Luisa Zorraquin[1]      

 

Liturgia y Mistagogia.

 

¿Qué es la liturgia? ¿Qué sucede en la liturgia?[2]. Las preguntas son aparentemente sencillas, pero puestos a prueba, muy pocos católicos del siglo XXI podrían responderlas. Si bien la Eucaristía y los demás sacramentos son, para muchos fieles, algo familiar y cercano, su sentido profundo no se capta. Terminan siendo algo que nosotros hacemos por Dios, y no algo que Dios hace por nosotros. 

 

La paradoja es que desde el Concilio Vaticano II, hace ya más de cincuenta años,  se viene urgiendo a los pastores y fieles laicos a través de muchos y muy diversos documentos a dedicar tiempo y recursos a lo que en la vida de la primitiva iglesia se denominaba catequesis mistagógica[3]. Esta expresión identificaba, en la Patrística, a  la catequesis que estaba dirigida a iniciar a los catecúmenos en los “misterios”. Y los “misterios” no son otra cosa que lo que en la tradición latina conocemos como “sacramentos”. La necesidad de emprender en el presente una catequesis mistagógica obedece al hecho de que nos ocurre lo mismo que a los cristianos venidos del paganismo.  De ellos se decía que no veían en los ritos más que gestos incomprensibles lo cual los llevaba a asociarlos con la magia o, por el contrario, los conducía al escepticismo[4].

 

En la actualidad, esta pérdida del sentido de los sacramentos es de algún modo más profunda y desconcertante sobre todo en lo que respecta a la Eucaristía, y esto ocurre incluso para muchos católicos que acuden a la misa dominical con relativa frecuencia. La misa es para muchos un rito cuyo sentido no termina de descubrirse, una cáscara vacía que no adquiere resonancia existencial y que finalmente deriva hacia un cuestionamiento sobre la necesidad y finalidad del rito[5]. Lo mismo ocurre en cuanto al bautismo, el sacramento por antonomasia de la iniciación cristiana, cuestionado en su vigencia y validez. Algo similar podríamos decir de los demás sacramentos.

 

Una de las principales causas de esta falta de sentido, y que se convierte en crucial a la hora de emprender una catequesis mistagógica, es el quiebre de la relación entre Sagrada Escritura y Liturgia. Parece que hemos olvidado que la liturgia es, de algún modo, un «compendio» de la Sagrada Escritura. Es la Historia de Salvación in a nutshell. Es tal la concentración de temas escriturísticos que contiene, por ejemplo, la liturgia de la Eucaristía, que desconocer la Sagrada Escritura se convierte en una montaña difícil de escalar a la hora de hallar una clave de sentido a la misa. Esto que afirmamos no es ninguna «novedad». Sacrosanctum Concilium n. 24  lo expresa con toda claridad: «En la celebración litúrgica la importancia de la Sagrada Escritura es máxima[6]». Y luego explicita: «Pues de ella se toman las lecturas que luego se explican en la homilía, y los salmos que se cantan, las preces, oraciones e himnos litúrgicos están penetrados de su espíritu y de ella reciben su significado las acciones y los signos». Por ello recomienda:  «Por tanto, para procurar la reforma, el progreso y la adaptación de la sagrada Liturgia, hay que fomentar aquel amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura que atestigua la venerable tradición de los ritos, tanto orientales como occidentales»[7].

 

 

¿Qué lectura de la Sagrada Escritura?

 

Examinemos esta recomendación de Sacrosanctum Concilium: fomentar el amor a la Sagrada Escritura para la comprensión de la liturgia y sus ritos.  Parece una tarea relativamente simple pero en realidad no lo es. Para que este «amor suave y vivo» nos haga descubrir el fundamento bíblico de los ritos hay que emprender un tipo de lectura que se abandonó hace ya tiempo. Nos referimos al método exegético utilizado tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento y continuado por los Padres, y que se conoce como lectura tipológica. La tipología ha sido definida como la ciencia de las similitudes entre los dos Testamentos[8].  Ella descubre que las realidades del Antiguo Testamento (personas, lugares, cosas) son pre-figuras, typoi[9] (cfr. Rm 5,14; 1 Co 10,11) de aquellas personas, lugares, cosas del Nuevo Testamento, donde estas figuras o typoi se llenan de sentido, se consuman,  se «cumplen» en el él, precisamente en Cristo.  Por eso, la lectura tipológica es esencialmente una lectura en perspectiva cristológica,  una lectura donde estas figuras son, según la fórmula paulina,  typoi tou mellontos: tipos o prefiguraciones de aquel que ha de venir (Rm 5,14). Al mismo tiempo, esta tipología enriquece la comprensión de los sacramentos ya que los entiende como continuando entre nosotros las mirabilia Dei, las grandes obras salvíficas de Dios en ambos Testamentos[10].  

