otro lado, la red de la pesca milagrosa en el mar de Tiberíades. La fecundidad de la misión depende del hecho, cuidadosamente señalado, de que la red no se rasgó (Jn 20,11). Aquí encontramos la pascua en su doble dimensión de cruz y resurrección. En ambas escenas queda superado el mismo riesgo: el cisma. La unidad queda salvada por la presencia de Cristo. Pues la unidad verdadera se da en Él, en su carne y en su sangre, donde se derriba todo muro de enemistad y se consolida la casa santa de Dios (cf. Ef 2,11-21).

La Iglesia es, y debe serlo cada vez más, ícono de la Trinidad. En este sentido, urge prestar atención al rol de la familia, Iglesia doméstica y referencia primera a la hora de expresar el misterio de Dios. La revelación describe el designio divino, fundamentalmente, en términos familiares. Dios hace alianza con los hombres generando parentesco, una pertenencia mutua e irrevocable, tal como existe entre un padre y su hijo o entre un esposo y su esposa. Considerando pues la misión de la familia en la historia de la salvación, esto es, visibilizar el amor de Dios que es en sí mismo comunión, podemos advertir el desafío que significan hoy en día tantas rupturas vinculares.

En este contexto, el Sínodo de obispos convocado por el Papa Francisco resulta una ocasión privilegiada para redescubrir el Evangelio de la familia[1]. Es necesario anunciar con fuerza la Buena Noticia del amor incondicional manifestado en Jesucristo, para que sean muchos los que asuman el compromiso de testimoniarlo, no aisladamente sino en el marco de la alianza familiar. Por otra parte, en muchos aspectos la familia se asemeja a ese hombre de la parábola, que camino a Jericó fue sorprendido por unos bandidos que lo dejaron “medio muerto” (Lc 10,30). Cuántas heridas por sanar. Cuánta necesidad hay en nuestros corazones de ser ungidos con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.

La unidad de la Iglesia también significa unir fuerzas y coordinar los carismas. Una mayor perspectiva teológica permite discernir mejor los caminos pastorales. No es cuestión de ahorrar esfuerzos. Mucho del misterio de Dios se expresa en la unidad de la Iglesia y ésta, a su vez, se juega en gran medida en la concordia familiar.

Comienza nuestro cuaderno con un artículo del P.Jorge Scampini sobre “Creemos en la Iglesia, que es una”. Luego el Cardenal Kurt Koch, presidente de la Pont.Comisión para la Unidad de los cristianos escribe “La unidad de la Iglesia en perspectiva ecuménica” mostrando diversas formas de ecumenismo según las distintas iglesias. Mons Peter Henrici S.J. trata el tema de “Las Conferencias Episcopales” desde el Concilio y el post Concilio. Como figuras ecuménicas publicamos diversos textos de San Ignacio de Antioquía sobre nuestro tema, y una semblanza de “Pablo VI, el hombre de la unidad de las iglesias “de Aldino Cazzago. Luego Eric de Moulins Beaufort reflexiona sobre “Varios en un solo cuerpo. Las dimensiones eucarísticas de la unidad según Henri de Lubac”.

Más allá de nuestro tema, el Card.Ouellet publica “El Matrimonio y la Familia en la sacramentalidad de la Iglesia“, sobre el misterio de la nupcialidad y la sacramentalidad de la Iglesia, y Ricard Casadesús trata de “La metafísica del ser como amor en Ferdinand Ulrich y su influencia en Hans Urs von Balthasar”.

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[1]XIV Asamblea General Ordinaria (2015): “La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo”; III Asamblea General Extraordinaria (2014): “Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización”.

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