Alberto Espezel

Creía en Jesucristo, muerto y resucitado.

Era un buen pastor:   Atento,  con capacidad de escucha, sensato, prudente consejero, paciente, obediente.

Con humor. Con gusto por la conversación y la amistad, fiel amigo.   Y  evocador de amigos: Carmen Gándara,  Anucha, Victoria, Mollat, Alfaro, Guillén.

Contemplativo con capacidad de silencio.

Saboreaba con gusto la Palabra de Dios en griego preparando su homilía,

Y también la  palabra de los hombres, guiado por maestros como Damaso Alonso o Battistesa. De  allí tenía estimativa, juicio valorativo. Gozaba de la palabra de la creación: la pampa en Espadaña (Verónica) con sus puestas de sol,  el bosque del Sur con el grito del cucao, el lago inmenso,  el Pacífico y sus rompientes con sus pájaros.

Eugenio como servidor de la liturgia.

        Portador gozoso, abierto y post conciliar, de la tradición de la Iglesia latina.

        Ponía un tempo a la liturgia, una cadencia: celebraba en forma sencilla,  transparente, esencial, bella. La dejaba fluir.  En Roma gozaba de los templos primeros: San Clemente, S Paolo, S Maria in Cosmedin.

Eugenio era universal y criollo, bien porteño. Estaba en su casa en la Pampa, en los Andes,  en el Pacífico y en Roma.

Demos gracias a Dios por todo lo que nos ha dado a través suyo en la Iglesia.

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