 

Precisamente la catequesis mistagógica desarrollada en la patrística reconoce que la matriz tipológica de la Sagrada Escritura se continúa en la liturgia de la Iglesia. No debe extrañar entonces que el liturgista Enrico Mazza califique como “pérdida desastrosa” para la comprensión de los ritos el abandono de este tipo de lectura[11]. En el mismo sentido escribía J. Ratzinger en el año 1979: “el concepto católico de sacramentum se basa en la interpretación «tipológica» de la Escritura, en una interpretación que está en referencia a Cristo; pierde su contenido allí donde esta referencia se ha perdido por completo”[12].

 

 

Historia de la Salvación y tipología

 

Veamos pues cuáles son los principios y distinciones que hacen fructífero este método exegético a la hora de recobrar una comprensión de los sacramentos. 

 

1. Unidad de la Historia de Salvación y consistencia de la Sagrada Escritura: Una clave de lectura muy importante es el de la unidad de la Historia de Salvación que abarca ambos Testamentos, al modo como lo expresa la conocida frase de San Agustín: “Novum in Vetere latet, Vetus in Novo patet” (el Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, mientras que el Antiguo se hace manifiesto en el Nuevo).  Hay una relación de analogía entre las mirabilida Dei de la Ley Antigua y lo sacramentos de la Ley Nueva. Si se emprende esta lectura, la Biblia se revela como profundamente consistente. 

 

A modo de ejemplo de esta consistencia tomemos algo simple como el tema del “agua” en la Biblia.  En el relato de la Creación el agua es parte del abismo o tehom, pero asociada al Espíritu (Gn 1,2) preanuncia la intervención creadora de Dios[13]. Consistentemente vemos que el agua está presente en acontecimientos decisivos de la historia de la Salvación: el Diluvio, el paso del mar Rojo, el cruce del Jordán para entrar en la tierra prometida.  Todos estos  hechos son asociados por el pueblo de Israel con nuevos comienzos, con etapas de profunda transformación de su historia. El agua es asociada a una primera etapa de “muerte” o destrucción para luego dar paso a algo nuevo. Esta «pedagogía» se repite y se «cumple» en el Nuevo Testamento:  en el bautismo de Jesús -suceso que marca el inicio  de su vida pública- tenemos nuevamente el agua asociada al Espíritu, señalando el comienzo de la nueva creación. Y los cristianos participamos de esta nueva creación por nuestro bautismo, donde también debemos «pasar por el agua»  en un proceso de muerte/vida, (cfr. Rm 6,3) recordando que Jesús mismo dijo que “El que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5). No sorprende entonces que los Padres tomaran estas instancias «acuáticas» del Antiguo Testamento como typoi, figuras, del Bautismo[14].

 

Precisamente el Rito del Bautismo recoge esta tradición mistagógica, en la “Bendición del Agua”[15]:

 

Oh Dios, que realizas en tus sacramentos obras admirables con tu poder invisible,y de diversos modos te has servido de tu criatura el agua para significar la gracia del Bautismo.

Oh Dios, cuyo Espíritu, en los orígenes del mundo, se cernía sobre las aguas,para que ya desde entonces concibieran el poder de santificar.

Oh Dios, que incluso en las aguas torrenciales del diluvio prefiguraste el nacimiento de la nueva humanidad, de modo que una misma agua pusiera fin al pecado y diera origen a la santidad.

Oh Dios, que hiciste pasar a pie enjuto por el Mar Rojo a los hijos de Abrahán, para que el pueblo liberado de la esclavitud del Faraón fuera imagen de la familia de los bautizados.

Oh Dios, cuyo Hijo, al ser bautizado por Juan en el agua del Jordán, fue ungido por el Espíritu Santo; colgado en la cruz, vertió de su costado agua, junto con la sangre; y después de su resurrección mandó a sus apóstoles: «Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo». Mira ahora a tu Iglesia en oración y abre para ella la fuente del Bautismo. Que esta agua reciba, por el Espíritu Santo, la gracia de tu Unigénito, para que el hombre, creado a tu imagen y limpio en el Bautismo, muera al hombre viejo y renazca, como niño, a nueva vida por el agua y el Espíritu Santo.

 

2. La lectura tipológica se remonta a una tradición que comienza en la misma Biblia y que abarca tanto al Antiguo como al Nuevo Testamento. Si bien, propiamente, la tipología es una lectura de la Sagrada Escritura donde el Antiguo Testamento se lee en clave cristológica, ya en el Antiguo Testamento vemos que el mismo pueblo de Israel, tiene una comprensión “tipológica” de su propia historia de salvación, traducida en su liturgia. Esta comprensión no es propiamente cristológica, pero contiene una tensión escatológica, una promesa incumplida que se manifiesta con mucha fuerza en sus ritos.

 

Para ejemplificar esto, analicemos la fiesta de “Tabernáculos” o Sukkôt (también llamada “Chozas” o “Tiendas”). Como casi todas las grandes fiestas judías ella  contiene una referencia a la creación  -en este caso se corresponde con la recolección de frutos a comienzos del otoño y la oración por las lluvias, tan necesaria para la próxima cosecha-  y una referencia a la historia de salvación –en este caso el recuerdo de cuando los israelitas vivían en tiendas en su experiencia en el desierto.  Pero como Dios también habitaba en una tienda durante la estadía en el desierto –en el llamado Tabernáculo- la fiesta está relacionada con este templo “portátil”. Siguiendo con esta lógica, Salomón consagrará el Templo de Jerusalén durante esta fiesta (1 Re 8) y la misma quedará para siempre asociada al misterio de la presencia de Dios entre los hombres, el lugar donde habita la Shekinah. Posteriormente, luego de la destrucción del primer Templo, los profetas comienzan a anunciar el advenimiento de un templo escatológico y la fiesta, en un nuevo desarrollo, hará referencia al “Día del Señor”. En el contexto de “Tabernáculos” el profeta Zacarías describe el triunfo de Yahvé cuando el rey Mesías entre a Jerusalén montado sobre su asno;  allí Yahvé derramará sobre Jerusalén un espíritu de gracia y de súplica (12,9) y abrirá una fuente de misericordia para los habitantes de la ciudad (13,1) y saldrán de Jerusalén aguas vivas que irán hacia el mar Muerto y hacia el Mediterráneo (14,8). Finalmente, cuando todos los enemigos sean destruidos, el pueblo vendrá todos los años a Jerusalén a celebrar la fiesta de Tabernáculos (14,6). En el mismo sentido, el profeta Ezequiel, en una de las páginas más sublimes de la Sagrada Escritura,  hace referencia a esta fuente de agua, que saliendo del costado del Templo, tiene como fin sanear y dar vida nueva a todas las cosas (Ez 47).

 

En la fiesta judía de Tabernáculos convergen entonces la acción de gracias por la cosecha, la oración por las lluvias futuras, la teología del Templo y las promesas mesiánicas de un Templo escatológico. Todas estas instancias son simbólicamente recogidas y significadas en la llamada Ceremonia del Agua. Esta ceremonia consistía en realizar una procesión para traer agua desde el Gijón hasta el Templo y luego derramarla desde el altar hacia la tierra anticipando la realidad de las profecías de Zacarías y Ezequiel[16]. Lo importante para nuestro estudio es que el Tabernáculo del desierto es un typos o prefiguración del Templo de Salomón, el cual a su vez es typos del Templo escatológico[17]

 

Para los cristianos, esta lectura tipológica del Antiguo Testamento desemboca en el  Nuevo Testamento donde estas profecías se cumplen en Jesús. Es el evangelio según San Juan el que identifica el templo escatológico con el Cuerpo de Cristo (Jn 2,21). Y siguiendo con esta lógica, precisamente en el marco de la fiesta de Tabernáculos,  el último día, el más solemne de la fiesta, Jesús, poniéndose de pie, exclamó: «El que tenga sed, venga a mí; y beba el que cree en mí». Como dice la Escritura: «De su seno brotarán manantiales de agua viva». El se refería al Espíritu que debían recibir los que creyeran en él. Porque el Espíritu no había sido dado todavía, ya que Jesús aún no había sido glorificado (Jn 7,37-39). Jesús mismo identifica las aguas saneantes del templo escatológico profetizadas por Ezequiel y Zacarías, con algo que brotará de su propio cuerpo. Y esta profecía se hace realidad en la Pasión: uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. (Jn 19,34). La teología de los Padres identificará luego esta sangre y agua con el don de los sacramentos. Y por ello, bellamente, el Catecismo afirma que los  sacramentos, como «fuerzas que brotan» del Cuerpo de Cristo (cf Lc 5,17; 6,19; 8,46) siempre vivo y vivificante, y como acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, son «las obras maestras de Dios» en la nueva y eterna Alianza (n.1116).

 

En esta lectura tipológica, el Tabernáculo y los sucesivos Templos de Jerusalén son typoi –prefiguraciones- del Cuerpo de Cristo, Templo definitivo y lugar donde finalmente se cumplen las promesas mesiánicas y se derrama el Espíritu, agua viva que hace nuevas todas las cosas, fuente inagotable de los sacramentos.

 

3.  La mistagogia desarrolla un método para la comprensión del misterio. Ese método, que nunca cambia, se aplica a toda la acción litúrgica. Por ello no es simplemente algo que se limita a la esfera de la catequesis o teología espiritual, no es simplemente una “exégesis espiritual” sino que es propiamente teología litúrgica, una forma válida de hacer teología. Esta lectura tipológica no está sujeta a los deseos o caprichos de los intérpretes. En este sentido, es importante no confundir la lectura  tipológica con la llamada lectura alegórica. Por el contrario, como explica Mazza, la alegoría es la muerte de la mistagogia[18].  

 

4. En la Liturgia, las acciones y los signos, aquello que denominamos ritos, provienen de la Sagrada Escritura y se explican a la luz de ella. Y esto es así porque en la Biblia, Dios es el que indica al hombre cómo adorarlo. 

 

Examinemos, a modo de ejemplo, las instrucciones del Señor para que los israelitas celebren la primera Pascua (Ex 12).  El modo de celebrar la Pascua la recibe Moisés del Señor. Las explicaciones son minuciosas y exactas. En las pascuas sucesivas, aquellas que los maestros espirituales de Israel llamarán “Pascua de las generaciones”, el pueblo seguirá estas instrucciones sin apartarse esencialmente de lo ordenado por el Señor. Esto no significa que no haya un proceso de adaptación de acuerdo con circunstancias históricas.  Israel ya no es un pueblo nómade, ya no vive en el desierto, habita en ciudades. El contexto vital no es exactamente el mismo. Entonces hay cambios que ocurren necesariamente,  pero la esencia permanece. Y es el mismo Señor quien agrega esta indicación: «Cumplan estas disposiciones como un precepto permanente, para ustedes y para sus hijos. Cuando lleguen a la tierra que el Señor ha prometido darles, observen este rito. Y cuando sus hijos les pregunten qué significado tiene para ustedes este rito, les responderán: «Este es el sacrificio de la Pascua del Señor, que pasó de largo en Egipto por las casas de los israelitas cuando castigó a los egipcios y salvó a nuestras familias» (Ex 12: 24-27).

 

Las acciones y los signos, los ritos, no son arbitrarios, no son pura y simple convención humana. En las palabras de la Institución (eucarística) Jesús dice: Hagan esto en memoria mía. (cfr. Lc 22,18; 1Co 11,24). El «esto» responde a una pedagogía divina, a una iniciativa e indicación del mismo Dios, el mismo que «se comunica gradualmente al hombre y lo prepara por etapas para acoger la Revelación sobrenatural que hace de sí mismo y que culminará en la Persona y la misión del Verbo encarnado, Jesucristo»[19].  

 

 

A modo de conclusión:

la hermenéutica del Resucitado (Lc 24, 13-33;44-49)

 

El pasaje es muy conocido. Dos discípulos, van desde Jerusalén hacia Emaús.  Jesús camina con ellos, pero ellos no lo reconocen. Los escucha hablar apesadumbrados sobre algo que sucedió en Jerusalén. El Maestro pregunta: ¿Qué comentaban por el camino? Se entabla entonces un diálogo. Los discípulos, abatidos, le relatan la pasión y muerte de Jesús de Nazaret, y le hacen saber que sus expectativas se han visto defraudadas. Se muestran desesperanzados, no comprenden lo sucedido. Jesús los interpela: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso para entrar así en su gloria?» Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó (dierméneusen) lo que había sobre él en todas las Escrituras » (Lc 24, 25b-27).

 

La hermenéutica del Resucitado consiste en mostrar cómo las Escrituras hablan de Él. Jesús reforzará la validez de esta exégesis en su siguiente aparición. Afirma: «éstas son aquellas palabras mías que les dije cuando todavía estaba con ustedes: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí»  (Lc 24,44).

 

Nace la lectura tipológica, y es Jesús el que la inaugura el mismo día de su resurrección, otorgándole perenne validez. Sin embargo, el Maestro muestra cómo la lectura tipológica no agota la comprensión. Hay un paso más: «Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su vista» (Lc 24,30-31). A Jesús se lo empieza a conocer en la Escritura pero se lo re-conoce en la Eucaristía. En los Sacramentos, la Palabra adquiere toda su dimensión, pasa de la potencia al acto, se hace performativa, convirtiéndose en un verdadero poder que salva. La palabra realiza lo que dice (cfr. Is 55,10). Así lo expresa Verbum Domini agregando que «cuando se educa al Pueblo de Dios a descubrir el carácter performativo de la Palabra de Dios en la liturgia, se le ayuda también a percibir el actuar de Dios en la historia de la salvación y en la vida personal de cada miembro»[20].

 

 En los sacramentos Dios está verdaderamente presente, haciendo realidad las prefiguraciones de la Antigua Alianza. Es a través de los sacramentos como cada cristiano entra en la Historia de Salvación. Como dice magistralmente Daniélou, «vivimos en plena historia santa»[21].  Somos parte de esa Historia aquí y ahora, parte de un torrente inagotable de gracia.  Se trata de un torrente que hace su aparición en el relato de la creación en el manantial que brota del centro del Paraíso (Gn 2, 6). Ese torrente hace posible la Vida y por la misericordia de Dios nunca desaparece. Su última y prístina realidad se revela en la Jerusalén celestial cuando el ángel conduce al vidente Juan al corazón mismo de la misericordia : «Luego me mostró un río de agua de Vida, brillante como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero» (Ap 22,1). Ese manantial de agua de Vida, es el Espíritu, el que Jesús donará a los discípulos luego de la resurrección insuflando sobre ellos un nuevo aliento de vida (Jn 20,22) dándoles un poder que viene de lo alto (Lc 24, 49), un poder que transformará gestos y palabras en verdadera salvación.

 

Los cristianos necesitamos una «nueva» mistagogia. Una mistagogia que por medio del «amor suave y vivo por la Sagrada Escritura» nos lleve a la comprensión de los sacramentos como continuación de la Historia de Salvación.  En esta mistagogia Cristo nos explica las Escrituras y parte para nosotros el pan[22] . A través de esta mistagogia comenzamos a entender nuestra propia historia personal como parte de esa historia santa. Y el resultado de esta comprensión es que el Espíritu de Cristo viene a nosotros y nos prende fuego: ¿acaso no ardía nuestro corazón cuando nos explicaba las Escrituras? (Lc 24, 32).

 

 

 

 

           

 

 

 

 


[1] Casada, cinco hijos. Estudios de teología y economía, especializada en Antiguo y Nuevo Testamento.

[2] Con estas dos preguntas comienza El espíritu de la Liturgia del (entonces) Cardenal Joseph Ratzinger.Obras Completas,  T. 11, BAC, Madrid, 2012, p.7 .

[3] Por nombrar sólo algunos:  CEC 1075; Juan Pablo II: Carta Apostólica 25 Annus n. 21, Sacramentum Caritatis  n. 64, Reflexiones en torno al 40º aniversario de la constitución conciliar “Sacrosanctum Concilium, Carta Apostólica Mane Nobiscum Domine (2004) n. 17; Benedicto XVI: Discurso a la plenaria del comité Pontificio para los Congresos Eucarísticos Internacionales (2010), Verbum Domini n. 45, Audiencia General, 27-06.2007;  Sínodo: La Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana (2004).

[4] cfr. Jean Danielou-Regine du Charlat, La catequesis de los primeros siglos,Studium Madrid, 1975, p. 172

[5]  Podemos preguntarnos  si hay correlación entre este hecho y el que la asistencia a misa dominical haya descendido dramáticamente sobre todo entre los más jóvenes. Una investigación realizada recientemente en Italia, por ejemplo, muestra una fractura dramática entre los nacidos luego de 1981 y las generaciones anteriores. En palabras del profesor Segatti quien dirigió la encuesta: «Parece que observáramos realmente otro mundo, los más jóvenes son entre los italianos los más ajenos a una experiencia religiosa. Van menos a la iglesia, creen menos en Dios, rezan menos, tienen menos confianza en la Iglesia, se definen menos como católicos y consideran que ser italiano no equivale a ser católico». Citado en Sandro Magister: “Quiénes van a misa y quiénes no:  El incierto futuro de la Italia Católica, en línea: http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/1344389?sp=y.  El panorama es similar en casi toda Europa y también en Argentina según una encuesta realizada por la Secretaría de Culto en 2008. En línea: http://www.redescristianas.net/2008/08/31/argentina-cada-vez-hay-menos-catolicos-y-la-gran-mayoria-no-va-a-misa/

[6] Maximum est sacrae Scripturae momentum in Liturgia celebranda.

[7] Los subrayados son nuestros.

[8] Jean Danielou,  The Bible and the Liturgy, University of Notre Dame Press,  Indiana, 1966, p. 4

[9] El castellano, «tipo» y «tipología» provienen del griego typos (cuyo plural es typoi). Typos significa prefiguración o simplemente figura en el sentido de bosquejo/anticipo. Así como typos es la sombra o imagen, antiypos designa la realidad plena, el cumplimiento superador. 

[10] ibid, p. 5 

[11] Enrico Mazza, Mystagogy: a Theory of the Liturgy in the Patristic Age,  Liturgical Press, 1989 p. xii y ss.

[12]  “Zum Begriff des Sakramentes,” Eichstäter Hoschschulreden 15, München, 1979 (trad. española en  Obras Completas,  T. 11, BAC, Madrid, 2012, p.152-166).  Para Ratzinger “en el uso del lenguaje del Nuevo Testamento, y más aún en el de los Padres, la palabra «tipos» «typos» adquiere un significado casi idéntico al de «mysterion», al de «sacramentum»” p. 160.

[13] En el relato de Gn 1 la creación es precedida por un momento en el cual el agua cubre la tierra y es imposible la vida allí.  Por eso “el agua es un símbolo ambiguo, de vida y muerte”. L. Michael Morales, The Tabernacle Prefigured, Leuven, Peeters, 2012, p. 54-55.

[14] Jean Danielou, The Bible and the Liturgy, p. 70-113.

[15] «Bendición del agua dentro de la celebración del bautismo en: Conferencia Episcopal Argentina, Ritual de los sacramentos, Buenos Aires, 2005, 272-273. (los subrayados son nuestros).

[16] Cfr. Alfred Edersheim, The Temple: its ministry and services as they were at the time of Jesus Christ.  Edición Kindle, cap. 14.

[17] Aunque excede nuestro tema, resulta muy interesante el estudio del Paraíso como antecesor del Tabernáculo y como éste es un retorno mediado al télos original del cosmos. Cfr. L. Michael Morales, The Tabernacle Pre-Figured, p. 112 y ss.

[18] E. Mazza, op.cit, p. 13.

[19] CEC n. 53.  Al respecto es muy interesante lo que dice Newman relacionando la necesidad de los sacramentos son una preparación para el encuentro definitivo con el Señor: “el culto y el servicio a Dios son los medios por los cuales Cristo y sus Apóstoles nos han dejado los medios seguros, tanto místicos como morales, de acercarnos a Dios y, gradualmente, aprender a soportar su visión.”  John Henry Newman, Parrochial and Plain Sermons: “¿Es necesaria la religión?” V, 1-12.

[20]  Benedicto XVI, Exhortación postsinodal Verbum Domini, n. 53

[21] «La historia santa no es sólo la de los dos Testamentos. Dicha historia se continúa en medio de nosotros. Vivimos en plena historia santa.»  J. Danielou, Historia de Salvación y Liturgia, Sígueme, 1975, p. 4

[22] Plegaria Eucarística V.

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